Tengo un nudo en la garganta, pero algo inexplicable aún no
me deja llorar. Lo intento, pero no me resulta. ¿Qué se supone que es esto? En
estos momentos, pienso en un par de canciones que refleja mi situación actual.
¿Cuál? La de hacerme cargo de mis decisiones y comprobar a golpes que esto fue
un riesgo más fuerte de lo que esperaba. Decidí nadar contra la corriente y los
costos han sido altos.
Hace unos días, en un bonito lugar de mi tierrita natal, fui
espectadora de una comedia unipersonal llamada “Un actor cesante”. En realidad,
por más de un instante, más que espectadora me sentí como en una suerte de
espejo, aunque con una versión propia. No acostumbro a tratar estas cosas en
mis escritos, creo que estos temas ya tienen que ver con algo más personal y
debería bancarme los hechos en silencio, pero las letras, después de todo y
nada, siempre son la salida. La mía, al menos.
Desafiando los comentarios y juicios de más de alguien, lo
decidí: pese a tener mi título en mano, comprendí que hay situaciones por las
que no pretendo volver a pasar. Muchos me dijeron que “esto es así, después te
acostumbras” y frases por el estilo. Para los lectores que ya saben de este
espacio, pero no conocen esto, soy profe de Lenguaje en un país donde el rol
docente está por el suelo. Muchos se preguntarán por qué estudié eso, entonces.
No voy a profundizar ahí, creo que este texto se podría extender más de la
cuenta, pero tuve y tengo mis motivos. Me siento orgullosa de lo que soy y de lo
que logré, pero aquí hay algo que quiero recalcar: soy profe, no mártir de la
educación. Lamentablemente, muchos ven y viven esto como auténticos sinónimos.
Por fortuna, tengo algunas cartas todavía a mi favor. No tengo
una familia sobre mi espalda ni algo que me amarre a tomar “lo primero que
salga”. Mi hijo perruno cuenta con lo necesario, ya que algo tengo para
sostenerme, aunque sea un poquito. Es cierto, con solo unas horitas esquivas y
fugaces es más complejo. Sin embargo, “peor es mascar lauchas”, como dicen por
ahí. A pesar de esa pequeñita fuente laboral que solo me afirma lo justo, me
considero cesante el resto de la semana. Lo confieso avergonzada, pero sin
ganas de echar pie atrás.
No crean que mi decisión fue por capricho. El año pasado,
luego de vivir una experiencia laboral que me marcó a fondo, pensé: “Soy profe
joven, pero no por eso voy a dejarme aplastar por gente déspota, que carece de
tino y de temple”. Qué miserable pueden volverse ciertas personas cuando llegan
a ejercer el poder (“ejercer”, así lo diría M. Foucault) Lo viví desde la
barrera del “oprimido”, citando de nuevo a Foucault y mis disculpas si esta
referencia me hace ver… no sé… odiosa o arrogante, pensarán algunos, tal vez. Se los
dejo a ustedes. Yo solo quiero compartir lo que va saliendo para poder desenredar
lo que hoy vive en mí.
Se supone que yo debería tener la respuesta. De hecho, la
tengo. Lo que no hay es una puerta ni una ventana que se abra, por más que he
golpeado. ¿Qué más puede hacer una profe de Lenguaje que solo sabe hacer clases
y que, más que docente, es escritora? Hacer clases, escribir. ¿Qué más? Parece
poco, aunque suene valioso, pero en términos exactos, la ruta se vuelve
estrecha. He hecho una búsqueda intensa por distintos sitios. Todo ha parecido
ser en vano. Ya no me quedan más ideas en el tintero. Me he escabullido en
medio de avisos que no tienen lazo con mi profesión, pero el agotamiento
empieza a caer sobre la espalda. No soy una experta en cocina, artes manuales
ni tampoco tengo una Pyme. Solo sé hacer clases y escribir, repito.
No crean que la docencia no es lo mío, pero el discursito de
la vocación a prueba de balas y de gente prepotente no va conmigo. Preferí
cuidar mi salud, pero tampoco me está haciendo muy bien este presente movedizo
y, a la vez, inmóvil. A pesar de mi necesidad de instantes solitarios a la hora
de jugar a ser narradora, siempre me gustó trabajar con gente. Incluso, mis
sueños de profe aún no están sepultados por completo. Me encantaría compartir
lo que soy y lo que sé con quien quiera escucharme y me valore. Para quienes
son profes (también para los que no), pensarán que estoy creyendo en un
imposible, que hay que adaptarse a lo que hay y existe, que la costumbre
llegará. Yo no quiero acostumbrarme a lo que ya tuve que pasar antes. Es más,
sería feliz impartiendo talleres literarios, haciendo clases a adultos o siendo
parte de un equipo que tenga la misión de escribir y escribir. No quiero
liquidar mi energía, mi voz, mi fuerza ni mi dignidad. No de nuevo.
Decepcionada,
he visto cómo muchos ya han caído en eso y no quiero ser una más. También, he
visto cómo otros cambian de rumbo y se valen de otros talentos que les sirven
para vivir en medio de este cruel sistema. Mientras tanto, continúo paralizada,
a ratos, pensando qué otra carta podría apostar hoy. Puertas y ventanas
golpeadas que no abren, apuestas que se pierden, ansiedad, onicofagia.
Qué difícil y arrollador resultó esto de nadar contra la
corriente. ¿Que si me arrepiento? No, pero sí me duele y avergüenza este
relato. Sin embargo, el impulso me lleva a liberarlo, a narrar y a compartirlo.
Puede resultar decadente, desabrido o los calificativos que quieran darle. Yo
escribo esto porque la presión en el pecho y lo incierto me apagan las ganas y
necesito saber que alguien va a llegar hasta aquí, que va a leer, que va a
juzgar (para bien o para mal), pero que no estoy sola en esto. No lo estoy. No
soy la única.
La noche melipillana está fría, pero eso ya no importa. El
nudo en la garganta sigue presente, pero se siente más suave. Algo inexplicable
aún no me deja llorar, aunque lo intento. Pienso que debe ser mi madrina que,
desde su estrella, me cuida y me regala una fuerza que no sé hacia dónde guiar
ahora. Sí, ahora. Mientras los minutos siguen corriendo y, en medio de una
música precisa, una profe y escritora se desvela. Se desvela para despertar
extrañamente contenta a la mañana siguiente, sin saber bien los motivos, pero
con el deseo de aferrarse a ellos y seguir pensando, aunque suene muy ingenua,
en que encontrará el espacio para estar feliz y hacer felices a los demás. Se
lee y se escucha pegajosamente cliché, pero esto es lo que queda.
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