“Una eternidad
esperé este instante
y no lo dejaré deslizar
en recuerdos quietos…”
(Soda Stereo)
Antes de empezar a comentarles
sobre mi nueva (y pendiente) experiencia literaria, como ya he dicho en otras
ocasiones, no quiero que estas palabras se tomen como una “crítica”. No como la
de esos insoportables que se juran dioses literarios y se creen con el pleno
derecho a destrozar la obra de otros/as escritores/as. “Críticos literarios” les llaman o se hacen
llamar. He leído a más de alguno y en
sus letras he notado ese aire pretencioso e insoportable. No es mi estilo, ese
modo de ir por la vida no va conmigo.
Ahora, luego de hacer aquella
aclaración, puedo comenzar. (Nunca se sabe cuándo puede llegar algún lector
nuevo o lectora nueva, así que si me leen por primera vez, quiero que sepan qué
pienso y qué no.) Por mi parte, hoy les quiero hablar desde mi rol de lectora,
ese que siempre me tiene como una eterna aprendiz en busca de nuevos libros.
Recuerdo que cuando hace tiempo escuché que Pablo Illanes había publicado su
tercera novela, pensé: “Este libro me lo voy a comprar. No lo voy a ir a pedir
a la biblioteca, como los otros dos.” La decisión estaba tomada, porque una de
las cosas más tristes que he vivido como lectora ha sido estar en la fila de
devolución de libros y no querer hacerlo: así me pasó antes con los libros de
Illanes, especialmente, con “Una mujer brutal”. ¿Lo mejor de todo? Mi intuición
lectora estaba dispuesta a apostar. Habían pasado los años desde la
publicación de “fragilidad”, su segunda
novela, así que este tercer libro de seguro sería una sorpresa. Dicho y hecho:
compré mi ejemplar y, aunque por distintas circunstancias lo mantuve intacto
por un tiempo, al fin, lo leí… y esto fue lo que pasó.
¿Por qué la novela se llama “Los
amantes caníbales”? Podría ser una típica pregunta. Yo cuando oí el título me
acordé de inmediato de la canción “Entre caníbales” de Soda Stereo. Sin
importar si había relación alguna, fue lo que se me pasó por la ideas, en un
principio.
“Anoche dormí con Emilio Ovalle”.
Estas son las palabras que dan inicio a una historia que nos presenta a
Baltazar Durán, un escritor chileno reconocido internacionalmente y que,
inesperadamente, muere en Nueva York. Cuando esto sucede, David Mendoza, su
viudo, llega a los manuscritos que contienen las memorias del escritor. Así,
David se internará en distintos y desconocidos pasajes de la vida de Baltazar.
La novela va jugando con los
tiempos en la narración y eso se va apreciando en la alternancia de los
capítulos. Por un lado, nos encontramos con Baltazar, contando su historia en
primera persona, mostrando sus primeros años de juventud en medio de la
represión de los años ochenta, presentando su complejo entorno familiar, sus
sueños, ese amor al cine que, otra vez, queda de manifiesto en una obra de
Illanes. Precisamente, es esta cinefilia (junto a las circunstancias de la
vida) lo que, de pronto, une a Baltazar Durán con el joven Emilio Ovalle. Desde
entonces, a través de la trama, se irá viendo cómo ambos viven y se relacionan
en medio del crítico contexto nacional de la época. Constantemente, se puede
ver que aparecen distintas referencias cinematográficas, títulos de películas,
autores y esa búsqueda incesante por querer y conocer más.
Por otra parte, podemos ver el
presente de la historia, cuando se conoce la noticia de la muerte de Baltazar
Durán y el inevitable revuelo que este hecho causa en Chile y en el extranjero.
Se puede apreciar a David, viudo del escritor, en busca de una verdad que lo
atormenta y que estará dispuesto a seguir hasta el final. Además, se ve la
conmoción que se vive desde lo familiar hasta el núcleo de la editorial, donde
Baltazar publicaba sus obras.
Se ve a David cada vez más
inquieto con la autobiografía de su difunto marido, incluso llegando al punto
de no saber si lo que está leyendo realmente existió o fue excéntricamente
creado por Baltazar. Asimismo, en este presente, vuelve a hacerse presente la
figura de Emilio Ovalle.
Así, ambos tiempos se entrelazan
y nos llevan a un pasado y a un presente que no están olvidados entre sí. A
ratos, pareciera que el relato se dispersa y se aleja de lo principal, como es
el caso de la historia del matrimonio de Desiderio y Cassandra, la cual aparece
cuando se muestra a Baltazar y a Emilio asistiendo a las sesiones de cine que se
realizaban en la casa de dicho matrimonio. Esto, cuando “Balta” y Emilio eran
aún unos jóvenes ochenteros. Sin embargo, esto no termina aquí: también se
narra la historia de Vera Parker, hija de Desiderio y Cassandra, quien fue víctima
de la dictadura chilena. ¿Y a qué viene esto? Les cuento, gente lectora, que no
se trata de una casualidad. Por eso, anteriormente, mencioné que “pareciera”
que la novela se dispersa de su punto central, pero se trata de un lazo que no
está al azar. Illanes sabe cómo establecer el vínculo de aquellos personajes
con los que cumplen un rol principal (En este caso, “Balta” y Emilio) No se
trata de una fuga en el relato ni de un capricho que no nos lleva a ningún lado
como lectores. Aquí las piezas no están echadas a la suerte y eso yo, al menos,
lo vi con claridad.
Nuevamente, Pablo Illanes expresa
aquella inquebrantable relación que vive entre el cine y la literatura. Me di
cuenta de esto apenas leí una cita del escritor Andrés Caicedo, antes de
comenzar la historia como tal.
Después de leer este libro, me
atrevo a decir que de las tres novelas que Illanes ha publicado, esta es la que
más me ha convencido, con sus juegos temporales en la narración, con los
secretos y señales que se van revelando en el transcurso de las páginas y esos
personajes que no se olvidan tan fácilmente.
La cinefilia, la música, las
drogas, una homosexualidad que se hace visible y otra que se niega. Las dudas, los
silencios, esos amores que se viven desde distintas dimensiones, la traición,
las ansias de fama literaria, los costos por pagar. Ese canibalismo que se
muestra brutal a la hora de crear y de destruir. Canibalismo que se encarna
desde lo protagónico y que se vuelve arrollador, alucinante. “Alucinante”,
palabra compartida por Baltazar y su cómplice cinéfilo.
Ahora que recuerdo la letra de “Entre
caníbales” de Soda, quizás, mi asociación de ideas no era tan descabellada
después de todo. ¿O sí? Ya me dirán ustedes, gente lectora, una vez que lean
este libro.
// “Come de mí, come de mi carne
(…) Tómate el tiempo en desmenuzarme (…)” //
Finalmente, empiezo a
desprenderme de mi rol de lectora para apegarme a mi piel de escritora. Desde
ahí, pienso: “¿Con cuántos escritores como Baltazar he cruzado miradas y
palabras, sin darme cuenta?” o “¿Cuántos
escritores como él me faltan por conocer?” ¿Cómo Baltazar? No sé si alguno se
le asemeje, pero la sola idea de pensarlo me provoca un leve escalofrío.
Confieso que, a modo personal, me
gustaría que esta obra tuviese una secuela. No sé si necesariamente como una
novela, pero hay un par de historias que me gustaría seguir leyendo. Se trata
de un par de personajes que me quedaron dando vueltas, a quienes aún no puedo
ver como parte de una historia concluida, de un libro que hoy está cerrado,
pero que si quisiera, podría continuar.