Creo que ya les he contado acerca
de mi última locura, realmente involuntaria y onírica. Para quien no lo sepa,
resumo: hace meses empecé a escribir mi tercera novela. Tres mujeres eran mis
personajes principales, hasta que un día, apareció una cuarta: su nombre es
Alejandra y, a diferencia de las otras mujeres, empezó a mostrarse de manera
más frecuente en mis sueños, llegando incluso a convertirlos en pesadillas de
esas que cuesta olvidar.
A primera vista, esto no debería
ser novedad para mí, si más de una vez mis letras han sido guiadas por sueños
premonitorios e intuiciones que incluso han llegado a sorprenderme. El
asunto es que todo empezó a ir más lejos de lo esperado. Aún no le he
preguntado a otros escritores si han vivido algo así, como lo que estoy
pasando. Alejandra es un personaje de ficción, pero las pesadillas me fueron
contando cosas nuevas. A Alejandra le gusta comer, tanto que hasta se ha comido
el protagonismo de mis otras tres protagonistas. ¡Incluso se comió el
protagonismo de la absorbente Eduarda, una de las que más tiempo requería a la
hora de escribir! Como sea, Alejandra me ha contado algunas cosas que me han
hecho escribir. Esta es la parte en la que recuerdo aquella canción de 31
minutos “Mi muñeca me habló, me dijo cosas que no puedo repetir, porque me
habla solo a mí.” Estoy consciente de que al narrar esto mi imagen está
quedando como la de una loca de mierda, pero necesito exorcizar todo lo que he
pasado. Ahora, que han surgido más características de ella. Si la viera en la
calle, la reconocería de inmediato.
Alejandra es de apariencia
adorable, de rostro pálido y lleva unos anteojos que la hacen ver como una
vieja con… perdón, quise decir, lleva unos anteojos que la avejentan y le
quedan pésimo, aunque se trata de una mujer joven. Cualquiera que la viera
jamás le encontraría nada extraño, yo si fuese hombre no la miraría ni le encontraría brillo, pero “siempre hay un roto para un descosido” o “a nadie le
falta Dios”. Ok, no quiero sonar cruel ni desagradable, pero no es grato que una desconocida te invada de esa forma cuando quieres dormir en paz. Hay cosas que ella me ha dicho que puedo escribir aquí, otras que
callaré.
Alejandra ha sabido manejar bien las piezas de este ajedrez que traspasó la ficción. Me ha contado en sueños que su cuerpo la acompleja, que va al gimnasio y pavadas algo triviales, comparadas con esa astucia que tiene. Suena increíble, como si nos conociéramos de hace tiempo, como si ambas supiéramos de nuestros “talones de Aquiles”mutuamente, pero no. Nunca he visto de frente a Alejandra, ella tampoco sabe de mí. No creo que ella me conozca por ser una “destacada escritora melipillana”, precisamente. ¡Jajaja! Vivimos en un lugar no tan grande, pero jamás hemos compartido nada.
Hace unas noches atrás, Alejandra
me dijo algo que, para mi bronca y angustia, no puedo recordar. Solo sé que
aquí hay un personaje (real) que tenemos en común. ¡Por fin aparecen más
pistas! El problema es que no es suficiente. Ella, finalmente, cambió su rostro
angelical por uno escalofriante y me preguntó burlona: “¿A quién crees que le
va a creer él, Romina? ¿A ti o a mí?” Ella me contó un secreto, soy su cómplice
y no sé bien de qué. Podría relajarme, aferrarme a la idea de que esto es una
locura, pero con estos asuntos no me equivoco. Somos tres y qué ganas de decirle
a ese tercero lo que he sentido durante estas últimas semanas, de contarle todo.
Las cartas y las piezas se van acomodando y tengo sospechas que no puedo
comprobar.
Anoche, cansada de mis pesadillas,
decidí tomar a Alejandra y ponerla en los capítulos que le faltan y, así, dejar
de escribirla, para que de una vez le dé el espacio que corresponde a los otros
personajes de mi libro. Una canción de Bersuit se escuchaba de fondo y el resto
de mis personajes, en medio de la soledad nocturna, salieron de sus munditos a
acompañarme: Mariela, Doménika, Eduarda, Polo, Martina y Enrique. No, no estaba
bajo los efectos de ninguna sustancia alucinógena. Lo que quiero decir,
simplemente, es que después de todo, Alejandra también marcó la vida de ellos
en este nuevo libro. Curiosamente, esta mañana desperté sin novedad: ella no
apareció en una pesadilla de nuevo. Solo hay un pequeño gran “detalle” que me tiene
inquieta, ya lo descubrí: un (no tan) muchacho debería saber algo importante,
pero ni siquiera se lo imagina. Yo no puedo
alertarlo ni quiero importunarlo. ¡Jamás me creería! Él ahora está feliz y
prefiero que se quede con ese presente que tanto ama. Algo va a suceder, no sé
si más tarde o más temprano. Alejandra lo sabe y yo también.
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