sábado, 12 de marzo de 2016

Memoria de un viernes en el Patio (Y de cómo el témpano empieza a derretirse)

“(…) Trasladándome de sitio, desenterrando todo mi interior.
Escucho las sirenas en el mar, me guían para poder alcanzar
la otra orilla.”
(Alejandro Varela)

Me enteré por las redes sociales (No por la prensa. ¡Jeje!) Ok, aquí voy de nuevo. Digamos que aún dudo de mi decisión, si realmente es una buena idea compartir estas palabras, pero creo que me servirá, precisamente, para compartir un trocito de mí, ese que está cerrado como un témpano. ¿Lo bonito de esto? Saber que el témpano comienza a derretirse.

Como iba contando, me enteré por las redes sociales: viernes en la noche, panorama en Melipilla. Lo que para muchos puede ser una decisión simple y sin darle mayor vuelta, para mí resultó ser un desafío. ¿Por qué? Hace algunos días, en otra de mis publicaciones blogueras, escribí todas aquellas cosas y hechos que me dan alegría y le dan sentido a mi andar. Entre todas esas palabras, recuerdo que mencioné algo especial y que, después de años, pude entender: durante años Melipilla no fue más que una comuna - dormitorio para mí. Mi vida era la capital. Allí dejé la amistad entrañable, la euforia, el amor, el desamor, las caricias que hoy son ausencia, los recuerdos etílicos y las resacas que hoy dan risa. “Allí aprendí a quitar con piel el frío”, como diría Silvio. Allí, en Santiago, encontré un espacio para que mis letras, al fin, fueran leídas y escuchadas. Esta es la parte del relato en la que le encuentro razón a los lectores, si dicen y piensan: “Eeeeella, la santiaguina”. Si es así, lo comparto y hasta me reiré también. El tema es que no todo va por ahí, precisamente.

Después de darme más vueltas que un pollo asado, como diría una prima muy querida, finalmente, me decidí. Allá fui: sola. A diferencia del resto que ya tiene un “círculo social” estable y que apaña en todas. Como sea, yo quería ser parte de eso. Me contaron que se trataba de un lugar muy bonito. Además, tendría la siempre tan necesaria música.
Luego de llegar al bonito espacio, empecé a observar a quienes me rodeaban, tal como Roberto Bolaño lo narró en alguno de sus cuentos: mirar a los demás, mientras el miedo se mueve en el interior, deteniéndome. Todos los presentes con sus grupos de amigos. Yo, desafiando la inseguridad. Me di cuenta de que conocía a varios, pero no conocía a ninguno. El ambiente estaba amigable, el problema era yo. Con el pasar de los minutos, me encontré con personas bacanísimas. Uno de ellos me contó que había leído mi blog y me alegré. Después, vamos saludando gente y así. A pasos de distancia de mí, dos muchachos singulares hablaban. Yo los conozco de vista, no sé si ellos a mí. Bien, uno es mucho más singular que el otro. Conversaban de política, historia y cosas así, pero lo último que yo hubiese hecho ahí: intervenir. ¡No! Si hay algo que siempre me han criticado es que soy “poco amistosa, poco sociable” y así. Yo diría que es temor o timidez (esa que se va lejos cuando estoy en un escenario) Sin embargo, no es de mala onda. Lo aclaro.

“El miedo te paraliza” me dijo aquella genial joven que cada cierto tiempo se dedica a escucharme por 45 minutos. Tiene razón. Además, la próxima vez que la vea quiero contarle que he hecho actividades distintas, que he empezado a salir de mi zona de “confort” (no del coludido, se entiende) Como soy narradora, la próxima vez que la vea quiero que mi relato sea interesante.
De pronto, escuché que dos tipos dijeron el nombre del melipillano que, actualmente, tiene mi corazón alborotado. (Qué manera de escribir hue… ya, sigamos, Romi) El muchacho en cuestión no estaba en el evento y rogué que no apareciera. Si lo hacía, seguro que yo entraría en pánico. Digamos que no estoy en edad para esas tonteras, pero llega el momento en el que las emociones son una caja de sorpresas.

Di un giro y me encontré con el saludo y el abrazo cariñoso de ella. En ese instante, mi sensación fue de calma, de Paz, como su nombre. En medio de una confesión inevitable, le conté mi situación: de lo extraño que me resultaba estar en un evento nocturno en Melipilla, sola,  y de lo difícil que ha sido hallarme en medio de tanta gente. De asumir que la amistad y la celebración se quedaron en Santiago, pero que al decidir quedarme aquí, hay que dar el paso y cambiar la realidad. Me sentí mejor, hasta empecé a sentirme acompañada y contenta. Sí, me sentí. El témpano quería derretirse y el ambiente cálido lo lograría.

Una vez que Jano Varela empezó a cantar, yo también hice lo mismo desde mi ubicación. El miedo  había pasado. Ya terminadas la música y la actuación, vi cómo la gente volvía a agruparse con sus amigos. Yo, pese a eso, salí contenta y más calmada. Todavía pienso si es buena idea compartir algo tan personal con mis lectores. No quiero autodiagnosticarme, aunque intuyo de qué se trata. Esto sí tiene salida y yo empiezo a verla y a palparla.

Gente bonita, lo que para muchos es un acto tan cotidiano como salir, divertirse y compartir con amistades de la misma comuna, lo que para muchos es algo tan fácil de planear, lo que para muchos no es más que estar en un espacio lleno de personas… para otros, no. No es tan simple de abordar. “Y llegué a sentirme forastera dentro de mi propia tierra”. Sí, eso pasó y no me di cuenta antes. No, yo soy de aquí, mis raíces lo son y yo decidí quedarme.

No es mi intención inspirar lástima ni emociones por el estilo. Simplemente, algo especial en los latidos me mueve a contar esto. Algo así como experimentar una desnudez literaria y, en un acto de valentía, mostrar al mundo esa fotografía. No soy la mujer que escribe y que es conocida por su trabajo aquí. No soy de las que se rodea de mucha gente y que es tan sociable y chispeante que da gusto mirarla. Eso queda en el escenario. No soy de las que inician conversaciones y se acerca amistosamente a los demás. No por insoportable ni arisca, es solo el temor. Un temor que me vistió de una  coraza hecha de témpano y que me encerró. ¿Lo que me alegra? El témpano empieza a derretirse y, aunque cueste en un comienzo, creo que ya di el primer paso. Ya nos veremos en otra ocasión y quiero creer que será aún mejor.

“…With a little help from my friends…”
(The Beatles)




martes, 8 de marzo de 2016

Mucho más que un "Feliz Día"

Llegó un nuevo 8 de marzo y, junto a él, nos encontramos con el Día Internacional de la Mujer. Una fecha especial, sin duda alguna, y que no es  exclusivamente una “celebración” como algunos plantean, sino que la raíz surge de la lucha de muchas mujeres que hoy no están y que dejaron un gran legado.

Quiero expresar algunas ideas en torno a este tema y que me gustaría compartir. Siento que este día puede regalarnos muchas cosas: detalles, gestos y reflexiones sobre lo que hoy somos. En años anteriores (y también ahora), he visto que las redes sociales se repletan de saludos, canciones y dulces dedicatorias para nosotras. No voy a decir que esto me molesta. Sin embargo, no puedo evitar pensar: “Ahora tenemos esto, pero, ¿qué pasa durante el resto del año?”

A modo personal, creo que el significado de este día va mucho más allá. Agradezco las muestras de cariño típicas y me hacen feliz, pero veo que todo aquello es fugaz. Al día siguiente, seguimos inmersas en una realidad que nos violenta: desde el poder hasta lo cotidiano. (De acuerdo, si en esta parte del texto hay personas que comienzan a cuestionarme, sé muy bien que también hay hombres que son víctimas de violencia desde distintos planos, pero aclaremos que ahora el tema es otro)

El otro día me enteré de que en mi comuna un grupito de políticos tuvo una idea singular: hacer un show dedicado al público femenino, precisamente, para “celebrar el Día de la Mujer”. ¿Cómo? Destacando la imagen y presentación de unos strippers masculinos. Aquí me detengo. No pretendo dármelas de conservadora ni amargada. No voy a lanzar la primera piedra (¡Eso jamás!) No estoy en contra de estos espectáculos. Sin embargo, en este caso, sí me encuentro en desacuerdo porque creo que la fecha no es la acertada. Es más, me molesta la visión que estos políticos tienen de nosotras. ¿Por qué en vez dar migajas no se dedican a hacer cambios realmente significativos desde el rol y el poder que ejercen?... ¿Por qué será? (En realidad, creo que la respuesta la sabemos)

Seré honesta. Yo quiero mucho más que un “Feliz Día” y no lo digo por capricho, sino por justicia. Quiero caminar tranquila por la calle sin sentirme atemorizada ante posibles agresiones físicas y/o verbales y no quiero, por nada del mundo, que sigan culpándonos porque, según algunos: “las mujeres somos responsables del acoso por provocar con nuestra forma de vestir…” y suma y sigue con comentarios sin empatía ni respeto.

 Quiero cumplir algún día el sueño que comparto con mi hermana: viajar juntas sin sentir que vamos “solas” y sin pensar que eso podría terminar con un cruel desenlace como ocurrió con las turistas argentinas. Quiero que quienes serán madres no sufran violencia obstétrica y que las que ya lo son no sean apuntadas con el dedo por amamantar a  sus hijos en público.

Quiero poder decidir sobre mi cuerpo y mi historia, sin que el Estado ni  la Iglesia emitan juicios desde sus roles, simplemente, porque NO LES CORRESPONDE. Y, por favor, no me involucren discursillos que incluyan dioses, obras literarias religiosas y demases. (Aquí, seguramente, me gano la bronca de algunos, pero hay que decirlo con claridad. Yo lo prefiero así, al menos. Sin anestesia ni antifaces)

Quiero que se derrumbe la idea de que el feminismo es el equivalente al machismo. Increíblemente, en la actualidad, hay gente que todavía lo piensa. Quiero más que una rosa, una tarjeta o una invitación… porque no bastan y no cambian nada. Ya dije que doy gracias por los gestos amables, pero la realidad es otra.
Quiero sentir la esperanza de que mujeres y hombres vamos luchando juntos y que aún es tiempo. Nuestro tiempo. Por las que se fueron, por las que estamos y por las que vendrán.






domingo, 6 de marzo de 2016

// ¿Y si seguimos celebrando? //

(Recomendación musical: “Un gran regalo” de Nano Stern)

Hoy mis palabras cambian de ruta. Es verdad que las últimas semanas no han sido las más fáciles, pero también es cierto que debo hacerme cargo de un error que me ha costado pagar caro. A veces, observo con curiosidad a aquellas personas que me rodean y que irradian una luz tan optimista y desbordante que es capaz de encandilarme. ¿Cómo lo logran?, ¿qué se supone que hacen para ver el panorama tan bonito, aun estando en medio de lo adverso? Asumo que tanto optimismo ha llegado a irritarme en un par de ocasiones, pero a la vez celebro a esas personas.

¿Celebrar? Hace tiempo no escribía esa palabra con las ganas de hoy.  Los días siguen su ritmo y, al parecer, hay cosas que siento tan propias que ya han llegado a no sorprenderme. (“Mal ahí”, como diría un muchacho que me gustaba hace un par de años)
Varias semanas atrás durante una noche, escribiéndome con un amigo, actualmente lejano, él supo lanzar la estocada en el lugar preciso. Recuerdo que yo le estaba contando lo abrumada que me sentía ante el pasado y la soledad. No lo pensó demasiado y en su pronta respuesta me dijo que yo solo estaba viendo lo malo de las cosas y pasaba quejándome de ello. Esas letras se quedaron dando vueltas y vueltas en mí, tal como hace un hámster al jugar con su rueda de ejercicios. Sus palabras sonaron a sentencia, rematando con “el tiempo pasa rápido”. ¡Claro! No era el primero en reparar en eso.

Hace solo unos días, un amigo argentino – escritor, cantante y más – publicó en su Facebook un texto que, por fortuna, llegó a mis ojos lectores en el instante exacto, como si todo hubiese estado planeado en un guión. Nicolás Manservigi, gran narrador, es precisamente quien me llevó a escribir esto. No ha sido el único que me ha dado señales para reaccionar, ya les he dicho que otros también lo han hecho. Sin embargo, cuando la palabra hablada no es suficiente, la escritura puede capturar más. El Nico contaba en su escrito aquellas cosas que él celebra y lo hacen feliz y, finalmente, dejaba una pregunta a sus lectores, entre quienes me incluyo.

¿Qué celebro? Celebro el despertar luego de una noche intensa, celebro un buen tazón de té de esos de sabores distintos. Celebro los instantes solitarios para escribir y la compañía, una vez que la narración literaria ha terminado. Celebro la mirada de mi perro Quijote y sus saltos alborotados por la casa. Celebro tener junto a mí a mi clan (así le llamo a mi familia) Celebro un trocito de chocolate, el café caliente o helado. Celebro salir a caminar por las calles de mi comuna (aunque, de repente me altere un poco el lento andar de mis coterráneos) Incluso, celebro la idea de que, al fin, voy entendiendo que tengo que rehacer mi vida aquí (porque así lo he decidido hasta ahora) Busco la forma de recomenzar en un sitio donde llegué a sentirme como una forastera, recorriendo nuevamente, redescubriendo y compartiendo con gente hermosa, necesaria, que no vi antes y de la que puedo aprender mucho. Sí, celebro también esas intenciones.

Celebro haber desterrado de mi corazón a un amor tormentoso que me fue apagando por años. Celebro los abrazos regalados y recibidos, celebro el sol y ese calor tan importante para entibiar mi corazón. Celebro a quienes han permanecido junto a mí, sin condición alguna. Celebro también a los que me han dado la espalda sin dignarse a explicarme el porqué y es que, finalmente, “Hay ausencias que representan un verdadero triunfo”. Lo dijo Cortázar y lo repito convencida, aunque de repente duela. Celebro a esos que quiero de regreso en mi vida y por quienes voy a luchar.
Celebro lo maravilloso que es hacer magia con destilados, frutas, hielo y/o azúcar para entregar cariño y sensaciones deliciosas, a través de una o más copas. Celebro las risas contagiosas y las conversaciones verdaderas y extensas, de esas que emocionan hasta la complicidad. Celebro a esos libros que dejan huellas imborrables, sobre todo si son chilenos y latinoamericanos. Celebro las canciones que se sienten hasta llorar y a aquellas que me alborotan hasta hacerme cantar y bailar.

Celebro el fin del personaje literario más despreciable que he escrito hasta ahora en una novela y más celebro aún el hecho de que nunca más ha aparecido en mis pesadillas. Ella se fue para siempre y lo celebro, porque dormir tranquila y sin amenazas oníricas-premonitorias es impagable. Celebro las verdades que se dicen de frente o por escrito, pero que son verdades, después de todo. Celebro las voces que se quiebran para luego levantarse y gritar con más fuerza. Celebro las puertas que empiezan a abrirse, aunque cueste en un principio.

Celebro sentir lo increíble que es estar escribiendo mi tercera novela, celebro mis ganas de entregar a los demás lo que soy y lo que sé, celebro mi deseo de seguir aprendiendo de grandes referentes de las letras. Celebro tanto y, a veces, me cuesta recordarlo. Sin embargo, dicen que nunca es tarde. Celebro las veces en que he espantado los miedos y los prejuicios. Celebro tener estrellas y hadas que me cuidan, sobre todo, a la más bonita: Raquel, mi eterna madrina.

Celebro haberme dado cuenta de esto. Celebro el caminar y los respiros. Celebro la continuación de estas palabras en un próximo capítulo. ¿Y si seguimos celebrando?







martes, 1 de marzo de 2016

Talón de Aquiles y el secreto que guardé sin querer

Creo que ya les he contado acerca de mi última locura, realmente involuntaria y onírica. Para quien no lo sepa, resumo: hace meses empecé a escribir mi tercera novela. Tres mujeres eran mis personajes principales, hasta que un día, apareció una cuarta: su nombre es Alejandra y, a diferencia de las otras mujeres, empezó a mostrarse de manera más frecuente en mis sueños, llegando incluso a convertirlos en pesadillas de esas que cuesta olvidar.

A primera vista, esto no debería ser novedad para mí, si más de una vez mis letras han sido guiadas por sueños premonitorios e intuiciones que incluso han llegado a sorprenderme. El asunto es que todo empezó a ir más lejos de lo esperado. Aún no le he preguntado a otros escritores si han vivido algo así, como lo que estoy pasando. Alejandra es un personaje de ficción, pero las pesadillas me fueron contando cosas nuevas. A Alejandra le gusta comer, tanto que hasta se ha comido el protagonismo de mis otras tres protagonistas. ¡Incluso se comió el protagonismo de la absorbente Eduarda, una de las que más tiempo requería a la hora de escribir! Como sea, Alejandra me ha contado algunas cosas que me han hecho escribir. Esta es la parte en la que recuerdo aquella canción de 31 minutos “Mi muñeca me habló, me dijo cosas que no puedo repetir, porque me habla solo a mí.” Estoy consciente de que al narrar esto mi imagen está quedando como la de una loca de mierda, pero necesito exorcizar todo lo que he pasado. Ahora, que han surgido más características de ella. Si la viera en la calle, la reconocería de inmediato.

Alejandra es de apariencia adorable, de rostro pálido y lleva unos anteojos que la hacen ver como una vieja con… perdón, quise decir, lleva unos anteojos que la avejentan y le quedan pésimo, aunque se trata de una mujer joven. Cualquiera que la viera jamás le encontraría nada extraño, yo si fuese hombre no la miraría ni le encontraría brillo, pero “siempre hay un roto para un descosido” o “a nadie le falta Dios”. Ok, no quiero sonar cruel ni desagradable, pero no es grato que una desconocida te invada de esa forma cuando quieres dormir en paz. Hay cosas que ella me ha dicho que puedo escribir aquí, otras que callaré.

Alejandra ha sabido manejar bien las piezas de este ajedrez que traspasó la ficción. Me ha contado en sueños que su cuerpo la acompleja, que va al gimnasio y pavadas algo triviales, comparadas con esa astucia que tiene. Suena increíble, como si nos conociéramos de hace tiempo, como si ambas supiéramos de nuestros “talones de Aquiles”mutuamente, pero no. Nunca he visto de frente a Alejandra, ella tampoco sabe de mí. No creo que ella me conozca por ser una “destacada escritora melipillana”, precisamente. ¡Jajaja! Vivimos en un lugar no tan grande, pero jamás hemos compartido nada.

Hace unas noches atrás, Alejandra me dijo algo que, para mi bronca y angustia, no puedo recordar. Solo sé que aquí hay un personaje (real) que tenemos en común. ¡Por fin aparecen más pistas! El problema es que no es suficiente. Ella, finalmente, cambió su rostro angelical por uno escalofriante y me preguntó burlona: “¿A quién crees que le va a creer él, Romina? ¿A ti o a mí?” Ella me contó un secreto, soy su cómplice y no sé bien de qué. Podría relajarme, aferrarme a la idea de que esto es una locura, pero con estos asuntos no me equivoco. Somos tres y qué ganas de decirle a ese tercero lo que he sentido durante estas últimas semanas, de contarle todo. Las cartas y las piezas se van acomodando y tengo sospechas que no puedo comprobar.

Anoche, cansada de mis pesadillas, decidí tomar a Alejandra y ponerla en los capítulos que le faltan y, así, dejar de escribirla, para que de una vez le dé el espacio que corresponde a los otros personajes de mi libro. Una canción de Bersuit se escuchaba de fondo y el resto de mis personajes, en medio de la soledad nocturna, salieron de sus munditos a acompañarme: Mariela, Doménika, Eduarda, Polo, Martina y Enrique. No, no estaba bajo los efectos de ninguna sustancia alucinógena. Lo que quiero decir, simplemente, es que después de todo, Alejandra también marcó la vida de ellos en este nuevo libro. Curiosamente, esta mañana desperté sin novedad: ella no apareció en una pesadilla de nuevo. Solo hay un pequeño gran “detalle” que me tiene inquieta, ya lo descubrí: un (no tan) muchacho debería saber algo importante, pero ni siquiera se lo imagina. Yo no puedo alertarlo ni quiero importunarlo. ¡Jamás me creería! Él ahora está feliz y prefiero que se quede con ese presente que tanto ama. Algo va a suceder, no sé si más tarde o más temprano. Alejandra lo sabe y yo también.