Recuerdo que estaba en el Centro de la Mujer de Melipilla,
cuando recibí la invitación. Estaba con mis otras compañeras que, al igual que
yo, son Monitoras en Prevención de Violencia contra las Mujeres. ¿De qué se
trataba? El título de dicha invitación se resumía ante nosotras en solamente una
consonante, pero con significados innumerables: “M”. Así nos dijeron que se
llamaba esta obra de teatro, traída a esta comuna con el siguiente motivo: el
25 de noviembre se conmemora el Día Internacional de la Eliminación de
Violencia contra las Mujeres.
Jueves 24 de
noviembre, Melipilla: Ya llegado el día, nos encontramos. Antes de
continuar, quiero aclarar que lo que leerán próximamente son mis impresiones y
no una crítica especializada que suele hacer esa gente odiosa que escribe en algunos
medios escritos. Perdón, pero mis lectores y lectoras que ya me conocen desde
antes, saben que les tengo bronca a esos personajes. De acuerdo, continuemos.
Si hay algo que quiero destacar en la obra, dentro de muchas
cosas, es la multiplicidad de facetas que se abarcaron en su transcurso. A
través de un monólogo, pudimos apreciar a distintas mujeres representadas por
la misma actriz. Y no solamente se mostraron distintos roles de mujeres, sino
que también la violencia que recibe la mujer en los distintos espacios: en lo
público y en lo privado.
Desde la ironía, la fuerza y la claridad del discurso, se
pueden reconocer diferentes situaciones que, lamentablemente, no son ficción,
ya que siguen siendo hechos cotidianos y que hasta hoy nos siguen violentando
como mujeres y como sociedad.
Hay una mujer oprimida, que para hacer algo tan simple como
ir a una peluquería, debe hacerlo escondida para no ser descubierta por su
marido, el agresor. Aquí se ve a una mujer que aparentemente es muy feliz con
el papel que desempeña, aislada y sin sentirse capaz de asumir que es una
víctima. ¿Acaso no es esta una realidad? ¿Cuántos casos así hay, en los que la
víctima se siente avergonzada, atemorizada, atada a una relación por distintos
motivos y opta por callarse y mostrar una careta ante los demás?
También se puede ver a una reina de belleza, esa que
defiende el lugar que ha obtenido gracias a los típicos estereotipos impuestos
por una sociedad machista. Aquella mujer que ha crecido con ideas patriarcales
que asume como naturales, como el hecho de crecer para convertirse en una reina
en todo sentido, incluso de la casa, siendo prácticamente una muñeca de su
marido. Se trata de esa mujer que naturaliza el machismo y que no hace propia
la lucha de género. Cuando habla de las feministas, se refiera a ellas
(nosotras) con expresiones como “esas son feas, les falta pico, son
tortilleras, etc.” Ojalá pudiéramos decir que esto no es más que ficción, tal
como en la situación anterior. Claramente, hay un mensaje detrás de ese
discurso entregado: aún hay quienes tienen esas creencias erróneas, cuando la
realidad es que las personas feministas no odiamos a los hombres, sino que
buscamos la equidad.
¿Y creen que el machismo solamente se ve reflejado en la
esfera privada, mi querida gente lectora? Hay una profesora de Historia que, en
medio de su clase (dirigida hacia nosotros, los espectadores(as)) se ve sumida
en un quiebre al ver que la historia que nos han enseñado en los colegios,
liceos y escuelas ha sido escrita y relatada por hombres. Hombres blancos y
heterosexuales, que, haciendo un parafraseo: “no contemplaron en su lucha a
indios, negros ni a las mujeres.” Se cuenta la historia de ellos, de esos
hombres triunfadores. Se citan episodios como la Independencia de Chile y la
Ilustración, en la que se destaca siempre la presencia de esos hombres privilegiados.
Sin embargo, un sonido inquietante que llena el teatro nos
arroja una pregunta esencial: “¿Y las mujeres dónde estaban?” Es una
interrogante necesaria, sobre todo para el sistema tradicional de educación.
Fueron muchas las mujeres que lucharon en aquellos años, pero fueron borradas
del relato histórico- oficial. ¿Los programas educativos pensarán rescatarlas
algún día?
Finalmente, nos vemos ante una estudiante que llena el
espacio con su discurso potente, claro y directo. Nos lleva a cuestionar las
típicas consignas que hemos escuchado durante años. ¿Para qué pedimos educación
gratuita y de calidad, si no se está contemplando la temática de género en
ella? También, se nos presenta el estereotipo constante que nos dice que “los
hombres son para la Matemática y las mujeres, para el Arte.” Quiero hablar
sobre esto último desde mi experiencia. Lo hago aquí, ya que no alcancé a
plantearlo en el Conversatorio realizado después de la obra. Soy escritora y la
literatura es un arte. Sin embargo, se trata de un arte dominado por hombres y
me atrevo a decir que he conocido a varios de ellos que son machistas. Algunos
no lo asumen, porque es mal visto, claro. Que uno de ellos te diga que “para
poder publicar tu libro vas a tener que acostarte con un editor”, ¿acaso no es
violento? Publiqué mi libro, no me acosté con nadie y para publicar mi segunda
novela tampoco lo haré. Sin embargo, hay que seguir lidiando con esos “micromachismos
literarios” y continúo en eso, aunque me agote a ratos.
¿Qué más podría expresar para dar un cierre a estas
palabras? Me siento agradecida de quienes hicieron posible esta presentación,
aunque suene cliché, pero considero importante escribirlo. Agradecida y cada
día más consciente de nuestro rol como mujeres, de nuestra lucha constante y
ojalá mucha más gente pudiera ver esta obra. Se trata de un grito necesario. Un
grito que es imposible ignorar, una vez que lo has escuchado.