Solamente mis caprichosas
divinidades saben de todas aquellas cosas que hoy quisiera contarte.
Con algo de dudas, tengo que
decir que estas son las primeras letras para ti publicadas en este, mi espacio.
Por favor, espero que esto no se malinterprete, tampoco quiero que ocurra lo
mismo con mis intenciones. Nada más lejos. Simplemente, es el oficio del “querer
saber” o… qué sé yo. De un tiempo a esta parte, te volviste como aquellas
historias indescifrables. Una historia que, por ahora, no me siento capaz de seguir
buscando. No porque no quiera, sino porque me cansé y no lo digo desde el
enojo. Lo confieso desde la incertidumbre y la desesperanza.
Te perdí el rastro. Perdimos el
rastro, así como se pierden las fuerzas al luchar por causas casi imposibles,
como se escabullen las ideas que van a escribirse, pero que no alcanzaron a
pegarse en el papel.
No sé bien por qué escribo esto
como si fueras a leerlo, cuando, en realidad, nada me asegura que llegarás
hasta aquí. Si así fuera, jugando a imaginar, lo escribo porque, en medio del
insomnio, un collage de los sueños
que he tenido durante los últimos meses cayó de golpe sobre mi espalda y mi
memoria. Creo que ya conozco, en cierto modo, la dinámica de mis vaivenes
oníricos. Cuando sueño con personas de mi entorno (cercanas o no), algo sucede
y, por lo visto, suena bastante obvio y poco novedoso. El asunto es que, en mi
caso, me sirve para reparar en ciertos detalles o situaciones que pueden estar
fuera de la vista. A veces, simplemente, los sueños son reflejo de aquellos que
echo de menos o que siento que deberían regresar por algún motivo.
Intuiciones, premoniciones… no sé
cómo se le llama a esta conexión entre mis corazonadas y los “avisos” que
recibo, mientras sueño. De verdad, esto para mí dejó de ser un “don”, como
dirían algunos, y ya me ha resultado molesto. A veces, quisiera no saber qué va
a pasar o ser lo suficientemente fuerte para no temer y advertir a quien deba
hacerlo. ¿Advertir de qué? No sé, pero darte una señal de alerta, de algo que
me inquieta. Por eso me he acordado de ti, loco, y por eso la ausencia me hace
brotar preguntas.
Recuerdo que antes, las veces en
las que te entrometías en mis sueños nocturnos, los finales eran gratos y
luminosos. En el último tiempo, algo ensombreció esa trama. “Algo” que tuve que
matar al momento de escribirlo en mi actual novela. Aunque esto sea un completo
spoiler, confieso que esa fue la única salida que encontré para liberarme de
ese “algo”. Afortunadamente, resultó y no volvió nunca más a convertirse en
pesadillas. “Algo” murió y yo lo maté. Lo digo con la frente en alto, con las
manos manchadas de tinta y sin remordimiento. Sin embargo, las interrogantes
continúan, de repente.
Qué ganas de contarte y
compartirte tantas cosas. En nombre del tiempo y de una especie de lazo
suspendido no sé dónde. ¿Un lazo que alguna vez existió? Aunque duela, he
llegado a dudarlo. ¿Tus motivos? De seguro, son válidos y comprensibles. Solo
me bastaría saber que no ha ocurrido… no sé. Solo me bastaría con saber que
todo va bien y mirarte para estar tranquila de que así es. Más de una vez te he
escrito, siempre lo he hecho en español.
¿Cómo quieres que te diga que estoy preocupada? ¿Conoces la Clave Morse?
Tal vez, sea una singular opción. Quizás, cuando aprenda chino mandarín (falta
cada vez menos para eso) pueda decírtelo en ese idioma y, de paso, aprovecho de
compartir algo nuevo contigo. Esto último no lo digo molesta, en caso de que
así se interprete. (Tómese como un jueguito en medio del relato)
Tal vez, todo va de maravilla y
si te contara y describiera los detalles de esos sueños, te burlarías, te
reirías y con esa iluminada sonrisa de cebada me pedirías que me calmara y me
dirías que todo va bien y que no ocurrirá nada. ¿O no? Ni idea…
Mis caprichosas divinidades lo
saben. Te he buscado, sin anticiparte mi inquietud para no preocuparte ni
quedar como una ridícula. Te he buscado, aunque no solo por eso. Por saber, por
no saber, por querer que estés bien, porque no hacen falta razones si se quiere
escribir, si quiero leerte y que me leas. Si quiero verte y que me veas y así,
narrarte a mi manera, desafiar mi rol de profe y tratar de resumirte de manera
comprensible lo que han sido estos últimos meses.
Sí, y ahora, apostando una carta
incierta, espero que me leas. Aunque tampoco voy a invitarte en la insistencia
a que lo hagas. Feliz de envolverte en mis letras, si llegas. De lo contrario,
estas palabras pasarán. Tal vez no por ti, pero lo harán. Y si hasta aquí llegaste,
en medio de tu vorágine, quiero que tomes esto y lo guardes. ¿Cómo y dónde?
Déjaselo a tu creatividad. Después de todo, eres un loco como yo y sabrás
hacerlo.
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