No es necesario que lo niegue, yo
ya estoy enterada. Lo sé todo. ¿Acaso usted no? Si le pedí que viniéramos a
conversar al patio es porque los dos sabemos que adentro las paredes tienen
oídos y, precisamente, por eso también le pedí que habláramos. No puedo hacer
como que no pasa nada, porque del diccionario de mi vida hay una palabra que
nunca incluí, que nunca acepté: disimular. Tanta gente que nos miente hoy en
día, yo no quiero ser parte de ese verbo ni menos conjugarlo. Usted sabe de lo
que hablo, no hace falta que me mire con esa cara de perrito mojado. ¿Cómo lo
supe? De una fuente que dudo que esté equivocada, tal como ese refrán que dice:
“Cuando el río suena es porque piedras trae”. Ojalá fueran rumores, habladurías
de la señora que de pasillo en pasillo no encuentra nada mejor que hacer
circular chismes porque se ve que su vida es una soberana lata, pero a estas
alturas ya no voy a compadecerme de ese tipo de “gente”.
Sí, dire. Lo sé todo. Ya supe que
me van a echar y mi despido es un hecho, solo falta que me lo confirmen. ¿Me
dice que usted no es quien decide eso, sino la dueña del establecimiento? Claro
que lo entiendo, pero incluso así, esto ya se sabe. No hace falta que se
excuse, porque tal como una vez dijo, usted aquí “pesa menos que un paquete de
cabritas”. No lo digo yo ni mis colegas, fueron palabras suyas, ¿las recuerda?
De todas formas, es un paquete de cabritas buena onda, que conmigo supo
mantener un vínculo laboral tranquilo durante este año que estuve aquí, sin
caer en las desautorizaciones ni en acciones déspotas. Al final, es una
marioneta más, tal como yo y el resto de mis colegas. O, ya que estamos en
Navidad, podríamos ponernos a tono y decir que en lugar de marionetas somos
como esos duendes mágicos que la gente anda buscando enloquecida en el
comercio. ¿En qué nos parecemos a ellos? A nosotros también nos pusieron un
precio, pero yo no creo que la gente se distinga por su precio, sino por su
valor y yo aprendí que valgo mucho, lo suficiente como para no querer exponerme
más.
¿Qué me está preguntando? ¿Usted
cree que voy a ir a ese paseo de fin de año, ese que está programado para el
próximo viernes 28 de diciembre? No, director, yo no me voy a prestar para ese
espectáculo. ¿Para qué? ¿Para que ese parcito de cahuineras disfrute
presenciando el momento en que me digan que ya no seguiré trabajando aquí? No
voy a ser parte de ese show. Sí, usted sabe a quienes me refiero. ¿Lo ve? Aunque
usted sea el director y yo una de las profes de acá, opinamos lo mismo y nos
sentimos igual de basureados. No es necesario que se haga el desentendido (no
digo otra expresión, porque me cae bien igual) Se nota que es cierto lo que me
contó una vez: usted también se dedica a la escritura igual que yo, pero como
actor le falta práctica.
¿Sabe? Yo ahora estoy con la
actitud y la mirada de quien ya no pierde nada, pero sí lo lamento por las
estudiantes del que fue su curso de jefatura este año. Ese grupo de chiquillas
y señoras que con ilusión y una fuerza admirable luchan por sacar su Educación
Media. Ellas querían que el próximo año yo las acompañara en su licenciatura,
pero entiendo que no será así y ya no depende de mí. Solo espero que cuando en
marzo del 2019 pregunten qué pasó, quien corresponda tenga el respeto y dignidad
de decirles la verdad, a diferencia de lo que pasó este año. ¿No supo esa,
dire? Cuando empezaron las clases en marzo, una estudiante le preguntó a la
secretaria por qué ya no estaba el otro profe de Lenguaje. Le contestó que
“pasa que los profesores, a veces, deciden tomar otros rumbos…” y qué sé yo.
Por favor, no quiero que digan lo mismo de mí. Siempre quise trabajar en un
colegio de adultos, era uno de mis sueños de profe y lo logré, pero hasta
entonces no sabía por qué yo estaba ocupando el lugar de un colega querido en
ese ambiente y destacado en su quehacer. Él no tomó otro rumbo porque quiso,
sino por antojo de los poderes de arriba, porque se les puso entre ceja y ceja
a los peces gordos, tal como me pasa a mí ahora. Porque nunca me presté para sus
mierdas, sus chismes ni para ser cómplice de sus comentarios de pasillo. No me
arrepiento de mi forma de ser ni de actuar. No me arrepiento de haberles pedido
a mis dos nuevas amigas que impidieran que me celebraran el cumpleaños en el
trabajo. No hubiese soportado tanta hipocresía junta cantándome ni diciendo
palabras lindas que no sienten, menos en un grupo tan reducido donde no es tan
fácil escabullirse de la “convivencia”. Tampoco me arrepentiría jamás de no
haber cumplido con esa tradición de mierda de la “pagada de piso” (Los más
crédulos dirán que por eso la suerte no me acompañó) Y no es que yo sea una
persona engreída o algo así, pero me basta con tener un trato cordial con
quienes son parte de mi trabajo. Soy sumamente estructurada, introvertida y,
como si fuera poco, agorafóbica en tratamiento. Me basta y me sobra con hacer
bien mi trabajo y sé que lo logré. Lo sé porque es lo que me transmitieron mis
estudiantes con su gratitud y su motivación. Me llevo eso para el camino que
viene junto a un gran aprendizaje. Gracias por la oportunidad, por confiar en
mí y por su recomendación, dire. Tal como le dije antes, no importa que
tengamos cargos distintos, porque al final estamos en las mismas y las cartas
están tiradas.
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Fin de la historia:
El pasado lunes, el director nos
reunió en la sala de profes para contarnos que todos fuimos despedidos, a
excepción del típico chupamedias infaltable en todos los grupos de trabajo.
Entonces, le dije al director: “Ahora, oficialmente soy profe cesante y
escritora 24/7. A diferencia de mis compañeros, me voy con lo puesto, sin
finiquito. Creo que no me queda más que convertirme en bestseller con mi nueva novela que está a punto de publicarse.” Me
sonrió, ya no como un jefe, sino como uno más de nosotros. No hizo falta esperar
hasta el 28. La olla a presión no dio más, el telón se cayó antes de tiempo y,
de verdad, aunque suene insólito, lo agradezco.