Érase un país situado en un
rincón del mundo y que al lado de los demás, hasta hoy luce pequeñito y
ensimismado en el mapa. Un país que entre su longitud y angostura guarda
historias infinitas y que muchas veces permanecen invisibles y en silencio.
Luego de algunos años, me declaro como una narradora que ha vivido más de
alguna de esas historias desde un rol valiente, pero ingrato: el de profesora.
¿Cómo es realmente ser profesor y
profesora en Chile? Voy a contar mi experiencia y la de quienes comparten
conmigo esta profesión. Es cierto que si hablamos de las vivencias de quienes
somos docentes, el abanico es amplio y está colmado de matices. Por mi parte, esto
es lo que quisiera contar.
De partida, ocurre algo insólito,
vergonzoso y repudiable: esta es la labor en la que se reciben un sinfín de
comentarios vacíos, cargados de juicios erróneos y desinformados de parte de un
montón de gente que, digámoslo, NO TIENEN IDEA de cómo es realmente esto de ser
docente en Chile. Es sumamente cómodo y simplista empezar a cacarear desde el
rol de espectador y decir: “es que la educación está así de mal por los(as)
profes”, “es que los(as) profes tienen la culpa”, solo por mencionar algunos
ejemplos. Me pregunto si esas personas
se habrán puesto a pensar alguna vez en lo penosas que se ven y se oyen haciendo
esos comentarios. Pareciera que no. (Ahora, que los aludidos vengan de a uno a
cuestionarme y a salir con la soberana pavada de que “soy una profesora que no
tiene vocación”)
Hasta hoy es mucha la gente de
esta singular sociedad chilena que piensa que los buenos profesores y profesoras
son quienes se desviven por su trabajo, tomando un rol de mártires, apóstoles,
superhéroes e incluso niñeros(as) Sin embargo, estoy segura de que aquellas
personas no serían capaces de sobrellevar ni siquiera un par de horas
pedagógicas diarias en aula.
Durante mi camino como profe ya
he visto, he oído y he vivido bastante, aunque no lo crean. Me he encontrado
con esos hijos de nadie por los que precisamente nadie de su entorno apuesta,
he conocido el abuso de poder y he escuchado a muchos personajes de áreas
ajenas que juran que conocen lo que es ser docente y tienen el descaro de decir
cómo debemos hacer nuestra labor. ¿Acaso saben lo que es trabajar durante
horas con cursos muy diferentes entre sí y que en cada uno existen muchos(as)
estudiantes y que, además, en cada uno de ellos(as) hay un universo lleno de
sueños, temores, dolores, historias, ausencias y más?
Si tengo que situarme en mi
presente como profesional, puedo decir que este año ha resultado ser una vorágine
que no voy a olvidar. Comencé a trabajar en un colegio de adultos en el que
costó adaptarme, al ser nueva en un equipo desconocido. Sin embargo, siempre
quise ejercer en esta modalidad. Lo que mi ingenuidad no sabía es que el
desafío es más complejo de lo que se cree. Tengo estudiantes que reafirman mi
amor por esto y que le dan el sentido y la fuerza que, a veces, creo perder.
Tras la otra cara de la moneda, están quienes no hacen más que daño a sus
compañeros y a quienes trabajamos en la aventura de educar. Quizás, otra vez
surgirán los ilusos que digan “¿y dónde está tu vocación para rescatar a esos
pobres estudiantes, víctimas de un sistema y una vida cruel y que necesitan
amor, contención y ser escuchados?” No crean que no lo he hecho, que no lo intentado,
pero no siempre resulta y no es justo que seamos los profesores(as) quienes
tengamos que asumir roles que no nos corresponden ni tapar agujeros que no
tendríamos por qué. Eso no quiere decir que los y las estudiantes nos sean
indiferentes, pero esto también desgasta. Por favor, no le llamen “vocación” a
aquello que, en realidad, pasa a ser abuso. Lo expreso, sobre todo, al recordar
que una amiga y colega hace unos meses
fue amenazada de muerte por un alumno. Pese a que el joven en cuestión ya no
está en el establecimiento, la sensación de vulnerabilidad y violencia ejercida
hacia mi amiga no se ha borrado y resulta peor al escuchar que quienes tienen
cargos superiores a nosotras hasta hoy le bajan el perfil al asunto porque “hay
que retener a los chiquillos, que no se desmotiven porque está el tema de la
subvención”. ¿Y quién se preocupa de nuestra desmotivación e integridad? ¿Acaso
no les importa?
Por otro lado, hasta inicios de
este año yo era docente de uno de los preuniversitarios más reconocidos y con
más sedes a nivel nacional. A pesar de lo cruel e injusta que considero la tan
temida PSU, mi convicción a la hora de trabajar ahí siempre fue impulsar a los
y las estudiantes a cumplir sus sueños. Sin embargo, todo se desmoronaba al
momento de ver mi trabajo expresado en gráficos y números. Parte del juego, lo
sé. Lo que no esperaba era que a través de un correo me dijeran que yo no
seguiría trabajando como se había acordado, ya que “no hubo demasiadas ventas
para abrir más cursos”. Sí, ventas. Los y las estudiantes se reducen a números,
sus matrículas son ventas y así se da. Fueron más de dos años que concluyeron
en un despido frío, que ni siquiera dio para eso, escrito con cobardía y
menoscabo, porque en este juego los profesores(as) somos desechables, a pesar
de los reconocimientos que llegué a obtener. Y aunque guardé mi experiencia y
mi decepción en el color verde del cuello y los puños del que fue mi delantal
blanco, si pudiera volver a ser parte del sueño de más estudiantes para
alcanzar lo que buscan, lo haría, pero siempre manteniendo el corazón antes que
los numeritos y puntajes. Por experiencia propia, supe que es posible que así
sea.
Así es, mi gente lectora. Ser
profe en un país como Chile no es lo que muchos piensan. En un lugar donde la educación
se sigue viendo como un bien de consumo y quienes ejercemos este trabajo somos
constantemente cuestionados sin conocimiento de causa la mayoría de las veces,
esto es un verdadero acto de amor y valentía. Porque mientras muchos critican y
se quedan mirando, seguimos adelante. Y sí, es verdad. Somos un peligro para el
poder, porque así de importante es la educación. Tener el espacio y la
posibilidad de transmitir y recibir educación nunca será algo menor. Feliz Día
a todas y todos los colegas, a quienes me inspiraron a elegir este camino
(especialmente a mis padres), a los(as) que no han recibido el reconocimiento
que merecen y a quienes, pese a todo, luchan día a día. Gracias por tanto.