Ya es oficial: regresé a la locura de las redes sociales.
Esta mañana, cuando entré a mis cuentas de Facebook y de Twitter, me encontré
con una sorpresa. Vi los muros llenos de fotografías gatunas y, finalmente, en
medio del mundo tuitero descubrí que #DíaInternacionalDelGato era una de las tendencias
de la jornada (O Trending Topic, como
les llamamos a los temas más comentados en este espacio de los 140 caracteres)
Incluso yo me sorprendo de dedicarle algunos párrafos a este
singular felino, si es sabido que siempre mi amor por los perros ha sido único
e infinito. ¿El motivo? No estoy tan segura como quisiera, pero recuerdo que
desde niña, mi viejo decía: “No me gustan los gatos. Son traicioneros.” Tiempo
más tarde, para mi mala suerte, comprobé que no eran solo palabras. ¡Ojo! Que
aquí viene lo que más lamento y, por favor, los y las amantes de los gatos no
se ofendan ni me odien, solo esperen leer esto completo y me comprenderán, eso
espero. (Tengo varios lectores y amistades “cat lover” a quienes quiero mucho, pero
esto es lo que he pasado) Con el pasar de los años encontré eso que algunos
llaman “denominador común”: esquivos, impredecibles, nunca estoy segura de sus
reacciones: si al recibir cariño lo corresponderán o van a sacar sus garritas y
romper un momento bonito. Tampoco he sabido comprender eso de su ir y volver:
están cuando quieren, pueden ir y retornar cuando les dé la real gana, como si
nada, manteniendo en los ojitos ese qué sé yo especial, pese a todo. Esas
mismas características, finalmente, empecé a atribuirlas a algunas personas que
se cruzaron en alguna etapa de mi vida. ¿Qué tenían de especial estas personas? Alguna
vez las quise (o amé, en el caso de un hombre), pero tenían eso de desaparecer,
de entregar cariño condicional, esa cuestión de marcharse sin avisar y de
volver a mi lado cuando menos lo esperaba yo, sin siquiera dar explicaciones
(muchas veces).
Estas personas de las que hablé recientemente, tienen algo
más y aquí me detengo, otra vez: hice un balance de las personas que en algún
momento de mi vida me han fallado, se han marchado sin boleto de vuelta y sin
dar motivos o que creyéndolas cercanas, me han hecho ver que solo hemos
compartido un lazo condicional, que puede destruirse o renacer en cualquier
momento.
Hace años, en medio de un episodio que me encegueció de
dolor y que me tuvo hundida por mucho tiempo, en una conversación animalística,
mi viejo lo dijo: “Los gatos son traicioneros” y yo, sumergida en el recuerdo y
en la rabia del momento, le respondí: “¡Y la gente que los ama también!”… Han pasado varios años desde esas palabras y,
con el corazón más calmado, puedo decir que me equivoqué.
Hace poco me fui de vacaciones con mi familia. Recorrimos
distintos lugares de la V Región. ¿Por qué les cuento esto? Pareciera no tener
relación con este escrito, pero ya verán. Nos quedamos en una cabaña y, luego
de instalarnos, apareció un invitado bastante singular: un gato blanco que, por
lo visto, venía a darnos la bienvenida. De repente, se lanzó hacia mí, empezó a
ronronearme y se acurrucó a mi lado. Yo me quedé inmóvil, lo toqué temerosa,
esperando que en cualquier momento sacara sus garras o me abandonara, ante
cualquier muestra de cariño que yo pudiera darle. Un rato después, se retiró.
Así, lo hizo el resto de los días que estuvimos ahí. Nos visitaba, daba vueltas
y, sorpresivamente, mi hermana dijo: “Este es el gato más perro que he visto”.
El minino parecía buscar cariño constantemente, al parecer, una ternura… pero no
logré fiarme, siempre me fui con cuidado con él, “tal como lo estoy haciendo
con algunos cat lover, hace tiempo”, pensé entre risas tímidas.
Si me preguntan, puedo decir que Gaturro, la Hello Kitty y
el Grumpy Cat (del meme) son fascinantes… ehhh… ¿Ellos cuentan como gatos o no?
Como sea, estos felinos no dejan de ser protagonistas de varias historias.
Jorge González cantando “Carita de gato”, Neruda con su “Oda al gato”, Borges con "A un gato", el gato Simenon que acompaña al detective Heredia en las distintas novelas del escritor Ramón Díaz Eterovic y, así,
suma y sigue. Tengo más de algún conocido amante de los gatos en el mundito
literario y, en realidad, es gente bonita. Incluso yo, ahora, estoy escribiendo
unas inesperadas y desconocidas letras “gatonescas”. Cuesta creerlo. Y sí, una
vez alguien dijo que el hecho de que a una persona le gusten los perros o los
gatos dice mucho de quién es. Creo que puede ser cierto y, en realidad, tengo
la costumbre de que cuando empiezo a conocer gente, llega el momento y
pregunto: ¿Prefieres los perros o los gatos? Si la respuesta es la segunda
opción, confieso que sonrío lidiando con mi decepción, pero a la vez pienso: “Aquí
hay alguna sorpresa, no hay que confiar de inmediato, pero seguro se trata de
alguien especial y que, aunque vaya y venga por la vida, ojalá se quede y me
acompañe, cuando quiera.”