Todavía recuerdo con claridad el
día en que corrió un registro audiovisual donde se pudo ver al ahora ex
ministro de Salud, Jaime Mañalich, dirigiéndose a la prensa con un tono altivo
y brutal, fiel reflejo de su forma de enfrentarse a lo que le rodea: “Yo te
digo una cosita, conmigo no se tontea. O sea, la protección que tengo es tan
fuerte… que…”
Así lo tengo presente, con una
impronta de quien se sabe a salvo, como si estuviese siendo resguardado desde
el mismísimo Olimpo o cualquier otra creencia que aquí se quisiera insertar.
Siempre me llamó la atención especialmente esa suerte de “seguridad” con la que
hablaba, con la que se dirigía a quienes se atrevían a cuestionar su gestión y
sus declaraciones. Una seguridad que dejaba de ser tal para aferrarse a algo
siniestro. Todo un intocable.
Una de sus últimas “frases para
el bronce” fue aquella donde ya dejó de manifiesto lo que todos sabíamos, pero
que desde el poder no habían sido capaces de afirmar de frente, cuando sostuvo
que las supuestas fórmulas de proyección con las que se sedujo en enero se
derrumbaron “como castillo de naipes”. Yo me pregunto, ¿de verdad no veía lo
evidente, ex ministro? ¿En serio seguirá asegurando que nadie se lo advirtió? Y
es que mientras él repetía con plena certeza sobre las felicitaciones
internacionales que recibía por su desempeño como ministro, la pandemia se
extendía sin tregua ni distinción, pero como el hilo siempre se corta por lo
más delgado, es sabido que es el pueblo el que hasta hoy sigue pagando el costo
de su arrogancia.
¿Aún seguirá pensando que la
medida de cerrar las escuelas fue un grave error? Según él, esto dejó a los
estudiantes sin vacunas, educación, comida ni protección. Sin embargo, si esto
no se hubiese hecho, la situación sería aún peor de lo que es. Lo sostengo
porque soy profesora y sé cómo es esa realidad. Además, la alimentación y
turnos éticos continuaron y, con respecto a las vacunas, se debe dejar en claro
que si no las recibieron antes fue porque no las hicieron llegar, al menos en
la comuna donde vivo. Mis padres también son docentes y en sus trabajos
coincidía la situación: al momento de llegadas las vacunas estas se pondrían,
pero en ese momento ni rastro de ellas. Y sí, está claro que esta pandemia ha
dejado aún más al desnudo la cruel desigualdad de Chile, pero en la continuidad
de lo presencial hubiese sido aún más crítico el panorama. Mírenlo, “el
protegido” escudándose a toda costa en los desprotegidos. Todo con tal de no
dar el brazo a torcer.
Es más, cuando los alcaldes y
alcaldesas estaban pidiendo con insistencia la cuarentena total, se empecinó en
no querer escuchar y en insistir que esta medida era insensata,
desproporcionada y populista. Quizás, si hubiese escuchado, hoy no estaríamos
lamentando toda esta cantidad de enfermos y de muertos, pero no… era mejor
jugar a ganador con la soberbia como fiel aliada.
Y no, no resultó. La “nueva
normalidad” no fue más que un simulacro miserable, un chiste cruel para seguir
como si nada, arrojando así a tanta gente a un abismo de incertidumbre. No
volveremos a tomar café ni cerveza como en otros tiempos, ese intento por
sostener una escenografía admirable ante el resto no es más que una de las
tantas mentiras que nos han tratado de vender y que ahora terminó de venirse
abajo. Tampoco el virus se convirtió en
una “buena persona” como lo dijo su singular pronóstico. El verdadero castillo
de naipes, ex ministro, se derrumbó hace tiempo y no fue capaz de asumirlo. Se
derrumbó cuando hizo oídos sordos a quienes le pusieron en alerta ante el
peligro de la pandemia, cuando minimizó lo catastrófico del virus en el país y
en nuestro día a día. También, cuando se dedicó a hacer alardes de su rol como
ministro, jactándose de las felicitaciones ajenas, mientras que todo a su
alrededor se volvía cada vez más precario y desesperante, entre enfermos,
muertos y otros tantos que ni siquiera sabemos si alguna vez serán
contabilizados. Ni siquiera eso se le puede creer. Se derrumbó, cuando dejó en
evidencia que no era consciente del nivel de pobreza y hacinamiento existente
en el país donde fue ministro de Salud.
Al final, ¿de qué sirvió tanta
soberbia, si a regañadientes igual tuvo que reconocer que el telón le cayó
encima, ex ministro? Entonces, vuelvo a recordar cuánto le molesta que se metan
con él, mientras yo “tonteo” escribiendo estas palabras, ignorando que alguna
vez él se sintió un dios de un Olimpo falso y decadente, aunque hoy quiera
negarlo. ¿Dónde está esa protección tan fuerte que tenía? Quizás, saldrá a
flote en el momento en que la memoria insista y porfíe, porque no sería justo
que una vez afuera del ministerio se desentendiera de todo lo que provocó.
¿Acaso tendrá bajo la manga la última carta de su derrumbado castillo?
Romina Anahí
Escritora