sábado, 20 de febrero de 2016

Carita de gato y otras cosas que contar

Ya es oficial: regresé a la locura de las redes sociales. Esta mañana, cuando entré a mis cuentas de Facebook y de Twitter, me encontré con una sorpresa. Vi los muros llenos de fotografías gatunas y, finalmente, en medio del mundo tuitero descubrí que #DíaInternacionalDelGato era una de las tendencias de la jornada (O  Trending Topic, como les llamamos a los temas más comentados en este espacio de los 140 caracteres)

Incluso yo me sorprendo de dedicarle algunos párrafos a este singular felino, si es sabido que siempre mi amor por los perros ha sido único e infinito. ¿El motivo? No estoy tan segura como quisiera, pero recuerdo que desde niña, mi viejo decía: “No me gustan los gatos. Son traicioneros.” Tiempo más tarde, para mi mala suerte, comprobé que no eran solo palabras. ¡Ojo! Que aquí viene lo que más lamento y, por favor, los y las amantes de los gatos no se ofendan ni me odien, solo esperen leer esto completo y me comprenderán, eso espero. (Tengo varios lectores y amistades “cat lover” a quienes quiero mucho, pero esto es lo que he pasado) Con el pasar de los años encontré eso que algunos llaman “denominador común”: esquivos, impredecibles, nunca estoy segura de sus reacciones: si al recibir cariño lo corresponderán o van a sacar sus garritas y romper un momento bonito. Tampoco he sabido comprender eso de su ir y volver: están cuando quieren, pueden ir y retornar cuando les dé la real gana, como si nada, manteniendo en los ojitos ese qué sé yo especial, pese a todo. Esas mismas características, finalmente, empecé a atribuirlas a algunas personas que se cruzaron en alguna etapa de mi vida.  ¿Qué tenían de especial estas personas? Alguna vez las quise (o amé, en el caso de un hombre), pero tenían eso de desaparecer, de entregar cariño condicional, esa cuestión de marcharse sin avisar y de volver a mi lado cuando menos lo esperaba yo, sin siquiera dar explicaciones (muchas veces).

Estas personas de las que hablé recientemente, tienen algo más y aquí me detengo, otra vez: hice un balance de las personas que en algún momento de mi vida me han fallado, se han marchado sin boleto de vuelta y sin dar motivos o que creyéndolas cercanas, me han hecho ver que solo hemos compartido un lazo condicional, que puede destruirse o renacer en cualquier momento.
Hace años, en medio de un episodio que me encegueció de dolor y que me tuvo hundida por mucho tiempo, en una conversación animalística, mi viejo lo dijo: “Los gatos son traicioneros” y yo, sumergida en el recuerdo y en la rabia del momento, le respondí: “¡Y la gente que los ama también!”…  Han pasado varios años desde esas palabras y, con el corazón más calmado, puedo decir que me equivoqué.

Hace poco me fui de vacaciones con mi familia. Recorrimos distintos lugares de la V Región. ¿Por qué les cuento esto? Pareciera no tener relación con este escrito, pero ya verán. Nos quedamos en una cabaña y, luego de instalarnos, apareció un invitado bastante singular: un gato blanco que, por lo visto, venía a darnos la bienvenida. De repente, se lanzó hacia mí, empezó a ronronearme y se acurrucó a mi lado. Yo me quedé inmóvil, lo toqué temerosa, esperando que en cualquier momento sacara sus garras o me abandonara, ante cualquier muestra de cariño que yo pudiera darle. Un rato después, se retiró. Así, lo hizo el resto de los días que estuvimos ahí. Nos visitaba, daba vueltas y, sorpresivamente, mi hermana dijo: “Este es el gato más perro que he visto”. El minino parecía buscar cariño constantemente, al parecer, una ternura… pero no logré fiarme, siempre me fui con cuidado con él, “tal como lo estoy haciendo con algunos cat lover, hace tiempo”, pensé entre risas tímidas.

Si me preguntan, puedo decir que Gaturro, la Hello Kitty y el Grumpy Cat (del meme) son fascinantes… ehhh… ¿Ellos cuentan como gatos o no? Como sea, estos felinos no dejan de ser protagonistas de varias historias. Jorge González cantando “Carita de gato”, Neruda con su “Oda al gato”, Borges con "A un gato", el gato Simenon que acompaña al detective Heredia en las distintas novelas del escritor Ramón Díaz Eterovic y, así, suma y sigue. Tengo más de algún conocido amante de los gatos en el mundito literario y, en realidad, es gente bonita. Incluso yo, ahora, estoy escribiendo unas inesperadas y desconocidas letras “gatonescas”. Cuesta creerlo. Y sí, una vez alguien dijo que el hecho de que a una persona le gusten los perros o los gatos dice mucho de quién es. Creo que puede ser cierto y, en realidad, tengo la costumbre de que cuando empiezo a conocer gente, llega el momento y pregunto: ¿Prefieres los perros o los gatos? Si la respuesta es la segunda opción, confieso que sonrío lidiando con mi decepción, pero a la vez pienso: “Aquí hay alguna sorpresa, no hay que confiar de inmediato, pero seguro se trata de alguien especial y que, aunque vaya y venga por la vida, ojalá se quede y me acompañe, cuando quiera.”




miércoles, 17 de febrero de 2016

Letras del (re)inicio // Modo experimental //

Supongamos que, en medio de estas letras, distintas personas llegan a leer. Si me entero de que así es, seguro que se me va a escapar más de una sonrisa, voy a sentir una emoción inexacta y mis ganas van a llevarme hacia una especie de celebración: un trocito de chocolate, un brebaje etílico o un baile frente al espejo. Cualquier alternativa es válida y, quizás, podría agregar otras mejores.
Mientras voy soltando estas palabras, trato de no cometer uno de mis pecados imperdonables: pensar demasiado, hasta el punto de llegar a frenar más de alguna acción mía. No quiero pensar en las consecuencias, tal vez, mejor idea es echárselas a otro lado, no sé bien si importa dónde. Siento como si estuviera corriendo, al mismo tiempo que sigo un ritmo que no tengo muy claro, pero que es el que hay, por ahora.
No quiero imaginarme reacciones antes de lo esperado. Es que muchas veces ya he caído en ese mal juego: anticiparme a los hechos, aferrarme a una sinopsis que muchas veces no es parte del panorama real.  Ya no quiero, no quiero apegarme a eso. Ya no es el momento y tampoco están las ganas.

Supongamos que, finalmente, estas letras toman fuerza y comienzan a hacer un recorrido que no sabe de fronteras ni límite alguno. Eso sí que me gusta creerlo y sería bonito dibujarlo. Recuerdo que una vez alguien dijo que esto de escribir es como un “striptease”. Yo creo que es lo (in)cierto, me sumo a aquello. Incluso, me acuerdo de aquellas jornadas otoñales y primaverales, rodeada de otros personajes que viven en la escritura. Cada vez que me correspondía compartir algún escrito con ellos, les decía lo difícil que me resultaba, que era como desnudarse frente a un grupo de desconocidos. Sin embargo, aquí voy, otra vez. Vuelvo a desnudarme, sin saber bien ante qué espectadores. No busco aplausos, precisamente. Ustedes dirán.


Romina Anahí