Los días de lucha y de
resistencia siguen sumándose en el calendario de este Chile más encendido y
luminoso que se haya imaginado en el último tiempo. La gente se organiza y ha
retornado una sensación de comunidad que casi no recordaba. Ya no es novedad
decir que esto dejó de ser lo que en un inicio solo se veía como “el alza de los pasajes del transporte
público en Santiago”.
Ahora las personas han vuelto a
reconocerse en sus espacios y, por más que alguien se atreviera a negarlo, esto
nunca volverá hacia atrás. Precisamente, es la idea y la sensación latente que
flota, mientras en un pleno acto de porfía, nos quieren llevar de golpe a
recluirnos en una palabra aparentemente indefensa, pero que hoy no podemos
permitir: “normalidad”.
La normalidad y el constante
llamado del gobierno a regresar a ella. Ese grito desesperado, pero vacío que
solo quiere que volvamos a encajar en una realidad que de tanto soportarla nos
terminó haciendo explotar desde lo personal y lo colectivo. Y, de verdad, esto
último no podría ser mejor. Lo más seguro es que ante esta afirmación, alguien
se refugie en la ya clásica idea de los saqueos y el tan manoseado vandalismo
del que hablan por los medios televisivos. Claramente, esto no es cuestión de
azar.
La semana recién pasada, en un
pobre e ingenuo intento por volver a clases, me reencontré con mis estudiantes.
Estuvimos dialogando en torno a la contingencia actual, escuché sus impresiones
sobre lo que ha estado ocurriendo y también recibí aquel cuestionamiento de
aquellos(as) jóvenes frente a la forma en que muchos medios de comunicación
buscan plantear este movimiento social. “Profe, ¿por qué la tele miente?”, “Profe, le dan más importancia a los
supermercados saqueados que a la gente que ha muerto”. Y así, la inquietud de
mis estudiantes se suma a la de tanta gente que siente y que piensa igual.
Es
que ya es todo demasiado evidente. Desde el poder creyeron que esto pasaría
pronto, que nos conformaríamos con las irrisorias y decadentes medidas parche
anunciadas por el gobierno, pero no. Es como cuando te han dañado tanto, que ya
no sientes miedo ni estás dispuesto(a) a seguir creyendo en frases hechas que
ya no compras de tanto que te mintieron antes. Así está Chile ahora, aunque los
intentos por concluir con esto no se han detenido.
“Volvamos a la normalidad”, “normalización
constitucional”, “normalizar la vida cotidiana”. Es lo que se ha oído hace
varios días, mientras nos tratan de apagar en medio de esta lucha que tanto
sentido nos ha regresado. No es casual que haya personas que se sientan mejor,
más vivas y felices luego de este sublime estallido. ¿Acaso es posible, en
medio de este caos aparente? Este movimiento vino a cuestionar nuestro modo de
vivir, en el que constantemente nos vemos presionados a ser parte de un
espectáculo que nos duele de lunes a viernes. “No era depresión, era
capitalismo” expresan algunos. Esto dice muchísimo de cómo nos hemos ido
uniendo, luego de ni siquiera haberlo considerado.
¿A qué normalidad quieren que
volvamos? ¿A esa que nos empuja por inercia a actuar en medio de un contexto
cruel, en medio de una sociedad que nos violenta con su maldita indiferencia?
¿A esa normalidad que nos quiere como corderitos ordenados y silenciosos en su
rebaño? ¿Nos quieren en la normalidad de los que aguantan una vez más los
abusos de tantos años? ¿A esa normalidad que justifica que pacos y milicos
impongan “orden” a través de su violencia desmedida y miserable?
¿De qué normalidad nos hablan
desde el poder?, ¿realmente los gobernantes de esta convaleciente y despierta
franja de tierra nos quieren ver de esa forma?
Vivo en Melipilla, una comuna en
la que jamás habían ocurrido hechos como los de los últimos días: en medio de
las movilizaciones, llegaron hasta aquí un montón de uniformados que no
pertenecen a este espacio. El gobernador, a través de sus redes sociales, los
recibió con una alegría y admiración que abiertamente, siguen dándome rabia y
asco. Esos uniformados afuerinos desde hace días que empezaron a hacerse su
fama. En las marchas, ningún reparo en disparar a quien fuese, con tal de
callar a quienes pudieran resultar una “amenaza al orden público”. Un nivel de
violencia que, incluso desde palabras de mis padres “ni siquiera se había visto
en la época de dictadura aquí en Melipilla”. Balas, sangre, heridos que incluso
no podemos contar como un capítulo finalizado, pues esto ha seguido pasando.
Y así, como en mi tierra natal
ocurre, se da en cada rincón de Chile. Yo me sigo preguntando, ¿así quieren
imponernos su normalidad de mierda?
¿Creen que después de tantos golpes, violaciones y muertes esto volverá a ser
como antes? No quiero que así sea, no quiero que olvidemos y confío en que no
lo haremos.
Es de una violencia tremenda
pedirnos que la “normalidad” vuelva a tomar la tribuna que tuvo hasta hace un
par de semanas. Porque es imposible ir con ese discursito indolente por la
vida. ¿Acaso los familiares de nuestros muertos “en democracia” volverán a ver
o sentir su vida desde la “normalidad”? ¿Alguien puede creer que los
sobrevivientes de torturas y heridas volverán a esa normalidad que tanto
predican?
Yo no quiero ni concibo esa
normalidad para mi gente, porque fue precisamente esa normalidad la que nos
lastimó tanto hasta tener que llegar a este punto. Sí, hemos llegado lejos y me
emociono, en medio de testimonios que continúo reconociendo y de acciones que
cada día me van devolviendo más fuerza y convicción aún.
Romina Anahí