domingo, 29 de diciembre de 2019

La revolución chilena en los tiempos de “El Joker”


Ya se va el 2019 y como país, nos guste o no, caer en la idea de un balance es prácticamente inevitable y, a decir verdad, creo que este año se hace totalmente necesario, más aún si nos situamos en el contexto social que permanece palpitante, lleno de justificada rabia y también, de convicciones.

Y así como podríamos estar horas hablando y escribiendo de todo lo que ha implicado la revolución del 18 de octubre, junto a ella también al arte y sus distintas expresiones nos han estado acompañando desde siempre y este año no ha sido la excepción. Dentro de todas estas expresiones, el cine ha estado presente como fiel reflejo y exponente de nuestro sentir como sociedad y, aunque no siempre se trate de películas nacionales, hay temáticas que sin duda alguna resultan ser transversales, traspasando países, culturas y épocas. Un ejemplo de ello ha sido la aclamada e inolvidable película “Joker”, más conocida como “Guasón” en este lugar del mundo. ¿Y qué tiene que ver este icónico personaje con nuestro contexto y todo lo que ha pasado? Podría ser, posiblemente, una pregunta inicial.

Arthur Fleck, quien es magistralmente interpretado por el actor Joaquin Phoenix, es un hombre como tantos en medio de una sociedad que transcurre sin pausa ni reflexión. Al ir conociendo su historia, se puede apreciar que habita un espacio sombrío, muy lejano al sector privilegiado, donde el tedio y la miseria son evidentes. A diario, lucha por su sueño de ser comediante, realizando trabajos en los que la paga es escasa y el trato, indigno. Sin embargo, continúa. A pesar de los dolores y la violencia recibida de distintas formas, pero no lo hace solo. Arthur debe ir por sus medicamentos para tratar de batallar en un sistema cruel, donde vivir con problemas de salud mental es mucho más azaroso. ¿Acaso no les parece conocido este conjunto de situaciones?

Junto con lo anterior, y tras un cúmulo de hechos que se van desarrollando durante la historia, Arthur sostiene una gran admiración hacia Murray, quien es todo un ídolo para él. Este, más tarde, será uno de los que abiertamente se burlará de su desgracia y de sus fallidos intentos por lograr ser comediante. Sin embargo, esto no se detiene aquí. El Guasón rompe el silencio la noche en que es invitado al programa televisivo de Murray, al declarar que mató a tres hombres que inicialmente lo atacaron. Esto genera un revuelo que, no obstante, se pone en jaque ante el cuestionamiento mismo de Arthur: si el asesinado hubiese sido un hombre como él, un invisibilizado y olvidado por la sociedad, hubiese dado lo mismo y ni los medios de comunicación ni las autoridades hubiesen repudiado lo ocurrido, tampoco hubiesen alzado la voz por él, un tipo marginado, sin influencias políticas ni económicas. Entonces, el Guasón deja abiertamente planteada las interrogantes: ¿hasta dónde llegan la moral y los valores que nos impone el sistema?, ¿por qué la muerte de hombres privilegiados tendría que lamentarse más que la de aquellos que han sido ignorados desde siempre, al estar condenados a la marginalidad y no poder salir de este círculo?

Mientras el Guasón es exhibido y humillado ante las luces televisivas, las calles de la ciudad se levantan y arden entre el fuego y el descontento de las personas, que se manifiestan y han hecho de los rostros del payaso todo un símbolo de lucha. ¿Y qué esperaban los poderosos después de tanta indolencia frente a su propio pueblo? Es por eso que también Arthur resulta una amenaza, al cuestionar los hilos que manejan esta sociedad.

Recordemos que esta película fue estrenada un par de semanas antes de que el actual movimiento social surgiera en Chile. Incluso he escuchado a más de alguien que ha planteado la idea de que esta obra de arte también fue influyente al encender esta revolución.
Hace unos días estuve compartiendo con mis compañeros del curso de Teatro y uno de ellos contó que el día que fue a ver “Guasón”, al salir del cine, se encontró con una manifestación. “En realidad, sentí como si nunca hubiese salido de la película” nos dijo.

¿Acaso después de todo esto se puede negar el vínculo entre el Joker y lo que hoy estamos viviendo como país? Quienes no tenemos el poder político ni económico y que somos violentados por alzar la voz ante la desigualdad, somos Arthur. Quienes no formamos parte de la élite, que somos parte de un pueblo invisible e ignorado, somos como él. Quienes hemos vivido humillaciones en nuestros trabajos, quienes terminamos acudiendo a medicamentos para sobrevivir en este sistema enfermo y que nos enferma, somos el Guasón. Porque, al final, los que dirigen repudiable y mediocremente este país nos lastimaron tanto, se burlaron tanto de nosotros(as) y los sueños que, pese a todo seguimos llevando, que hicieron de esta revolución un grito que permanece con el paso de los días y que no piensa decaer. 

Durante tantos años nos hicieron ver al Guasón como un villano, cuando en realidad es uno de nosotros y nosotras. Nos quisieron hacer creer eso, porque es un personaje que cuestiona el orden establecido y lo desafía a través de palabras y acciones. Arthur es parte de los oprimidos y no se queda quieto ni callado ante esta realidad, por eso, resulta ser una amenaza y lo más estratégico para los opresores es ponerlo a él como el villano. Tal y como nos sigue sucediendo en Chile.






viernes, 15 de noviembre de 2019

Chile: no hay peor gobierno que el que no quiere ver


Las semanas continúan avanzando, así como también lo hace el pueblo chileno y sus convicciones al momento de luchar por una serie de demandas que hasta hoy permanecen vigentes, pese al reciente acuerdo que vislumbra la idea de una futura Nueva Constitución. Sin embargo, todavía se siente en las calles que la represión ha sido el camino más cruel y cobarde dirigido desde el gobierno como una vía de escape.

Pensar que todo este movimiento social ha ido mucho más allá de nuestras fronteras, pareciera que el mensaje no podría ser más visible, pero esa constante negación de los poderosos que se han aferrado a su ambición ha resultado ser tan violenta que ya es imposible silenciarlo. Se nota que la idea de ceder es lo que más les duele y les atemoriza. Por lo visto, al verse ante un panorama que los haga “perder” sienten el clamor de la gente como una amenaza.

Estamos a días de cumplir un mes desde el inicio de esta revolución. También desde que Chile volvió a vivir un toque de queda y, sobre todo, desde que los uniformados han dado rienda suelta a sus armas, causando muertes, torturas y una cantidad masiva de ojos mutilados hacia quienes han participado en manifestaciones, incluso hay personas que ni siquiera han estado en ellas y, aun así, son parte del doloroso listado de quienes han recibido perdigones a destajo. ¿Acaso hay alguien que podría justificar una brutalidad como esta?

Duele, llena de rabia y de angustia andar por la calle, sea o no en una manifestación, y no saber si regresarás con ambos ojos íntegros, de cuerpo entero y con vida. Como un claro ejemplo, tenemos el caso del joven Gustavo Gatica, quien perdió sus ojos por una de las tantas aberraciones cometidas por carabineros y que, a la vez, y según sus propias palabras, los regaló para que la gente despierte. Y aquí estamos, despiertas y despiertos como no lo imaginan, con la fuerza y la indignación elevadas y ardiendo, como el nombre de cada persona muerta, torturada y de ojos mutilados por el Estado de Chile, a pesar de los anuncios y calmantes que han estado aplicando.

Aquí seguimos, aunque intenten decir y creer lo contrario. No habrá olvido ni vuelta atrás y, por lo tanto, es evidente que quienes realmente no han querido ver la realidad de un pueblo están de parte del opresor.

Romina Anahí



jueves, 31 de octubre de 2019

Yo no quiero “normalidad”


Los días de lucha y de resistencia siguen sumándose en el calendario de este Chile más encendido y luminoso que se haya imaginado en el último tiempo. La gente se organiza y ha retornado una sensación de comunidad que casi no recordaba. Ya no es novedad decir que esto dejó de ser lo que en un inicio solo se veía  como “el alza de los pasajes del transporte público en Santiago”.

Ahora las personas han vuelto a reconocerse en sus espacios y, por más que alguien se atreviera a negarlo, esto nunca volverá hacia atrás. Precisamente, es la idea y la sensación latente que flota, mientras en un pleno acto de porfía, nos quieren llevar de golpe a recluirnos en una palabra aparentemente indefensa, pero que hoy no podemos permitir: “normalidad”.

La normalidad y el constante llamado del gobierno a regresar a ella. Ese grito desesperado, pero vacío que solo quiere que volvamos a encajar en una realidad que de tanto soportarla nos terminó haciendo explotar desde lo personal y lo colectivo. Y, de verdad, esto último no podría ser mejor. Lo más seguro es que ante esta afirmación, alguien se refugie en la ya clásica idea de los saqueos y el tan manoseado vandalismo del que hablan por los medios televisivos. Claramente, esto no es cuestión de azar.

La semana recién pasada, en un pobre e ingenuo intento por volver a clases, me reencontré con mis estudiantes. Estuvimos dialogando en torno a la contingencia actual, escuché sus impresiones sobre lo que ha estado ocurriendo y también recibí aquel cuestionamiento de aquellos(as) jóvenes frente a la forma en que muchos medios de comunicación buscan plantear este movimiento social. “Profe, ¿por qué la tele miente?”,  “Profe, le dan más importancia a los supermercados saqueados que a la gente que ha muerto”. Y así, la inquietud de mis estudiantes se suma a la de tanta gente que siente y que piensa igual. 

Es que ya es todo demasiado evidente. Desde el poder creyeron que esto pasaría pronto, que nos conformaríamos con las irrisorias y decadentes medidas parche anunciadas por el gobierno, pero no. Es como cuando te han dañado tanto, que ya no sientes miedo ni estás dispuesto(a) a seguir creyendo en frases hechas que ya no compras de tanto que te mintieron antes. Así está Chile ahora, aunque los intentos por concluir con esto no se han detenido.

“Volvamos a la normalidad”, “normalización constitucional”, “normalizar la vida cotidiana”. Es lo que se ha oído hace varios días, mientras nos tratan de apagar en medio de esta lucha que tanto sentido nos ha regresado. No es casual que haya personas que se sientan mejor, más vivas y felices luego de este sublime estallido. ¿Acaso es posible, en medio de este caos aparente? Este movimiento vino a cuestionar nuestro modo de vivir, en el que constantemente nos vemos presionados a ser parte de un espectáculo que nos duele de lunes a viernes. “No era depresión, era capitalismo” expresan algunos. Esto dice muchísimo de cómo nos hemos ido uniendo, luego de ni siquiera haberlo considerado.

¿A qué normalidad quieren que volvamos? ¿A esa que nos empuja por inercia a actuar en medio de un contexto cruel, en medio de una sociedad que nos violenta con su maldita indiferencia? ¿A esa normalidad que nos quiere como corderitos ordenados y silenciosos en su rebaño? ¿Nos quieren en la normalidad de los que aguantan una vez más los abusos de tantos años? ¿A esa normalidad que justifica que pacos y milicos impongan “orden” a través de su violencia desmedida y miserable?

¿De qué normalidad nos hablan desde el poder?, ¿realmente los gobernantes de esta convaleciente y despierta franja de tierra nos quieren ver de esa forma?

Vivo en Melipilla, una comuna en la que jamás habían ocurrido hechos como los de los últimos días: en medio de las movilizaciones, llegaron hasta aquí un montón de uniformados que no pertenecen a este espacio. El gobernador, a través de sus redes sociales, los recibió con una alegría y admiración que abiertamente, siguen dándome rabia y asco. Esos uniformados afuerinos desde hace días que empezaron a hacerse su fama. En las marchas, ningún reparo en disparar a quien fuese, con tal de callar a quienes pudieran resultar una “amenaza al orden público”. Un nivel de violencia que, incluso desde palabras de mis padres “ni siquiera se había visto en la época de dictadura aquí en Melipilla”. Balas, sangre, heridos que incluso no podemos contar como un capítulo finalizado, pues esto ha seguido pasando.

Y así, como en mi tierra natal ocurre, se da en cada rincón de Chile. Yo me sigo preguntando, ¿así quieren imponernos  su normalidad de mierda? ¿Creen que después de tantos golpes, violaciones y muertes esto volverá a ser como antes? No quiero que así sea, no quiero que olvidemos y confío en que no lo haremos.

Es de una violencia tremenda pedirnos que la “normalidad” vuelva a tomar la tribuna que tuvo hasta hace un par de semanas. Porque es imposible ir con ese discursito indolente por la vida. ¿Acaso los familiares de nuestros muertos “en democracia” volverán a ver o sentir su vida desde la “normalidad”? ¿Alguien puede creer que los sobrevivientes de torturas y heridas volverán a esa normalidad que tanto predican?

Yo no quiero ni concibo esa normalidad para mi gente, porque fue precisamente esa normalidad la que nos lastimó tanto hasta tener que llegar a este punto. Sí, hemos llegado lejos y me emociono, en medio de testimonios que continúo reconociendo y de acciones que cada día me van devolviendo más fuerza y convicción aún.

Romina Anahí



martes, 22 de octubre de 2019

De una guerra inventada y el despertar de un pueblo


Pasan los días y, lejos de parecer decaer o apagarse, el movimiento social que se expandió a nivel nacional sigue en pie, de frente y sin miedo. Levantándose, sacudiéndose y reaccionando después de tanto tiempo, de tantos años en los que el pueblo chileno vio derrumbada y burlada su dignidad. Tantas veces hasta que no dio para más. Como el personaje adormecido de una historia que le estaba pasando por encima, Chile hizo de su rabia y su dolor un rugido que ha hecho eco traspasando las fronteras y los temores que lo callaron alguna vez.

Y es que en medio del contexto sociopolítico en el que nos encontramos, es sabido que en algún momento esto tendría que ocurrir. Ya se ha dicho bastante que las manifestaciones que hoy agitan el país “no son por 30 pesos, sino por 30 años”. En realidad, más de 30 años. Muchas de las demandas que hoy se mencionan y salen a la luz en voces y pancartas, vienen arrastrándose desde la dictadura. En un inicio, si bien es cierto, lo más visible fue el tema del alza del transporte, pero con ella también se alzaron los gritos de la gente exigiendo cambiar un sistema que no ha hecho más que vejar la dignidad de las personas, partiendo desde una constitución que permanece desde la dictadura misma, pasando por el costo de la vida que se eleva ante sueldos escuálidos y estancados, siguiendo por un sistema de salud que castiga a quien no puede pagarlo y para qué decir las pensiones de hambre y crueldad que reciben los adultos y adultas mayores. Podría continuar enumerando el listado. Increíblemente, aún en estos días aún hay quienes creen “ingenuamente” que esto solamente se trata de “30 pesos”.

Con el paso de las horas, Chile ya no tiene miedo, sino que se moviliza desde una comprensible y poderosa rabia que le ha hecho al fin tomar el rol protagónico que le corresponde en su historia. Sin embargo, siempre hay personajes en este relato que van a realizar intervenciones nada más que para empeorar el panorama. Por más que se haya escudado en su “indignación”, no olvidemos que desde su cargo de presidente, Sebastián Piñera se atrevió a decir que “estamos en guerra”. Una guerra inventada que, claramente, busca alarmar, despertar el terror del pueblo y dividirnos. Por más que quiera hacer creer lo contrario, está perdido. Sacó a los milicos a la calle (Lo siento, pero aunque la formalidad diga otra cosa, ni mi sentir ni mi pensar me permiten llamarles “militares”) y estos han herido y matado como si estuviéramos en aquel período dictatorial que tanto dolor aún causa en tanta gente. Y a ellos se suma todo personaje descontrolado e irreflexivo con uniforme, que sin reparo alguno vuelve y dispara las armas en contra de su pueblo con tal de defender a quienes dicen gobernar.

Cuando hace días esto comenzó con las llamadas “evasiones masivas” en el metro de Santiago, de inmediato desde el poder llenaron los medios de comunicación insistiendo con que esta “no es la forma” de manifestarse. ¿No es la forma? ¿Acaso fueron capaces de escuchar cuando innumerables veces se realizaron marchas e intervenciones llenas de colores y alegría? ¿Se atreven a decirnos que no es la forma, cuando sin reparo alguno dejan que hieran y asesinen al pueblo chileno? 

Gobernantes déspotas, que aún tratan de sostener una máscara que ya no les queda. Nos hablan de diálogo apuntándonos con sus armas y yo no puedo más de asco y de rabia. No les perdono estas muertes que reducen a cuerpos sin rostro, no les perdono su soberbia ambiciosa, no les perdono por nada que después de tantos años hayan devuelto a mis padres el dolor y el miedo que les dejó la dictadura. Y esto, precisamente, es lo que me moviliza. Lo que nos moviliza como país porque, por más que nos quieran hacer creer lo contrario, esta guerra es una desmedida y cruel ficción creada por quien ya perdió los estribos y el pseudoliderazgo que creyó tener alguna vez. Quieren reducir este movimiento a “actos vandálicos”, manipulando los hilos de los medios de comunicación, buscando hacernos creer que lo que está sucediendo es nuestra culpa y así, hacernos retroceder, dándole tribuna a los saqueos, buses y metros que se queman. ¿No se supone que estos personajes de uniforme recorriendo las comunas y ciudades, impedirían eso? ¿Y qué pasa con nuestros muertos? Para pensar, ¿no? Y, sin embargo, seguimos sin estar en guerra, luchando desde nuestros lugares, entre gritos, cantos y cacerolas que jamás se compararán con sus golpes y disparos.
Chile despierta, despertó, ha despertado. Más allá de la conjugación verbal, la raíz de la acción es la misma y ya no hay vuelta atrás, aunque traten de hacernos creer algo distinto.





martes, 1 de octubre de 2019

"Déjenme" y esa (in)explicable necesidad de narrarnos hoy en día


Canción sugerida para esta lectura (A modo de soundtrack, si quieren llamarle así): // "Déjenme" // (Álvaro Scaramelli)

Aún la semana no despega como corresponde y las noticias de la capital de esta larga, angosta y penosa faja de tierra nos cuentan que solo durante la tarde se ha sabido de dos suicidios en espacios públicos. Entre la ingesta de cianuro y aquella muerte en el metro, otra vez aparece la latente idea de cuestionar qué está pasando con la salud mental y de cómo en esta sociedad chilena le estamos haciendo el aguante a la vida cotidiana. 
Seguramente, por eso el taxista que hoy nos trajo hasta la casa escuchaba una radio en la que justo programaron aquella agobiante, pero tan real canción de Scaramelli "Déjenme". Si bien, la referencia musical no es precisamente actual, sí me lleva a relacionar la letra de la canción con estos hechos que al fin son pura desesperación que ya no dio para más. Es más, algo me pasa con ese tema: hay fragmentos que me recuerdan mis críticos períodos del ayer, cuando más de una vez me vi enfrentada a alguna crisis de pánico. No se lo doy a nadie... a menos que sea alguien muy chuchesumadre, pero eso no es tema aquí. Son recuerdos que, una vez que se activan, transportan a esos días por unos segundos y tragar saliva es la respuesta más próxima.
¿Y a qué viene todo esto? Necesito dejarlo en algún lado y sé que siempre las palabras estarán bien puestas aquí hasta que alguien llegue a ellas. 

Curiosamente, algo bien freak (o como quieran llamarle) me volvió a pasar hoy en medio del mundo virtual. De seguro, varios de mis queridos lectores y lectoras ya conocen mi página de Facebook, lugar creado para difundir mis letras y en el que actualmente también difundo y recibo encargos de ventas y envíos de "El carnaval de las esgrimas", mi segunda novela. Los mensajes que recibo internamente suelen ser para esto: encargar libros, expresarme sus sentimientos ante lo que escribo y sus vibras bonitas y benditas. Sin embargo, hoy después de mucho tiempo me escribió un hombre contándome sobre lo triste que se sentía. No es primera vez que alguien acude a un mensaje de este tipo para hacerlo llegar. Lo que me resulta algo singular es ¿por qué contarle de mi tristeza y pedirle ayuda a una escritora que se dedica a eso: escribir, precisamente? Además de leerlos, lamentablemente, no es mucho más lo que podría hacer. Y aun así, comprendo que es parte de cómo funcionan hoy las dinámicas de comunicación entre las personas. Y sí, existen muchas formas de compartir y canalizar esos pesares. Yo, al menos, hasta ahora nunca había pensado en escribir a un escritor(a) desconocido(a) para contarle algo así de personal. (Ahora, que esté rodeada de amores escritores es parte de mi trabajo y lo amo, pero ver ciertas cosas desde otro punto resulta también algo inquietante y que puede mover nuevas ideas también.) 

En fin, hace tiempo no lanzaba mis palabras al blog de manera tan rápida. La vida de profe, aunque no me ocupa toda la jornada, me tiene cansada a estas alturas del año, mientras que por otro lado, la creatividad y la escritura se ponen de acuerdo para empujarme a no rendirme y seguir esta ruta, la oficial y primera para mí. La vida sigue su trama, vienen nuevos capítulos de un libro nuevo también y, aunque vaya aparentemente despacio, ahí voy y ahí estoy. Esto de dejar el acontecer diario acá es inusual, pero necesario de vez en cuando.

Ya podré escribir algo más claro y con más tiempo, pero las palabras son palabras y ni ahí con reprimirlas. Si quieren salir, que salgan, corran y que lleguen lejos, si así lo quieren.





viernes, 20 de septiembre de 2019

“Araña” y la realidad del eterno retorno



Hace días tuve la oportunidad de asistir a una función de cine dirigida a profesores(as) y estudiantes de Pedagogía. La película: “Araña” del director chileno Andrés Wood.
Antes de comentar mis apreciaciones sobre esta producción, siento necesario aclarar que no soy ninguna experta en cine, menos aún, parte de un círculo odioso de críticos criticadísimos. Simplemente, quiero compartir mi experiencia desde el rol de espectadora.
Desde que escuché el nombre de esta obra, incluso antes de su estreno, me causó bastante curiosidad. De seguro que es mucho lo que podríamos imaginar y sentir ante la idea de una o más arañas merodeando en un lugar. Así partió una idea inquieta que, finalmente, se fue aclarando en el transcurso de la función.

La historia narra la historia de Inés y Justo, una joven pareja que posteriormente, se verá unida a Gerardo en un lazo que, luego de una serie de acontecimientos, se convertirá en un triángulo amoroso inmerso en el contexto sociopolítico de la Unidad Popular, del cual son férreos opositores. De esta forma, se muestra que los tres jóvenes son integrantes de Patria y Libertad y están fervientemente dispuestos a acabar con eso que llaman “cáncer marxista”.
Sin embargo, esta linealidad no permanece y desde un comienzo se evidencia una relación entre aquella lejana juventud y un presente en el que el matrimonio de Inés y Justo se ve amenazado ante el pasado que ha regresado a través de la presencia de un Gerardo que no estaba muerto ni de parranda y que, como si fuera poco, continúa manteniendo con firmeza las ideas que defendió brutalmente cuando joven.

“La patria es como una mujer” se escucha durante la película. Es el mismo personaje de Gerardo, quien sostiene que si a una mujer la están violando él no va a esperar y va a estar dispuesto a hacerle justicia con sus propias manos. Sin embargo, tras aquellas palabras que hoy podrían asociarse a las tan conocidas detenciones ciudadanas, existe un discurso que no quedó sepultado con Patria y Libertad, sino que se hace presente y, de esta forma, la aparente estabilidad de Inés y Justo tiembla, se ve perseguida al borde de un derrumbe que podría repercutir en su familia y en todo lo que lograron construir tras cuarenta años.

Mientras tanto, Inés tratará de mover todos los hilos posibles de sus influencias para que el ayer no tome tribuna en su realidad actual, en medio de una serie de intentos mezclados con alcohol y pastillas que no estarán ausentes a la hora de tener que enfrentarse a un escenario azaroso e inesperado.

¿Y qué pasa con estos integrantes de lo que fue Patria y Libertad? Existe una aparente decadencia que sabe mostrarse muy bien. Por un lado, se muestra a una Inés determinante, dispuesta a hacerse escuchar, a pesar del miedo y, paralelamente, a un Justo acobardado y sumergido en una batalla constante con la negación, pero que al fin de cuentas no olvida quién es y qué ha hecho realmente. Justo y Gerardo en la actualidad podrían ser tildados como esos “pobres viejitos” que hoy no recuerdan bien qué pasó en aquellos años en los que “en nombre de su patria” cometieron crímenes que hasta hoy permanecen de una u otra forma. Esos ahora “indefensos personajes” que cargan con enfermedades mentales que, supuestamente, les impedirían enfrentar un juicio. Sin embargo, en el fondo la realidad es otra: estas arañas siguen entre nosotros y no se quedaron inmóviles ni olvidadas en las banderas ni en los distintivos que aquellos jóvenes de Patria y Libertad portaban en sus brazos. 

Llega un momento en la película en el que, de manera vehemente y estremecedora, se escucha otra vez ese grito que dice que “Chile es para los chilenos”. Entonces, se confirma lo dicho: las arañas todavía trepan y se dejan ver en más de una ocasión. Están en distintos espacios, desparramando su discurso de odio y generando así, un eterno retorno de este: desde los medios de comunicación hasta incluso las penosas personas llamadas “comunes y corrientes”. Siguen aquí, pero también junto a ellas, les hace frente la resistencia.



martes, 9 de abril de 2019

El día que “Olvídame tú” traspasó la canción misma



Dicen que es cuestión de tiempo, que lo mejor es quedarse con los recuerdos bonitos y seguir andando. Ya vendrán más historias y más canciones para acompañar estos días. No, en realidad no me refiero a una ruptura sentimental, sino que a algo que va más allá de lo personal. Es que con el paso de las semanas puedo decir oficialmente que soy una como tantas, como tanta gente que hoy con tan solo escuchar el nombre de Miguel Bosé siente nostalgia, vergüenza ajena y una sensación de molestia que no es fácil cargar después de haber vivido años acompañada de sus canciones.

Sé que se le ha dado bastante tribuna, que muchos ya han escrito acerca del singular estado en el que pareciera encontrarse Bosé, pero de verdad que no es simple enfrentar la contingencia con parte de la banda sonora de mi vida.

Entonces, cuando creímos que ya había pasado, que las declaraciones desacertadas eran historia, llega y se supera a sí mismo con ese afán enfermizo que incluso se hace tan penoso y despreciable como cuando la derecha chilena justifica su gobierno mediocre y decadente, escudándose en la imagen de la ex presidenta Michelle Bachelet.

Aún recuerdo mi sorpresa luego de que lanzara su primer comentario desastroso al mandar a la ex mandataria a “mover las nalgas” ante la situación que vive Venezuela. Sin embargo, ya es sabido que después de aquella disculpa, el cantante no se quedó tranquilo, volvió a lo mismo y resultó ser peor. Uno, dos, tres, ¿cuántos videítos más? Yo si estuviese en su lugar, me quedaría en silencio en nombre de la poca dignidad que pareciera ir quedándole a estas alturas. Porque no le bastó con tratar a Bachelet de “cobarde” y “cómplice”, sino que además está cayendo en el abismo de aquellos artistas que alguna vez brillaron y que hoy solo llaman la atención por sus desvaríos, sus intervenciones fuera de lugar, dejando en el pasado lo que alguna vez entregaron a su público. (Se sabe que en Chile también tenemos uno que otro caso de estos y no es motivo de orgullo decirlo)

Voy haciendo mi propio flash back y un saborcito a nostalgia regresa cuando me acuerdo de los días en los que canté alguna canción de Bosé en los pastos del Pedagógico o en aquel momento que me sentí con mis latidos a más no poder, tras recibir una noticia de mal de amores o algo por el estilo. Incluso aún recuerdo que la última vez que dio un concierto en Chile, mucho antes de conocer sus contingentes delirios, me prometí que para una próxima oportunidad sí o sí compraría mi entrada para su show. Sin embargo, ya no hace ni hará falta, pues el show Bosé ya empezó a darlo hace un rato gratuitamente, exhibiéndose sin mayor reparo ante lo cotidiano, apelando a Michelle Bachelet de las maneras más absurdas posibles. En serio, yo me pregunto si Bosé creerá que la ex presidenta tiene algún poder sobrenatural o qué. Está bien. Una cosa es admirarla y reconocer lo que ha hecho, pero otra muy distinta es asumir que tiene un carácter mesiánico y que con su sola presencia y palabra Venezuela estará en paz. No, la respuesta no está en ella. Por más que se esfuerce en creerlo y hacerlo creer, Bachelet no tiene un súper poder para cambiar la realidad venezolana por arte de magia, porque por lo que expresa, da a entender que eso es lo que él piensa.

Qué ganas de creer que todo esto no es más que una mala broma de uno de los artistas que más llegué a admirar. ¿De verdad es necesario exponerse de esa forma y ser el blanco de la vergüenza ajena? Hoy la voz de Miguel Bosé pierde fuerzas, se nota que ya no es la de ayer, pero qué bonito sería que esa voz volviera a encausarse en lo que sabe hacer en lugar de andar lanzando comentarios tan “orgánicos” a diestra y siniestra. Y no, no se trata de que él no pueda expresarse ni tener opinión política, pero una cosa es plantear ideas y otra muy distinta es caer en lo obsesivo, en lo decadente e incomprensible al punto de violentar, difamar e incluso negar y dar la espalda a quien alguna vez apoyaste con la misma convicción que hoy tienes para darte vuelta la chaqueta de manera olímpica.

“Olvídame tú, que yo no puedo” dejó de ser parte de la letra de una de las canciones del repertorio de Bosé para traspasar aquella música hasta aplastarla y convertirla en un cuento que ojalá termine pronto. Nos queda clarísimo que Miguel no se va a olvidar fácilmente de Bachelet, pero sí dejó en el olvido aquellos días en los que fue parte de su campaña política. (¿Traición?)

Qué curioso, ¿no? Pensar que hasta hace unos meses Bosé fue parte de la banda sonora que acompañaba mis procesos de escritura de mi nuevo libro. Hoy, por fortuna, respiro aliviada al confirmar que ningún trocito de sus canciones fue citado en mi novela. No me veo pudiendo soportar algo así en la actualidad. No sería capaz de cargar con la adolorida vergüenza aún existente de la seguidora que fui. Por lo visto, yo también tendré que olvidar aquel repertorio o, al menos, postergarlo. 

Quizás, hasta que estos delirios terminen, la calma regrese y Miguel Bosé vuelva a hacer noticia por su música y no por sus bochornosas intervenciones. Aunque, siendo sincera, no tengo mayor esperanza de que así sea. No por ahora, al menos.


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(Imagen extraída de El Dínamo)