Este 17 de marzo
me levanté con una idea fija: escribir sobre aquello que muchas mujeres callan
y que otras tratamos de expresar con miedo y rabia, siempre exponiéndonos a que
minimicen esta realidad.
En un día como
hoy, hace dos años, el proyecto de Ley de Respeto Callejero ingresó al
Congreso. Sin embargo, este hasta ahora se encuentra dormido y estancado,
mientras que el acoso callejero sigue siendo parte del diario vivir de tantas
mujeres. De verdad, yo me pregunto, ¿qué más tiene que pasar para que de una
vez este proyecto se lleve a cabo?
¿Y por qué no
decirlo? Es insólito que se tenga que llegar a esto para que podamos transitar
tranquilas por las calles. Qué lamentable que se deba establecer una ley para hacer
algo tan básico como debería ser caminar sin miedo.
Hace algunos
días, por redes sociales, tuve la oportunidad de leer el testimonio de una
joven que iba rumbo al metro tomando helado, cuando un tipo le susurró en el
oído un comentario de evidente connotación sexual: “Oiga, qué le gusta
chuparlo, mijita.” Javiera, la víctima de este hecho, comenzó a gritar a viva
voz y lo increpó. El problema es que no todo quedó ahí, sino que a esto se sumó
un hombre de terno, con clara apariencia de ser del barrio alto, quien la trató
de histérica, de loca y, peor aún, se atrevió a decirle que si el tipo del
asqueroso susurro hubiese sido “rico y guapo” ella estaría “muerta de la risa”.
Ante esto, Javiera se defendió y derramó su helado en la ropa del “terneado”.
Él comenzó a gritar, pero la joven dio el golpe final con un certero
comentario: si él la encontrara guapa o rica, él estaría riéndose.
La experiencia
relatada anteriormente sirve de ejemplo para visibilizar una realidad que
ocurre todos los días en la vía pública y las mujeres estamos expuestas a esto.
En este caso, Javiera se defendió, pero lamentablemente aquello no suele
suceder. Muchas mujeres callan ante estas agresiones, yo también lo he hecho:
por miedo, por quedar tan intimidada al punto de no poder sacar la voz, por
vergüenza, por no querer quedar ante el resto como una “cuática o histérica”.
Aquellos que nos
dicen que “le damos color” al levantar la voz frente el acoso callejero, dejan
en evidencia lo decadente y miserable que puede llegar a ser esta sociedad.
Cuando ponemos en el tapete estos actos violentos no exageramos, sino que nos
empeñamos en mostrar una realidad que muchos no quieren ver.
Eso de que “los
piropos son algo bonito, parte de la picardía del shileno y deberíamos estar halagadas y agradecidas de recibirlos”
no es más que una mentira para seguir perpetuando una costumbre que debe
desaparecer. El Acoso Sexual Callejero también forma parte de los distintos
tipos de violencia dirigidos hacia nosotras. Y no, no exigimos respeto “por ser
mujeres”, sino por ser personas, tal como los hombres. ¿Tanto les cuesta
entender a algunos?
Voy a citar una
parte un estudio realizado por el Observatorio Contra el Acoso Callejero
(OCAC): “Las mujeres jóvenes son el grupo más vulnerable, pues 97% de ellas ha
sufrido acoso en el último año, la mitad por lo menos una vez a la semana y dos
de cada 10 con frecuencia diaria.”
El estudio al que se hace referencia fue realizado
hace dos años y, por lo tanto, se hace necesario volver a mencionar que, según
el OCAC: “Desde que el proyecto de ley ingresó al Congreso, el 17 de marzo de
2015, hasta el día de hoy, han ocurrido más de 30 millones de acosos sexuales
en espacios públicos solo en la Región Metropolitana”.
¿Acaso no es indignante? Con un nudo en la garganta y
en el estómago, más de una vez he tenido que escuchar y leer brutalidades como:
“Es culpa de ellas, porque andan provocando. ¿Qué quieren, entonces?” Hace
solamente unas horas, leí el comentario de un tipo que escribió en redes
sociales, luego de la publicación de una noticia sobre la importancia del
Respeto Callejero. Al principio, creí que él hacía una broma de pésimo gusto.
En realidad, no fue así, solo lo quise creer. El macho en cuestión escribió que
el acoso “Es culpa de las putas que nos quieren calentar a nosotros, los chicos
buenos.” Junto a eso, también añadió: “Debería existir también una ley que
castigue las transparencias y escotes (…) Eso también es acoso hacia nosotros,
los hombres.” (Estas citas las traté de adaptar, pues los comentarios
originales tenían errores ortográficos) ¿Cómo es posible que todavía tipos como
él tengan el descaro de creer eso?
Quiero destacar, espero que quede bien claro, que la
violencia de género (en este caso, el Acoso Sexual Callejero) jamás es ni será
culpa de la víctima. El único culpable
de la violencia, de cualquier tipo, siempre va a ser únicamente el agresor.
Nadie más. A los machitos que juran que nos vestimos para provocarlos y
exponernos gratuitamente, por favor, desechen la idea de falocentrismo que tan
arraigada tienen.
El Acoso Sexual Callejero traspasa las barreras
referentes a las edades, clases sociales y lugares donde vivimos y nos
desenvolvemos. Este no es exclusivamente verbal. Por ejemplo, también se incluye
lo no verbal (miradas, sonidos), físico, registro audiovisual hasta los casos
más graves.
Los machos
cobardes están acostumbrados a que nosotras recibamos dicho acoso en silencio,
para que así ellos puedan seguir haciendo y deshaciendo, ejerciendo un poder que
nos sigue violentando. Vuelve a mi memoria el testimonio de Javiera, la joven
que mencioné anteriormente. Al recordar su actuar frente a aquel par de
machistas, regresa a mis ideas aquella consigna que expresa fuerte: “Ninguna
agresión sin respuesta.”
(Imagen: OCAC)