Pasan los días y, lejos de
parecer decaer o apagarse, el movimiento social que se expandió a nivel
nacional sigue en pie, de frente y sin miedo. Levantándose, sacudiéndose y
reaccionando después de tanto tiempo, de tantos años en los que el pueblo
chileno vio derrumbada y burlada su dignidad. Tantas veces hasta que no dio
para más. Como el personaje adormecido de una historia que le estaba pasando
por encima, Chile hizo de su rabia y su dolor un rugido que ha hecho eco
traspasando las fronteras y los temores que lo callaron alguna vez.
Y es que en medio del contexto
sociopolítico en el que nos encontramos, es sabido que en algún momento esto
tendría que ocurrir. Ya se ha dicho bastante que las manifestaciones que hoy
agitan el país “no son por 30 pesos, sino por 30 años”. En realidad, más de 30
años. Muchas de las demandas que hoy se mencionan y salen a la luz en voces y
pancartas, vienen arrastrándose desde la dictadura. En un inicio, si bien es
cierto, lo más visible fue el tema del alza del transporte, pero con ella
también se alzaron los gritos de la gente exigiendo cambiar un sistema que no
ha hecho más que vejar la dignidad de las personas, partiendo desde una
constitución que permanece desde la dictadura misma, pasando por el costo de la
vida que se eleva ante sueldos escuálidos y estancados, siguiendo por un
sistema de salud que castiga a quien no puede pagarlo y para qué decir las
pensiones de hambre y crueldad que reciben los adultos y adultas mayores.
Podría continuar enumerando el listado. Increíblemente, aún en estos días aún
hay quienes creen “ingenuamente” que esto solamente se trata de “30 pesos”.
Con el paso de las horas, Chile
ya no tiene miedo, sino que se moviliza desde una comprensible y poderosa rabia
que le ha hecho al fin tomar el rol protagónico que le corresponde en su
historia. Sin embargo, siempre hay personajes en este relato que van a realizar
intervenciones nada más que para empeorar el panorama. Por más que se haya
escudado en su “indignación”, no olvidemos que desde su cargo de presidente, Sebastián
Piñera se atrevió a decir que “estamos en guerra”. Una guerra inventada que,
claramente, busca alarmar, despertar el terror del pueblo y dividirnos. Por más
que quiera hacer creer lo contrario, está perdido. Sacó a los milicos a la calle
(Lo siento, pero aunque la formalidad diga otra cosa, ni mi sentir ni mi pensar
me permiten llamarles “militares”) y estos han herido y matado como si
estuviéramos en aquel período dictatorial que tanto dolor aún causa en tanta
gente. Y a ellos se suma todo personaje descontrolado e irreflexivo con
uniforme, que sin reparo alguno vuelve y dispara las armas en contra de su
pueblo con tal de defender a quienes dicen gobernar.
Cuando hace días esto comenzó con
las llamadas “evasiones masivas” en el metro de Santiago, de inmediato desde el
poder llenaron los medios de comunicación insistiendo con que esta “no es la
forma” de manifestarse. ¿No es la forma? ¿Acaso fueron capaces de escuchar
cuando innumerables veces se realizaron marchas e intervenciones llenas de
colores y alegría? ¿Se atreven a decirnos que no es la forma, cuando sin reparo
alguno dejan que hieran y asesinen al pueblo chileno?
Gobernantes déspotas, que
aún tratan de sostener una máscara que ya no les queda. Nos hablan de diálogo
apuntándonos con sus armas y yo no puedo más de asco y de rabia. No les perdono
estas muertes que reducen a cuerpos sin rostro, no les perdono su soberbia
ambiciosa, no les perdono por nada que después de tantos años hayan devuelto a
mis padres el dolor y el miedo que les dejó la dictadura. Y esto, precisamente,
es lo que me moviliza. Lo que nos moviliza como país porque, por más que nos
quieran hacer creer lo contrario, esta guerra es una desmedida y cruel ficción
creada por quien ya perdió los estribos y el pseudoliderazgo que creyó tener
alguna vez. Quieren reducir este movimiento a
“actos vandálicos”, manipulando los hilos de los medios de comunicación,
buscando hacernos creer que lo que está sucediendo es nuestra culpa y así,
hacernos retroceder, dándole tribuna a los saqueos, buses y metros que se
queman. ¿No se supone que estos personajes de uniforme recorriendo las comunas
y ciudades, impedirían eso? ¿Y qué pasa con nuestros muertos? Para pensar, ¿no?
Y, sin embargo, seguimos sin estar en guerra, luchando desde nuestros lugares,
entre gritos, cantos y cacerolas que jamás se compararán con sus golpes y
disparos.
Chile despierta, despertó, ha
despertado. Más allá de la conjugación verbal, la raíz de la acción es la misma
y ya no hay vuelta atrás, aunque traten de hacernos creer algo distinto.
No hay comentarios:
Publicar un comentario