domingo, 25 de noviembre de 2018

25 de noviembre: Tres mariposas y una lucha que continúa



25 de noviembre de 2018: Escribo desde mi lugar, mientras mi perrito se prepara para su siesta y el calor de esta primavera con sabor a verano pareciera no querer ceder. De pronto, vuelvo la vista y, a través de la ventana, me doy cuenta de que son tres las mariposas que vuelan muy cerca.
Precisamente, así pasó en la historia. Este 25 de noviembre está marcado en el calendario en memoria de esas tres mariposas, tal como les llamaban a las hermanas Mirabal, mujeres asesinadas en un día como hoy en 1960, durante la dictadura dominicana. Es debido a la lucha de ellas que esta fecha se eligió como el Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujeres.

Luego de esta breve referencia histórica, vuelvo a un presente que no olvida y que en Chile y el mundo continúa sosteniendo una lucha que no ha concluido. Increíblemente, muchos se preguntan por qué las feministas seguimos adelante, incomodando a esa sociedad machista que no soporta verse cuestionada. Más de una vez he escuchado: “¿Para qué siguen reclamando si ya ganaron el derecho a voto y pueden estudiar? ¿Qué más quieren? Feministas eran las de antes.” Pura miseria humana, claro. Sin embargo, comentarios de ese tipo no hacen más que evidenciar a quienes, simplemente, hablan desde la ignorancia y/o su sitial de comodidad y privilegios.

Quisiera compartir algunas de las experiencias que cada día me reafirman un poco más las convicciones. Voy a referirme a ejemplos cercanos, pero aunque estén relacionados con lo personal, lo más seguro es que muchas se sentirán identificadas en algún aspecto, por más distintas que pudiesen ser nuestras historias.

Recuerdo que hace años, el feminismo lo llevaba en silencio y tímidamente. Desconocía muchos de los aprendizajes que he vivido y naturalizaba acciones y palabras propias del machismo. Fui violentada psicológicamente por hombres a los que en su momento traté de justificar y comprender, apelando a la falsa y cruel idea de que “El amor duele, pero todo lo aguanta”. Así, con expresiones que parecen ser inofensivas, que pasan desapercibidas dentro de los llamados “micromachismos”, las mujeres desde pequeñas nos vemos enfrentadas a una realidad plagada de estereotipos y mandatos que, lamentablemente, hasta hoy se asumen como una verdad. Desde el uso peyorativo de la expresión “no te comportes como niñita”, pasando por las ideas de cuerpos perfectos que nos imponen, el acoso callejero, frases que han llegado a matar como el típico: “Los celos son una demostración de amor. Si te cela, te ama” y así, suma y sigue.

Hace unos meses, con mi grupo de amigas nos juntamos a celebrar el cumpleaños de una de ellas. Ese día, otra de las integrantes nos anunciaba que al fin nos presentaría a su pololo, ese con quien tiene planes para el futuro y que la hace ser tan feliz. Fue entonces que, durante la noche, nos reunimos a conversar de diversos temas hasta que, no recuerdo por qué, este tipo lanzó la frase que quebró el ambiente: “¡Es que estas feminazis y sus protestas!” Justo cuando se disponía a seguir con esa típica convicción imbécil de machito, lo enfrenté, le conté sobre mi trabajo como feminista y lo evidencié ante las demás, dejando en su cara una expresión de sorpresa y pelotudez inolvidable. Pude haber seguido con mis palabras, pero al ver a mi amiga ahí, con ganas de hacer un agujerito y esconderse, cargando con la vergüenza ajena que le estaba causando su pololo, me callé. Mi amiga sonreía tímida, incómoda a más no poder, pero yo no iba a dejar que nos violentaran de esa manera, por eso mi rabia y mi respuesta (Y no había tomado alcohol, lo aclaro) Cuando llegó la celebración de mi cumpleaños, a pesar de que lo planeamos con meses de anticipación, a última hora  ella se deshizo en excusas telefónicas poco convincentes, hasta que finalmente me dijo que “estaba con su pololo”. Saquen sus conclusiones. Desde entonces, aunque seguimos coincidiendo en lugares, algo se quebró para siempre entre nosotras. Ya no se junta con nuestro grupo de amigas, se fue hacia adentro, su luz se apagó y cada día se apaga más. Cada vez que puede, nos dice lo buen hombre que es, seguramente tratando de manera inútil que le compremos su relato. Lo que más me duele es que yo, teniendo algunas de las herramientas para apoyarla, no pueda hacerlo… porque en nombre del amor romántico se siente feliz y lo justifica. Por más que le advertimos, prefirió alejarse.

Sin embargo, mi desaliento y dolor se paralizan cuando veo a mis estudiantes, quienes han sido mis grandes maestras. Si hay algo más que claro es que esto es un proceso constante, en el que  vamos aprendiendo, desarraigando mitos y prejuicios. Soy profesora en un colegio de adult@s y este año he conocido a mujeres admirables de distintas edades, provenientes de realidades adversas, feministas en sus actos y en su modo de ver el mundo, que me dan la esperanza para seguir luchando desde mi rol de docente y escritora. Vuelvo a mirar por la ventana y me doy cuenta de que esas tres mariposas no se irán, que son parte de la lucha que no abandonamos y que cada vez que hacemos presente con palabras y acciones, hacen temblar a ese machismo que no soporta la idea de volverse frágil y destruido. Tal como dijo Eduardo Galeano, mostrando que existe, aunque se niegue “el miedo del hombre a la mujer sin miedo”.