Y como dijo alguien por ahí: “¿Quién dijo que las segundas
partes son malas? Algunas pueden ser peores.” No sé si eso se cumplirá con este
escrito, exactamente. Decídelo tú, mi querido lector. Yo, por mi parte, no
pensé que después de “Que no se apague la radio” vendría una segunda parte,
pero aquí está. ¿El motivo? Si se quiere, siempre habrá uno.
Ahora, que estoy en pleno “Modo Pedro Lemebel” (Pronto les
contaré por qué) pienso en que ojalá yo tuviera un poco de esa maestría que él
sabía plasmar de manera única. Sí, ojalá pudiera escribir algo así como una
crónica dedicada a Radio Alterna, justo a días de eso que llaman “el fin”.
Bueno, este es el intento que hago.
El otro día, un amigo al que no veo hace tiempo me dijo que
se encontraba muy afectado con el cierre de la radio. En medio de una semana
que ha tenido de todo y de nada para mí, empecé a ver cómo muchos empezaron a
mostrar la tristeza (incluso la rabia) al saber que la llamada radio del rock y
la cultura tiene ya su fecha de… término.
Todo indica que ya queda poco y duele hasta escribirlo. ¿Y
por qué lo escribo? Porque creo que es lo que tengo más próximo en estos
momentos. Todo pareciera recordarlo, incluso aquellos detalles que no pasan
piolita. Hoy estaba almorzando y, en medio de una música de fondo, la Alterna
lanzaba un anuncio mencionando lo que viene el próximo domingo. Días antes, fue
la publicidad: nunca pensé que mi lugar de trabajo saldría nombrado dentro de
los comerciales de la radio, pero así se dio y se nota. ¡Es más! Los muchachos,
a través de las redes sociales, están invitando constantemente a la gente a que
escriba y comparta sus recuerdos en torno a la radio. Yo ya he hecho lo mío,
pero siempre hay algo que puede quedar en el tintero.
La semana pasada, en medio de tanto comentario habido y por
haber, me encontré con uno que me pareció un poquito… imbécil. ¡Con respeto!
Como dijo el Mago, claro. Y cuando utilizo la palabra imbécil, lo hago “desde
la raíz latina”, así que no lo tomemos como un insulto. (¿Suena creíble o no?
¡Ja!) El comentario en cuestión, aludía a que no era necesario reclamar, que
para eso nosotros, los auditores, podemos ir directo a Youtube y listo: todo el
rock que queramos. No, gente bonita, cero idea de trasfondo. No se trata de eso
y cualquiera podría comprenderlo sin demasiada explicación, porque cada uno
entiende la importancia de la radio desde su experiencia. Por ejemplo, en mi
caso, no solo queda el valor de la música y de la compañía programática. El año
pasado (no recuerdo el mes, exactamente) yo estaba comenzando a escribir mi
tercera novela. Según la temática, me faltaba una de las protagonistas y me vi
ante una inquietud que empezaba a desesperarme de a poquito.
Era de noche y comenzaba aquel programa: los locutores al aire
y una invitada muy singular. Cuento corto: Ante un mensaje de saludo mío, la
muchacha en cuestión se enojó, ya que yo al saludar “a los locutores” incluía a
su pololo y eso no podía ser. Me insultó vía Whatsapp y me bloqueó. Sin
embargo, lo que realmente me dolió fue una terrible falta ortográfica suya y
que, a veces, por las noches, no me deja dormir. (En esta parte, lector,
inserta toda tu ironía y la risa que quieras) Sí, insólito, pero ya ven. Horas
más tarde, tras recibir explicaciones de quien no tendría por qué habérmelas
dado, entendí todo. La chiquilla mencionada tenía ese qué sé “sho” patológico
(quizás, no asumido) que le hacía falta a mi libro. ¡Ahí estaba! Lejos de
asustarme, lo único que ella consiguió fue quedarse pegada en medio de los
capítulos que hoy sigo narrando. ¡Ojo! Esto no lo hago como acusación, digamos
que no es más que parte del anecdotario para coleccionar. ¿Cómo no voy a tener
recuerdos notables? La radio me acompañó por años y, en el último tiempo, le
dio una nueva luz y nuevos personajes a mi creatividad.
¿Y ahora qué? Por lo visto, manifestarse no se traduce más
que a muestras de apoyo y cariño. Pareciera que como auditores no se puede
hacer demasiado y qué ganas de equivocarme. Yo, por mi parte, escribo. Aunque
suene súper coloriento (o adjetívenlo como quieran), escribo como quien no hace
más que esperar su sentencia porque no tiene otra salida y sus cartas ya fueron
apostadas. Y a pesar de todo, como tanta gente, siento que sería buenísimo
creer que esta historia va a dar un giro de esos que dan sorpresas de esas que
dan gusto encontrar. Por el momento, ¿qué más? Ojalá que, tal como lo dice el
último anuncio radial, nos volvamos a encontrar. Esperemos que más temprano que
tarde.
Como lo dije en un comienzo, no tengo la maestría que
quisiera. Quizás, solo el gran Pedro podría darle cuerpo a un relato firme y
como merecen, pero por intentos no me quedo.
¡Salud! (Ok, es jueves, pero si quieren, tómenlo como una
forma de terminar esto)
P.D: Si la situación lo permite, quizás, incluso pueda
escribir la tercera parte de “Que no se apague la radio”. Sería mi primera
trilogía bloguera.