23 de abril: cuentan que el Día del Libro se conmemora (o celebra,
si gustan) en esta fecha como motivo de la partida de tres grandes escritores.
Eso dicen, al menos.
Aunque el día ya casi termina (y
seguro que, al publicar esto, ya habrá pasado) tengo que contar que desde hace
años este día algo de diferente tiene en mí. Podría decir, desde que comencé a
ser parte de este espacio, desde que dio inicio a mi camino junto a las letras.
Nadie dijo que esto sería tarea fácil, no lo es hoy y tampoco creo que mañana
ni pasado.
A propósito, tengo dos recuerdos
que hasta hoy atesoro de mis días de niña: mi programa radial que grababa en
cassettes y que solo escuchaba mi familia, mientras hacía mis “transmisiones” y
una colección de libros de cuentos que me sabía al derecho y al revés, según me
cuentan. “Gobolino, el gato faldero” y “Los viajes de Gulliver” fueron
algunas de las historias que me llevaron hacia un lugar inesperado y azaroso,
ese al que le llaman Literatura.
Voy a dar un salto, años más
tarde. No pretendo dar una reseña de lo que es en sí el Día del Libro, digamos
que, simplemente, quiero escribir parte de lo que ha sido mi vida con ellos.
Este año se cumplirán 11 años desde que me di cuenta de que esto de narrar
historias se convertiría mucho más que en un pasatiempo. En realidad, no pensé
si realmente alguien iba a llamarme “escritora” (aún da cierto pudor declararme
como tal, pero esto es lo que soy, aunque me falte muchísimo por recorrer)
Comencé en los recreos, en los instantes libres de mi época de pingüina, cuando
el lápiz y el papel fueron el mejor refugio más de una vez. ¿Quién diría que
tiempo más tarde, el 2011, publicaría mi primera novela, esa que empezó a
gestarse en aquellos días de escolar?
Han pasado algunos años desde
entonces. Actualmente, me da cierta risa nerviosa, tierna y especial cada vez
que recuerdo algunos párrafos y capítulos de “Curso intensivo para borrar lo
imborrable”, mi primer libro. Confieso ser muy autocrítica y, aunque en el
presente no me quedan más ejemplares para vender ni regalar, tengo la versión
digital. Más de alguna de mis amistades o conocidos me lo han pedido, pero cuando
me dispongo a enviárselos, el pudor me vence. Esa primera novela era tan, tan,
tan juvenil y cándida, que ya no me reconozco en ella. Si pudiera “remasterizarla”,
de verdad, lo haría. Sin embargo, no sería igual. La narradora no sería la
misma, no sería la auténtica protagonista, Magdalena Jaureche.
Año 2012: La Romi, luego de una
desilusión amorosa que casi la deja sin aliento ni luz, escribió la segunda
parte de “Curso intensivo…”.
Luego de pensarlo mucho, decidí
dejar ese libro escrito, pero no voy a publicarlo. Varios me han preguntado la
razón. Yo les he dicho: la temática me terminó agotando a tal punto que se
acabaron las fuerzas y las ganas. Quizás, algún día cambie de opinión, aunque
lo veo muy difícil. Esta novela, especialmente, fue mi tabla de salvación en
medio de una marea que parecía no acabar.
¿Y ahora qué? Luego de aprender y
vivir la experiencia de un taller literario de Narrativas Urbanas, comenzó a
gestarse una idea que hoy estoy trabajando y que me ha hecho crecer mucho. Así
lo siento. Sí, totalmente diferente a la chiquilla que escribió “Curso
intensivo…”. Puedo decir, entonces, que “mi tercer hijo viene en camino”. Quiero
recibirlo como corresponde y quiero más aún que ustedes puedan leerlo.
De acuerdo. Todo esto puede sonar
muy autorreferente para algunos, pero quiero compartir esta experiencia que
significa dar vida, a través de las palabras, hasta que el trabajo de mucho
tiempo llega al punto en que se convierte en un libro. Tengo clarísimo que
todavía, a pesar de mis años narrando, queda muchísimo por hacer, vivir y
comprender. Hasta hoy, sigo agradecida de aquella gente de letras que me ha
formado y me ha enseñado. No sé si puedo adelantar algo, pero, en medio de una
aventura, decidí tomar el riesgo y yo también empezaré una ruta nueva: no solo
la de aprender, sino la de compartir lo aprendido con mis coterráneos. Falta
hace en este lugar.
Y bien, antes de escribir,
siempre hay que leer. Mucho falta por descubrir, aunque empecé a jugar a la
niñita lectora desde muy pequeña. Ahora, especialmente, me mueve y me inspira
la literatura de Chile y, en general (odio esa palabra), de Hispanoamérica.
Grandes maestros y maestras, increíbles e inolvidables relatos. No me olvido de
ciertos clásicos, pero por aquí se queda mi identidad. Hay libros que punzan,
que remueven, que provocan risas, sollozos y bronca. Libros que se quedan
tatuados y otros que también pueden borrarse, pero que siguen siendo historia.
Hay libros que fueron destruidos, otros que siguen en pie. Otros que se los
llevó el olvido y que murieron de frío. Algunos han pasado por tantas manos que
se pierde la cuenta. Hay libros que me han hecho odiar, otros que me han
salvado. Hay libros y, si todo sigue y mejora, seguirán estando.
P.D: A mis querid@s coterráne@s,
atención durante los próximos días. ¿Creían que el Mes del Libro pasaría “piolita”
por nuestro lugar? ¡Se vienen sorpresas!