Hace tiempo que no publicaba algo nuevo. Para ser exacta,
incluso meses. No es que haya dejado de escribir, pero la verdad es que este
último tiempo ha sido más movidito de lo que pensaba. Afortunadamente, la
situación laboral mejoró, decidí sumergirme disciplinadamente en la revisión de
mi próxima novela (cosa que me tiene algo agotada), sigo con más ideas y pronto
volveré a estudiar, lo cual me tiene también muy entusiasmada. No será en mi
Pedagógico del alma, pero sí en el lugar indicado y que de seguro tiene muchas
historias. Como ven, la capital y yo nunca nos hemos dejado.
Luego de contar sobre los motivos que me han tenido lejos de
este espacio, tengo que decir que ojalá fuese otro el motor de mis palabras,
pero me queda claro de que no hay caso. No hay caso con ciertos personajes y
situaciones que nos demuestran lo decadente que puede llegar a ser nuestra
penosa sociedad chilena. Así de simple y complejo, así de directa la idea. Si
escribo esto es porque quiero dejar aquí toda esa bronca que, a la vez, se
mezcla con lástima y desesperanza. ¿Y a qué viene esto? Vamos a lo concreto.
Hablemos de retroceso, de imbecilidad, de esa ignorancia que no nos deja
avanzar como país.
Comencemos el relato de este lamentable compilado de
retrocesos. Recuerdo que la semana pasada dio su puntapié inicial con una
singular noticia: el llamado “Bus de la libertad” llegaba a Chile a promover el
odio y la discriminación hacia nuestr@s niñ@s transgénero. Muchos dijeron en su
momento y hasta ahora lo sostienen: “¿Qué tiene de malo? Todos tenemos derecho
a expresar lo que pensamos.” Pues yo les digo a esas personas dónde está el
error, poco y nada me importa que me traten de soberbia. Ya lo han hecho muchas
veces, una más da igual. Nos han hecho creer que toda opinión es válida y
respetable, pero ya es tiempo de que desmitifiquemos eso. Hay gente cruel y
malintencionada que se escuda en nombre de la “libertad de expresión” y ni
siquiera les da un poco de vergüenza.
Todavía recuerdo con una mezcla de sensaciones nefastas que,
mientras tomaba un té, un programa matinal transmitía lo sucedido con el famoso
bus en las calles. Entonces, una periodista se acercó a una mujer que se
manifestaba en contra de la “ideología de género”. Cuando se le preguntó acerca
de una definición de “ideología de género”, empezó a decir una serie de
evasivas y burradas (con el respeto de los señores burritos) que no la llevaron
a ningún lado y que solo dejaron en evidencia que la estupidez no tiene
límites. ¿Salir a gritar promoviendo el odio sin siquiera saber de qué se trata
todo esto? De verdad, se nota que hay personas a las que, por lo visto, les
dieron leche con tolueno durante su infancia.
Junto con lo anterior, la seguidilla de fanáticos religiosos
y conservadores no se hizo esperar. Es lamentable que le den tribuna a ese
odioso e insoportable grupo de personajes. Como si no me hubiese costado años
aprender a superar mis inmensos prejuicios hacia los cristianos. Increíblemente,
mi mejor amigo de la universidad es cristiano, cosa impensada en otro momento
de mi vida. Aprendimos a querernos y a aceptarnos con nuestras diferencias y
semejanzas. Sin embargo, hay exponentes que dejan demasiado que desear. ¿Y
dónde está ese Dios de amor con el que tanto se llenan la boca? ¿De verdad, ese
Dios eligió como representantes a esos seres tan tarados y vergonzosos?
Cada vez que hay algún tema contingente a nivel país,
sostengo que los “argumentos” que se escudan en Dios son una soberana falta de
respeto. Al parecer, eso del estado laico todavía no se da y, realmente, lo
pienso así: ¿cómo me vería yo, si para defender una opinión utilizara a mi
personaje favorito de una obra literaria? Obviamente, perdería la seriedad y me
vería irrisoria y poco sólida ante mi interlocutor. Creo que al momento de
argumentar, hay que dejar a los dioses al margen. (Y eso que yo también tengo
mis creencias, pero me vería pelotuda si las involucrara en temas donde no
tienen pito que tocar)
Esos que tanto vociferan declarándose “pro vida”, que tanto
piden que “con sus hijos no se metan” son quienes se sienten con el derecho de
meterse cuando una mujer busca decidir sobre su cuerpo. Los mismos que tanto
dicen preocuparse por los futuros niños y niñas, pero que se espantan cuando se
habla de la existencia de niñ@s trans. Ahí se olvidan de sus derechos, claro.
Sí, los mismos que dicen que quieren “menos Estado y más familia”, pero que
cuando pueden sacar provecho de beneficios estatales, lo hacen sin chistar.
Definitivamente, aunque a algunos se molesten, esta gente no tiene vergüenza ni
dignidad.
¿Qué más? La verdad es que me extendí con el tema del bus
ese y aunque tampoco debería darle más tribuna con mis palabras, tampoco podía
quedar indiferente. Lo más lamentable es que los horrores no se detuvieron
durante la semana que pasó. Ahora, me refiero a lo que la (in)justicia chilena
hizo con Nabila Rifo. Queda clarísimo que esta es una muestra más de lo poco
que importan las víctimas de violencia de género a nivel judicial. Sucede que
ahora le rebajaron la condena al agresor de Nabila porque “no fue un femicidio
frustrado, pues no hubo intención de matarla”. O sea, te saco los ojos, te
golpeo a rabiar, te torturo, pero no quiero matarte, claro. ¿Me entienden
cuando, al igual que muchos, utilizo la expresión: “Que se acabe Chile”? Esto
es una burla, una burla realmente cruel. ¿Qué más tiene que seguir pasando para
que de una vez en Chile se condene la violencia de género como corresponde? Lo
que más asco y rabia me da es ver que aún desde el mismo poder y también en lo
cotidiano, hay quienes justifican y respaldan el actuar del victimario. Miseria
humana en su máxima expresión. Esto no tiene otro nombre, por más que traten de
buscarlo.
¿Algo más? Si seguimos hablando de violencia de género,
podría extenderme aún más. Cuestión de recordar también los (nueva y
enormemente) insólitos dichos de Alberto Plaza acerca del aborto y las causales
que hoy se discuten. Resulta que ahora “la palabra de la mujer es insuficiente
para probar una violación.” Otra vez, por favor, que se acabe Chile. No sé si
este país merece otra cosa con “pensadores” de esa calaña e insisto: qué mal
que les den tribuna en los medios de comunicación para decir tanta barbaridad
junta. Típica actitud de hombre con una posición privilegiada, por el solo
hecho de ser hombre y sumemos que también es blanco y heterosexual, es decir,
fiel exponente de la cultura dominante y que se jura juez opinando sobre algo
que no le incumbe ni incumbirá jamás, pues él al igual que tantos que se
comportan de esa forma, nunca estarán en la piel ni en la postura de una mujer
violentada. ¿Hasta cuándo algunos seguirán creyendo la imbecilidad de que una
mujer aborta por deporte, porque le gusta? Qué increíble cómo hay quienes se
sienten con el derecho y descaro de opinar tan sueltos de cuerpo, sin pensar en
las consecuencias.
Además de ser escritora, soy profe y desde mi rol, cada vez
que puedo les recuerdo a mis estudiantes que no todas las opiniones son
válidas. No lo son aquellas que promueven el odio, la discriminación y atentan
contra la dignidad de otras personas. Una opinión siempre debe ser fundamentada,
pero con argumentos serios y reales. Nunca una opinión misógina,
homo/lesbofóbica, transfóbica, racista (por dar algunos ejemplos) va a ser
válida ni aceptable. “No podemos andar opinando idioteces” creo que incluso les
dije una vez. Y es que mientras algunos insisten en hacer que este país no
avance, los demás tenemos que seguir, aunque vaya qué difícil es. Seguir avanzando
desde nuestros espacios y nuestros roles. Yo lo hago desde aquí y una vez que
vuelvan las jornadas de clases, lo haré con mis distintos cursos.
Mi abrazo infinito a mi gente lectora. A quienes me siguen
desde antes y a quienes comienzan a leerme. (Por favor, este abrazo no va
dirigido si es que hasta aquí llegó un lector o lectora que forma parte de
aquellos fanáticos a los que hoy descueré. Merecido lo tienen. Incluso para abrazar y acariciar con las
palabras hay que poner límites. Increíble, ¿no?)