domingo, 12 de noviembre de 2017

Acoso Sexual: ¿De verdad creen que algo así se debe "agradecer"?

No tenía planeado escribir esto, pero lo que siento es más fuerte. No puedo ni podría quedar indiferente, menos continuar con mis quehaceres sin compartir estas palabras que, como es de esperar, muchos (mejor dicho, muchas) las sentirán como un reflejo de una cruel realidad y para otros serán una molesta exageración.

Si hay algo cierto es que desde hace tiempo se han hecho visibles distintas expresiones de violencia, una de las más claras es la del acoso sexual: ya sea en distintos contextos como en el ámbito laboral, en los espacios públicos y así, suma y sigue. Ojalá fuera otro el tema que moviera mis letras, pero esta semana , al igual que mucha gente, supe de una noticia que me generó impotencia, rabia y asco: se trata de una joven estudiante que, mientras se encontraba en la Estación Franklin, se vio enfrentada a un hombre que se masturbaba en el andén. Ella lo grabó para dejar registro y, como era de esperar, el tipo se hizo el desentendido, tratándola de mentirosa y negando el hecho. Sin embargo, no todo queda aquí. Horas después, vi que la joven compartió lo vivido en redes sociales y, junto con eso, recibió una serie de comentarios que me derrumbaron, expresiones de esas que hacen perder toda esperanza en la sociedad.

¿Cómo es posible que existan quienes minimizan situaciones como esta, incluso hasta justificarlas?, ¿Acaso no les da vergüenza su propia miseria humana? Esta es la parte en la que quienes se sienten atacados por estas preguntas empiezan a decir: “Ya salió otra “feminazi” a darle color” o cosas peores. Digan las estupideces que quieran, que para eso son expertos.

Entre los comentarios de redes sociales, leí que a la estudiante le escribieron comentarios como: “Me carga la gente que anda por la vida victimizándose”, “¿Y por qué lo grabaste, entonces?, ¿te gustó?” (Por si acaso, adapté los comentarios, porque sería un insulto para mi gente lectora reproducirlos con aquellos “horrores” ortográficos) Esto es más que predecible: palabras provenientes de esos típicos machos de mierda que creen que actos como este no son violentos y que somos nosotras las que queremos andar por la vida como víctimas. Cómo se nota que jamás han estado desde el rol de quien se ve afectad@ por hechos así, que por más que intenten negarlo, son cotidianos y frecuentes. ¿De verdad alguien puede creer que la joven grabó por gusto? Sin embargo, uno de los que más me impactó fue uno que decía: “Agradece que un hombre se masturba delante de ti.” Como si no fuese suficiente, ahora hay que sentir gratitud ante algo así.


Con razón esta sociedad llega a ser tan decadente, da vergüenza que existan personajes que sean capaces de normalizar y encontrar una justificación en todo esto. Asimismo, no faltaron los de siempre, esos que calificaron a la víctima como una: “alharaca, cuática, morbosa, mal culiada.” Sí, en esos términos. Ese afán de menosprecio y burla es una bajeza, la fiel muestra de que por más que se intente educar, hay quienes hacen oídos sordos y recalcan la idea de que “debemos sentirnos agradecidas ante acciones como esta”. Qué ganas de creer que todos esos comentarios posteriores a lo ocurrido en esa estación fuesen una broma. Una broma cruel y de pésimo gusto, de esas que llegan como la guinda de la torta para coronar un mal día, pero no. Ocurrió, ocurre, pero ya es tiempo de que todo aquello se detenga.

martes, 19 de septiembre de 2017

La historia de "los sin historia": Sobre la tercera parte de "Historia Secreta de Chile"


Hace varias semanas que tenía estas palabras pendientes. Dicen que “más vale que nunca”, ¿no? A diferencia de mis anteriores lecturas de “Historia Secreta…” este año me tardé un poco más debido al torbellino simpático que originan el trabajo y el estudio. Como sea, mi lectura nunca se detuvo ni quedó olvidada. Imposible. ¿El libro a comentar esta vez? El tan esperado “Historia Secreta de Chile 3”.

Recuerdo que cuando escribí mi comentario sobre la segunda parte de esta trilogía, también en este espacio, expresé mi inquietud de querer leer sobre aquellos y aquellas que no son ni han sido visibilizados en nuestra historia nacional, por diferentes motivos. Agradezco que esto se haya visto reflejado en el tercer libro. Me quedo con una sensación distinta a la que viví con los dos anteriores y no es algo malo, sino todo lo contrario. Aquí se les da un espacio a esos luchadores, trabajadores y mujeres increíbles, inolvidables, que tanta falta hace reconocer en Chile.  En esta ocasión no pretendo hacer un “spoiler literario” ni tampoco detallar cada capítulo, pues la idea es que quienes no han llegado a este libro puedan hacerlo también.

No es primera vez que lo afirmo ni tampoco soy la primera en hacerlo, pero no está de más recordarlo: si hay algo claro y que algunos no soportan asumir es que la historia que nos han querido contar a nosotr@s como pueblo chileno es aquella que está narrada desde la mirada de los triunfadores, particularmente personificada en el hombre blanco, heterosexual y de situación económica acomodada. Una historia manipulada desde el privilegio y que pretende mantenermos lejos de los cuestionamientos y de esos/as grandes personajes que no se adaptan a la imagen que nos quieren entregar.

Ya al momento de comenzar a contar sobre algunos capítulos, Baradit da el puntapié inicial con un relato estremecedor titulado “La tragedia más grande de nuestra historia”, el cual cuenta sobre un episodio que yo, al menos, nunca leí en uno de esos libros de la historia “oficial” que nos enseñaron por tantos años. Se trata del incendio de la Iglesia de La Compañía, una desgracia de grandes proporciones y que, al igual que tantos hechos vividos en Chile, pareciera haber quedado silenciado hasta ahora. 8 de diciembre de 1863: se daba paso a la celebración de la Asunción de la Virgen y el fin del mes de María. La mayoría de las asistentes a la ceremonia fueron en gran parte mujeres de todas las clases sociales. Cabe destacar la reflexión que refleja una realidad clarísima: hoy ser mujer no es fácil, pero ha sido así desde siempre. Se hace hincapié en la influencia que la Iglesia tenía en las mujeres de esos tiempos, moviendo sus hilos e imponiendo la imagen de la Virgen como un ejemplo de virtud.  Asimismo, se menciona también que era el hombre quien otorgaba validez a la mujer, a través de su cruel sentido de pertenencia y dominio. Pensar que algunos en la actualidad aún lo creen así resulta ser estremecedor.

Por otra parte, un nuevo episodio nos cuenta sobre otra mujer de la que no se sabe demasiado tampoco. Recuerdo que hay un libro dedicado a ella y también en un canal chileno se hizo una teleserie rescatando su imagen. Sin embargo, queda claro que aun así, no conocemos su desenlace. Se trata de Carmen Marín, una joven que en determinada época (1857) causó más que revuelo debido a una “enfermedad”, la cual consistía en lo siguiente: resulta que el diablo se le había metido en el cuerpo y esto se manifestaba mediante crisis consideradas como posesiones. Curioso, ¿no? Fue ella, por lo tanto, quien enfrentó a dos fuerzas que incluso hasta nuestros días, increíblemente, parecen ser irreconciliables: las creencias religiosas v/s la ciencia. Yo, por lo menos, considero que ese partido disputado entre ambas ideas no ha terminado. Así, médicos y sacerdotes discutían sobre métodos de sanación para esta joven de origen y andar precarios, con toda una historia de abandono y violencia detrás. Asimismo, hay un diagnóstico que me quedó dando vueltas, con el que llegaron a evaluar a Carmen: “un simple caso de histeria”. Y es que pareciera que esa imagen de la mujer histérica es el calificativo más cómodo y atribuible, por el hecho de ser mujer y ya. Un capítulo que da para pensar y que encierra todo un misterio que solo en los últimos años se ha hecho un poco más presente.

Y ustedes, ¿sabían que en Isla de Pascua hubo una revolución dirigida por una vidente? Así se titula también uno de los relatos que más llamó mi atención desde un punto de vista trascendental: se muestra la imagen de una mujer isleña luchadora y toda una líder, María Angata, y la de todo un pueblo oprimido que carga toda una historia que debería ser más que conocida por quienes somos “los del continente”.
No deja de ser rescatable el hecho de que, en medio de una sociedad tan machista, María Angata haya sido la voz que lideró a una comunidad entera, a su gente.
Duele y sorprende a la vez, además, ver que en medio del relato, desde Perú llegaron inicialmente en un barco a invadir y a destruir la isla. Lo que vendría años después es algo que también retrata los abusos hacia los isleños e isleñas, quienes fueron víctimas de distintos tipos de maltratos durante tanto tiempo. Fue en medio de dicho panorama que, entonces, María se alzó y dirigió a su gente, llevando en esta revolución el imaginario polinésico y también, el cristiano. Dios le había hablado y, junto con eso, se venían otros tiempos de organización y liberación. ¿Y qué pasó después? Quienes ya han leído el libro lo saben y los /as que no, sabrán descubrirlo. Antes de concluir con la mención de estos hechos y de esta mujer, me siguen dando vuelta las tristes preguntas que de seguro, también se hicieron tantos en su momento. ¿Y qué pasó con el Estado Chileno?, ¿por qué postergaron tanto a Isla de Pascua y cómo fueron capaces de permitir aquellas vejaciones? Son solamente algunas de las interrogantes que me hacen afirmar que, a pesar del paso del tiempo y de la historia, Chile no ha valorado como corresponde a sus pueblos originarios y es sabido que con eso no me refiero únicamente a los Rapanui. Es más, entiendo que hasta hoy los isleños mantengan cierto aire de recelo frente a nosotros, “los del continente”.

Cambiando de capítulo, aquí viene uno de los más importantes para mí: “¿Quién era Gabriela Mistral?” Hablando desde lo personal, tengo que decir que desde niña la Gabriela ha tenido una gran importancia para mí. Conocí más de su vida y obra gracias a mi madrina Raquel (“Quelita”), quien fue una profesora increíble y gran lectora y que hace ya dos años que emprendió su vuelo al universo. Por eso, también, creo que este capítulo me conectó con algo más íntimo y sensible. Mientras lo leía, me sentía acompañada por mi  madrina. Estoy más que agradecida de Jorge Baradit al rescatar la imagen y el valor de una de las grandes de nuestra historia chilena tal como fue y es.
Es cierto que aquella “historia oficial” durante muchos años nos quiso mostrar una imagen inventada de nuestra Mistral. Eso era más cómodo para los que mueven los hilos poderosos, ¿verdad? Desde nuestra infancia nos quisieron hacer creer que la Gabriela era esa viejita de las rondas infantiles, esa que estaba regida por aquel sentimiento únicamente maternal y abnegado. Sin embargo, la realidad era otra y para el poder esta era verdaderamente incómoda. La Gabriela fue una de las grandes feministas de su época, luchó por la aún tan anhelada equidad de género, visibilizando la desigualdad e injusticia que históricamente hemos vivido las mujeres. Alzó su voz y sus letras a favor de una educación no solo para todos, sino también para todas. Junto con eso, reflejó la realidad e hizo suya la lucha y los dolores de los grupos más oprimidos y silenciados.
Coincido con las palabras del autor cuando plantea que la Gabriela era todo aquello que para Chile es detestable: una mujer de convicciones fuertes, feminista, lesbiana, luchadora, inteligente, de voz y letras rebeldes y de mirada crítica con respecto al poder. Si esto ya en nuestros días, lamentablemente, es molesto y espantoso para muchos, es cierto que en su época la situación era peor.
Si hay algo que es verdad es que este país fue muy ingrato y cruel con nuestra Gabriela, por eso este capítulo del libro viene a mostrar ese valor que todo el pueblo chileno debería saber reconocer. Afortunadamente, junto con este episodio también hay quienes desde sus roles en la actualidad buscan mantener vivo el legado de Gabriela y de rescatar su vida y obra tal como han sido, sin las artimañas poderosas que por tanto tiempo la mantuvieron oculta. Sé que hoy mi madrina estaría muy contenta y tengo claro que ella hubiese comentado conmigo este relato muy entusiasmada. Por eso y más, no puedo callar la importancia que para mí significa.

Sé que podría continuar comentando sobre más personajes y capítulos, pero esta vez quise destacar solo a algunos o, más específicamente, a algunas. Y es que tan difícil ha resultado leer a mujeres durante nuestra historia, que yo también me siento en la necesidad de darles un espacio aquí. Sin embargo, no me olvido de varios episodios que Baradit sabe rescatar también en este tercer libro de la llamada “Historia Secreta…” Entre las páginas de esta tercera parte, además podemos encontrarnos con varios personajes necesarios y que tienen mucho que contar, como es el caso de aquellos esclavos africanos que pelearon por la Independencia de Chile, desconocidos héroes antárticos y, junto a ellos, un relato que cierra mostrándonos y recordando que, aunque los grandes poderes quieran negarlo y desentenderse, Chile ha sido un verdadero cementerio de obreros.

Como Bonus Track: “El cráneo de Carrera” es otro capítulo que de seguro va a sorprender y no va a dejar indiferente a la gente lectora, en especial a la fanaticada carrerista. Lo dejo ahí.

Ya para finalizar, no puedo dejar de destacar a la canción con la que se introduce esta tercera parte de “Historia Secreta…”: la letra de “El baile de los que sobran” de Los Prisioneros. Un tema que me recuerda a los estudiantes que, por más que quise, como profe no pude salvar (porque, finalmente, tampoco soy una heroína, pero eso es otra cosa), canción que hasta hoy, nos guste o no, sigue retratando nuestra realidad nacional, al igual que la serie de narraciones y personajes que se pueden descubrir en esta nueva lectura.

Recuerdo que el mes pasado fui a la Librería Antártica del Costanera Center, una tarde que Jorge Baradit estaría firmando libros. No llevé los tres, sino solamente el último, pues no sabía si resistiría tanto tiempo entre tanta gente. (Para los lectores que no saben, sufro de una fobia que me impide estar mucho rato entre multitudes y espacios donde circulan muchas personas. Es algo que estoy tratando con una terapia y que, por suerte, estoy superando.) Finalmente, conocí al autor de esta inolvidable trilogía, a quien también destaco por su disposición para compartir con sus lectores y por el tiempo entregado. Cuando llegó mi turno, le dije que me sentía feliz de saber que mi viaje desde Melipilla hasta allá había valido la pena y, con eso, sosteniendo la emoción en la garganta le expresé: “Gracias por contar la historia de “los sin historia” “y ya, al final, le comenté que una vez leído el libro, escribiría sobre él en mi blog. Así lo hice, aunque haya tardado un poco más que con los anteriores. Y aunque ya la trilogía está conformada y los colores de la bandera nacional ocuparon cada portada de sus libros, sé que no soy la única que siente que siempre quedarán historias secretas para compartir y desafiar a esos que no soportan que las sepamos ni que toquemos la fragilidad de sus héroes pseudointachables.








sábado, 9 de septiembre de 2017

Hoy perdí, hoy no fui capaz...pero, ¿mañana?


Según algunos, ya es tarde, pero antes de dormir necesito dejar mis letras por aquí. Se suponía que la próxima vez que escribiera en mi blog lo haría para expresar mis impresiones sobre el libro buenísimo que por ahora estoy leyendo, pero no. La urgencia ahora me pide contar algo distinto, que no estaba en mis planes.
No puedo creer que a solo a un par de semanas de mi cumpleaños me haya pasado esto. En realidad, creo que eso no tiene nada que ver, pues al final lo que viví este sábado 9 se septiembre no fue por falta de madurez, sino por ese miedo irracional e insoportable que creí que ya no volvería a interrumpir mi vida.

Comencé mi día sábado como lo he hecho desde hace tres semanas: levantarme temprano para viajar a Santiago a estudiar lo que corresponde al diplomado que estuve esperando hacer por tanto tiempo. Finalmente, lo conseguí, pero a propósito, esta experiencia me ha dejado ciertos sentimientos encontrados con los que me cuesta pelear: me queda claro que la Romi profe es totalmente opuesta a la que hoy es la Romi estudiante. No he sido capaz de acercarme a ningun@ de mis compañer@s a entablar una conversación. Como dijo un jugador: "es increíble, pero no se me da". Curioso me resulta, considerando que como profe soy muy comunicativa y hasta he sacado mi lado más lúdico y humorístico. Como sea, después de todo, yo voy a estudiar y eso es lo principal. Lo demás es accesorio, pero igual lo noto. 

Después de una mañana intensa, me esperaba una tarde hermosa en la que aprendería mucho: había reservado un cupo para un taller de encuadernación. Para quienes no lo sabían, el año pasado la encuadernación me conquistó desde el primer taller en el que estuve y en el cual hice mi primera "libretica". Desde entonces, me propuse seguir aprendiendo y este sábado 9 sería una oportunidad perfecta, que se veía llena de colores y descubrimientos...pero no fui capaz.

Desde mi horario de salida del diplomado hasta la entrada del taller había un par de horas de diferencia. Llegué a Estación al Patio de Comidas, en busca de algo no muy dañino, pero no hubo caso. Apenas puse un pie ahí noté que algo andaba mal: mucha, bastante, demasiada gente. Resulta evidente, tratándose de la hora de almuerzo, pero eso lo entiendo ahora, ya en calma. Mucha, bastante, demasiada gente. No sé cuál fue la expresión de mi cara en ese instante, pero empecé a caminar, intentando encontrar un lugar vacío, pero todo estaba repleto. Esos momentos de búsqueda se me hicieron eterno hasta que no pude más. Bajé por la escalera mecánica, caminé y me senté en un lugar más distante, donde la multitud no llegaría. Descubrí que lo vivido hasta entonces había acabado conmigo, ya no tenía ganas de nada, solo de volver a mi casa y sentir que estaba segura en el abrazo de mi clan. A pesar de que mi hermanita me mandaba mensajes de ánimo por el celular y aunque yo me repetía una y otra vez que había asumido un compromiso para la tarde, que esto ya pasaría y que todo estaría bien, fue imposible. Las lágrimas empezaron a brotar y no pude detenerlas. Fui a un baño cercano y ahí me quedé unos minutos, llorando, al fin alejada de aquellos que por un momento me hicieron sentir sofocada hasta la desesperación. Finalmente, regresé y una vez en casa, volví a llorar. Peor aún, cuando mi hermanita me dijo que tenía que insistir con este tema en mi próxima sesión de terapia o incluso ver si mi situación requería medicación porque "no siempre basta con la voluntad", según comentó. Esto fue lo que más me atemorizó, lloré de rabia al verme y sentirme anulada, incapaz de hacerle frente a ese miedo maldito que una vez que se va, parece absurdo. Lloré porque recordé las palabras de mi psicóloga que una vez me dijo que "el miedo nos paraliza" y así ocurrió este sábado. Perdí. Luego de estas reflexiones, dormí durante varias horas sin saber nada del mundo.


Me cuesta entender esto, se me hace difícil ejercer el dominio sobre lo que sucede. "Lo que pasa es que tú estás hecha de control y la idea de perderlo ya te deja mal". Me lo dijeron también y lo acepto. Pasa que este miedo arrollador llega cuando le da real gana. Al final, creo que lo que más me atemoriza es ese "miedo a tener miedo", porque sé que con él se viene una serie de momentos que saben derrumbarme. Es extraño, porque no siempre las multitudes han generado en mí esa sensación amenazante que sofoca y altera. Por ejemplo, recuerdo que una vez conté en terapia lo siguiente: " Una vez fui sola a un concierto de Rata Blanca y aunque había mucha gente, no tuve ese miedo. Lo mismo me ha pasado cuando llega la Feria del Libro en Estación Mapocho. Hay un montón de gente, pero no me siento mal, porque tengo la sensación que uno tiene cuando está con los de su tribu." Entonces, ¿cómo explicarlo bien? A veces, esto llega. A veces, ni rastro. Cada vez que puedo caminar o ir a comprar sola a sectores más concurridos, lo tomo como un logro. Sin embargo, entiendo que no siempre habrá alguien para acompañarme físicamente y si comparo mi situación con el año pasado, estoy mejor, pero aún siento que me queda otro tramo intenso por avanzar.


Ayer, luego de terminar mi primera sesión de Aeroyoga, compartía mis impresiones con la profe. Le dije que solo logré desbloquearme y comenzar a moverme una vez que decidí no pensar en lo que estaba haciendo, sino que simplemente me propuse realizarlo sin darle más vuelta y así, resultó. ¿Acaso tendré que hacer lo mismo en mi vida cotidiana? De ser así, no resulta tan fácil.


¿Y ahora qué? Solo puedo contar que en medio del silencio de la madrugada, estando ya más tranquila y sin cargar ese miedo insoportable, no dejo de arrepentirme de la oportunidad que perdí al no asistir al taller de encuadernación. Sin embargo, arrepentirse es francamente inútil y, al mismo tiempo, creo que tampoco hice tan mal en volver a casa. A veces, no siempre se pueden forzar las cosas y, quizás, no fue tan malo escuchar a mis latidos alterados que pedían una pausa. En realidad, quiero quedarme con algo rescatable en medio de este desastre vivido. 


Se vienen semanas intensas y solo espero vivirlas feliz, sin escuchar a ese miedo que lo único que está haciendo es privarme de cosas que no sé si volverán. Creo que tendré que ser más rigurosa en este proceso, regresar a mi próximo control antes de lo que tenía previsto y, sobre todo, aferrarme a la compañía y al cariño de quienes me rodean y hacen el aguante, pero teniendo claro que tengo que saber reconocer mis propios pasos.







domingo, 16 de julio de 2017

¿Acaso no es suficiente? // Recuento semanal //

Hace tiempo que no publicaba algo nuevo. Para ser exacta, incluso meses. No es que haya dejado de escribir, pero la verdad es que este último tiempo ha sido más movidito de lo que pensaba. Afortunadamente, la situación laboral mejoró, decidí sumergirme disciplinadamente en la revisión de mi próxima novela (cosa que me tiene algo agotada), sigo con más ideas y pronto volveré a estudiar, lo cual me tiene también muy entusiasmada. No será en mi Pedagógico del alma, pero sí en el lugar indicado y que de seguro tiene muchas historias. Como ven, la capital y yo nunca nos hemos dejado.

Luego de contar sobre los motivos que me han tenido lejos de este espacio, tengo que decir que ojalá fuese otro el motor de mis palabras, pero me queda claro de que no hay caso. No hay caso con ciertos personajes y situaciones que nos demuestran lo decadente que puede llegar a ser nuestra penosa sociedad chilena. Así de simple y complejo, así de directa la idea. Si escribo esto es porque quiero dejar aquí toda esa bronca que, a la vez, se mezcla con lástima y desesperanza. ¿Y a qué viene esto? Vamos a lo concreto. Hablemos de retroceso, de imbecilidad, de esa ignorancia que no nos deja avanzar como país.

Comencemos el relato de este lamentable compilado de retrocesos. Recuerdo que la semana pasada dio su puntapié inicial con una singular noticia: el llamado “Bus de la libertad” llegaba a Chile a promover el odio y la discriminación hacia nuestr@s niñ@s transgénero. Muchos dijeron en su momento y hasta ahora lo sostienen: “¿Qué tiene de malo? Todos tenemos derecho a expresar lo que pensamos.” Pues yo les digo a esas personas dónde está el error, poco y nada me importa que me traten de soberbia. Ya lo han hecho muchas veces, una más da igual. Nos han hecho creer que toda opinión es válida y respetable, pero ya es tiempo de que desmitifiquemos eso. Hay gente cruel y malintencionada que se escuda en nombre de la “libertad de expresión” y ni siquiera les da un poco de vergüenza.

Todavía recuerdo con una mezcla de sensaciones nefastas que, mientras tomaba un té, un programa matinal transmitía lo sucedido con el famoso bus en las calles. Entonces, una periodista se acercó a una mujer que se manifestaba en contra de la “ideología de género”. Cuando se le preguntó acerca de una definición de “ideología de género”, empezó a decir una serie de evasivas y burradas (con el respeto de los señores burritos) que no la llevaron a ningún lado y que solo dejaron en evidencia que la estupidez no tiene límites. ¿Salir a gritar promoviendo el odio sin siquiera saber de qué se trata todo esto? De verdad, se nota que hay personas a las que, por lo visto, les dieron leche con tolueno durante su infancia.

Junto con lo anterior, la seguidilla de fanáticos religiosos y conservadores no se hizo esperar. Es lamentable que le den tribuna a ese odioso e insoportable grupo de personajes. Como si no me hubiese costado años aprender a superar mis inmensos prejuicios hacia los cristianos. Increíblemente, mi mejor amigo de la universidad es cristiano, cosa impensada en otro momento de mi vida. Aprendimos a querernos y a aceptarnos con nuestras diferencias y semejanzas. Sin embargo, hay exponentes que dejan demasiado que desear. ¿Y dónde está ese Dios de amor con el que tanto se llenan la boca? ¿De verdad, ese Dios eligió como representantes a esos seres tan tarados y vergonzosos?

Cada vez que hay algún tema contingente a nivel país, sostengo que los “argumentos” que se escudan en Dios son una soberana falta de respeto. Al parecer, eso del estado laico todavía no se da y, realmente, lo pienso así: ¿cómo me vería yo, si para defender una opinión utilizara a mi personaje favorito de una obra literaria? Obviamente, perdería la seriedad y me vería irrisoria y poco sólida ante mi interlocutor. Creo que al momento de argumentar, hay que dejar a los dioses al margen. (Y eso que yo también tengo mis creencias, pero me vería pelotuda si las involucrara en temas donde no tienen pito que tocar)
Esos que tanto vociferan declarándose “pro vida”, que tanto piden que “con sus hijos no se metan” son quienes se sienten con el derecho de meterse cuando una mujer busca decidir sobre su cuerpo. Los mismos que tanto dicen preocuparse por los futuros niños y niñas, pero que se espantan cuando se habla de la existencia de niñ@s trans. Ahí se olvidan de sus derechos, claro. Sí, los mismos que dicen que quieren “menos Estado y más familia”, pero que cuando pueden sacar provecho de beneficios estatales, lo hacen sin chistar. Definitivamente, aunque a algunos se molesten, esta gente no tiene vergüenza ni dignidad.

¿Qué más? La verdad es que me extendí con el tema del bus ese y aunque tampoco debería darle más tribuna con mis palabras, tampoco podía quedar indiferente. Lo más lamentable es que los horrores no se detuvieron durante la semana que pasó. Ahora, me refiero a lo que la (in)justicia chilena hizo con Nabila Rifo. Queda clarísimo que esta es una muestra más de lo poco que importan las víctimas de violencia de género a nivel judicial. Sucede que ahora le rebajaron la condena al agresor de Nabila porque “no fue un femicidio frustrado, pues no hubo intención de matarla”. O sea, te saco los ojos, te golpeo a rabiar, te torturo, pero no quiero matarte, claro. ¿Me entienden cuando, al igual que muchos, utilizo la expresión: “Que se acabe Chile”? Esto es una burla, una burla realmente cruel. ¿Qué más tiene que seguir pasando para que de una vez en Chile se condene la violencia de género como corresponde? Lo que más asco y rabia me da es ver que aún desde el mismo poder y también en lo cotidiano, hay quienes justifican y respaldan el actuar del victimario. Miseria humana en su máxima expresión. Esto no tiene otro nombre, por más que traten de buscarlo.

¿Algo más? Si seguimos hablando de violencia de género, podría extenderme aún más. Cuestión de recordar también los (nueva y enormemente) insólitos dichos de Alberto Plaza acerca del aborto y las causales que hoy se discuten. Resulta que ahora “la palabra de la mujer es insuficiente para probar una violación.” Otra vez, por favor, que se acabe Chile. No sé si este país merece otra cosa con “pensadores” de esa calaña e insisto: qué mal que les den tribuna en los medios de comunicación para decir tanta barbaridad junta. Típica actitud de hombre con una posición privilegiada, por el solo hecho de ser hombre y sumemos que también es blanco y heterosexual, es decir, fiel exponente de la cultura dominante y que se jura juez opinando sobre algo que no le incumbe ni incumbirá jamás, pues él al igual que tantos que se comportan de esa forma, nunca estarán en la piel ni en la postura de una mujer violentada. ¿Hasta cuándo algunos seguirán creyendo la imbecilidad de que una mujer aborta por deporte, porque le gusta? Qué increíble cómo hay quienes se sienten con el derecho y descaro de opinar tan sueltos de cuerpo, sin pensar en las consecuencias.

Además de ser escritora, soy profe y desde mi rol, cada vez que puedo les recuerdo a mis estudiantes que no todas las opiniones son válidas. No lo son aquellas que promueven el odio, la discriminación y atentan contra la dignidad de otras personas. Una opinión siempre debe ser fundamentada, pero con argumentos serios y reales. Nunca una opinión misógina, homo/lesbofóbica, transfóbica, racista (por dar algunos ejemplos) va a ser válida ni aceptable. “No podemos andar opinando idioteces” creo que incluso les dije una vez. Y es que mientras algunos insisten en hacer que este país no avance, los demás tenemos que seguir, aunque vaya qué difícil es. Seguir avanzando desde nuestros espacios y nuestros roles. Yo lo hago desde aquí y una vez que vuelvan las jornadas de clases, lo haré con mis distintos cursos.

Mi abrazo infinito a mi gente lectora. A quienes me siguen desde antes y a quienes comienzan a leerme. (Por favor, este abrazo no va dirigido si es que hasta aquí llegó un lector o lectora que forma parte de aquellos fanáticos a los que hoy descueré. Merecido lo tienen.  Incluso para abrazar y acariciar con las palabras hay que poner límites. Increíble, ¿no?)


sábado, 15 de abril de 2017

De una indeseable y dulce resistencia


Creo que ya van dos meses o un poco más desde que me dieron la noticia. Era una tarde de verano, el panorama se veía interesante en la capital, pero es verdad que no siempre las cosas siguen el curso que quisiéramos.

Todavía recuerdo el momento en que le pasé unos exámenes al médico que me esperaba ese día. No llegué ahí por mi cuenta, sino porque hace meses la ginecóloga me había enviado hasta allá, pero yo no hice caso, por varios motivos: cansancio, aburrimiento, ganas de no gastar mi esquivo sueldo en exámenes y consultas médicas. Según ella, suponía que mi insoportable, y en ese instante, irregular menstruación (perdón por tanta honestidad) podía deberse a un posible tema con el azúcar. Fue con un comentario pasajero que me sugirió que disminuyera el consumo de alimentos azucarados. En ese momento tomé sus palabras como parte de una rutina y nada más. Una sugerencia que de seguro no importaba tanto.

Noviembre de 2016: Segunda sesión con mi nuevo dermatólogo. Fue él quien nuevamente me hizo un chequeo y me mandó a hacer exámenes de un cuanto hay. Todo bien, salvo dos cosas: mi hierro estaba bajo y para eso tendría que tomar pastillas. Lo otro: algo que a él lo confundió, por lo que no se atrevió a darme un diagnóstico determinante: el examen de la llamada “Insulina Post Carga” no calzaba. Mi insulina se elevó, sin embargo, algo era de extrañar: mi glucosa y glicemia estaban en perfecto estado. Solo mi insulina estaba fallando y era para tomar en cuenta. Era evidente: me gustara o no, mi visita al nutriólogo era inevitable.

Ese día de enero me encontré frente a frente con un señor mayor, demasiado serio y hasta algo malhumorado. Por lo general, la seria, precisa, reacia a estas experiencias y poco amigable en estos casos suelo ser yo. “Me salió gente al camino”, claro. ¿Y qué más podría decir? Finalmente, esto se resumiría en una frase típica de un antiguo programa de comediantes: “A ers, ¿quién es el “dostor”?” Sus palabras me cayeron como patada en la guata, en pocas y honestas palabras: “Me fui a la mismísima chucha.” El nutriólogo con su mirada seria me dijo lo que antes quise ignorar y que jamás hubiese querido oír. “Tu glucosa y tu glicemia están bien, pero tienes resistencia en la insulina.” 

No sabría describir con perfecta exactitud todo lo que sentí en ese momento, solo sé que me derrumbé y que la garganta se me convirtió en un nudo que me costaría desatar durante el resto de la tarde. Entonces, el médico siguió con lo demás: me recomendó unas pastillas (Metformina) y, junto con eso, me pasó una hoja que sostuve con miedo y curiosidad. Era un papel escrito con sugerencias para llevar una “vida más sana”.

Una vez que salí de la consulta, quedé con varias ideas dando vueltas: tendría que cambiar mis costumbres, un medicamento nuevo y el especialista que me atendió no era el más simpático del mundo. Es más, me pareció derechamente desagradable. Sin embargo, hay algo que hasta hoy le agradezco infinitamente: él fue sincero, me habló con ese tono verdadero que tanto admiro, ese que sale sin adornos y que, aunque duela, al final llega por mejor. Así debería ser toda la gente: hablar sin huevonadas ni darle tantas vueltas a lo que tiene que decir. De frente y nada más.

¿Resistencia a la insulina? ¿Qué mierda? Desde mi época escolar tengo claro que la Biología y sus derivados son temas que están lejos de mi dominio. Por más que me hayan dicho un diagnóstico, yo no sabía la raíz de este proceso, no entendía qué pasaba dentro de mí. Mi hermana, a pesar de no ser profesora como mi mamá, papá y yo, igualmente heredó esa capacidad de enseñar que viene de familia. Fue ella quien me aclaró el panorama con una explicación más simple. ¿Por qué mis exámenes no cuadraban ni iban para el mismo lado? Si mi glucosa y mi glicemia están tan bien es gracias a la insulina. Ella es la que se esfuerza por tener bajo control mis niveles de azúcar y para conseguirlo llega al punto en que incluso se eleva más de la cuenta. Ella sube con tal de que mi glucosa y mi glicemia estén en buen estado. Ella sube, aunque eso le signifique un sacrificio.

Cuando mi hermana me lo planteó de ese modo, me dio pena. Es como cuando una persona que te quiere se esmera en verte bien y con tal de lograrlo, es capaz de lastimarse, de dañarse a sí misma y olvidarse de su propio bienestar. Lo peor es que tú eres tan como la mierda que no le agradeces, no le correspondes y no la cuidas, es un lazo que no es recíproco… y si hay algo que odio desde lo más visceral es la falta de reciprocidad, en todo orden de cosas. Sin embargo, ser recíproca en esta relación con mi insulina no sería fácil para nada.

Empecé a tomarme sagradamente mi pastilla de Metformina cada noche, pero eso no bastaría. Era tiempo de cambiar mis costumbres y ese fue el golpe más bajo de todos. De a poco comencé a dejar el azúcar añadida. Nunca he sido fanática de las bebidas gaseosas y si las tomo alguna vez, es en poca cantidad. Eso no era suficiente. En los almuerzos el jugo lo cambié por un vaso de agua, mi consumo de dulces bajó considerablemente y solo los fines de semana me permití desordenarme. Con respecto al chocolate, el panorama fue por el mismo lado. Una barrita comenzó a durarme semanas y no solo unos días. Incluso una de mis galletas favoritas comenzó a parecerme más dulce de lo esperado. El problema fue que algo se me hacía más complicado: dejar el azúcar granulada a la hora del té o café. Al principio, a regañadientes, fui agregando stevia, pero muy pocas gotas. No me gustaba ni me gusta mucho. Mi cara de rechazo y asco era evidente y mi familia lo notaba. Lo que ellos no sabían era que “mi verdadera procesión iba y va por dentro”. Mi ánimo se fue al suelo y la idea de recuperarlo sin dulzor me resultaba difícil, terrible. Eso que mi consumo de azúcar tampoco es de un nivel descomunal ni espantoso como el de otra gente que conozco.

Hasta hoy me da pena pensar en aquellas costumbres que he dejado atrás. Me ha costado regular mi estado anímico. Creo que junto con el aguante de mi gente, tendré que conversar con el nutriólogo y mi terapeuta, aunque suene achacoso, pero me resulta más que necesario. Yo era de las que usualmente andaba con algún caramelo o golosina en la mochila. Hoy son otros los alimentos que me acompañan. No me prohibieron el azúcar de manera tajante, pero sí me advirtieron que si no me cuido, puedo terminar mal y, entonces, no habrá vuelta atrás. Este diagnóstico es una alerta que no puedo ignorar, es la antesala a la tan temida diabetes, es la oportunidad que la vida te da para que decidas qué quieres en realidad. Yo quiero cuidarme, respetar y valorar el esfuerzo que mi insulina hace por mí. Es más, aunque suene re pelotudo para algunos, cada vez que como algo con azúcar, desde mi mente trato de transmitirle calma a mi insulina, pidiéndole que no se alborote. Ojalá me hubiese vuelto así de amorosa y consciente también con mi menstruación, pero eso sí que es imposible. Cada vez que me llega la maldigo, la puteo y la culpo por hacerme sentir tan miserable, débil y asquerosa. Yo creo que por eso, ella se venga de mí. La diferencia es que la insulina ha estado apañando desde siempre y la necesito. A la regla no y como me estorba y molesta, me la voy a cortar para que no regrese hasta que realmente me traiga una utilidad, pero eso es tema aparte.

Durante este tiempo he aprendido mucho, más de lo imaginado. La resistencia a la insulina es una enemiga silenciosa, pues no se manifiesta exteriormente. Mi peso está bien, eso no tiene nada que ver. Aquí no podría cambiar una conocida canción por algo como esto:

“La pinta es lo de menos, vos sos un insulino resistente bueno.”

No, ni cerca. Se trata de una advertencia que corre por dentro y que te amenaza, que te puede dar donde más duele, pero que al mismo tiempo, te enseña. A mí me ha enseñado que hoy mi insulina es mi foco de atención principal. Ok, no debo despreocuparme del resto del cuerpo, pero hay puntos que requieren más cuidado. Hoy entiendo que la Romina de hace unos meses no es la misma que la de hoy, aunque suene exagerado. He tomado una decisión clara y no hay vuelta atrás: si bien, mi meta es revertir la resistencia a la insulina, aunque esta se vaya, no quiero volver a mi antiguo modo de vida.

Lo bueno es que, al final, es mejor ver el vaso medio lleno, pero cuesta mucho. He conocido a gente que se preocupa de estos temas y comparte sus conocimientos. Yo he optado por reeducarme y en eso estoy.  Voy aprendiendo que se puede endulzar el día a día de otras maneras. Me han hablado de la tagatosa y recetas varias que tengo en consideración. Esto no está perdido. ¿Lo triste? Sé que hay gente mucho peor que yo y me duele ver que socialmente, quienes decidimos evitar el azúcar por salud o quienes no pueden consumirla derechamente, no estén y no estemos contemplados siempre. No todos los restaurantes, cafeterías o pastelerías tienen opciones sin azúcar para elegir y eso es fuerte. Es como si no te tomaran en cuenta, cuando en realidad también queremos y tenemos derecho a disfrutar de aquellos detalles dulces de la vida. Hace un tiempo esto jamás hubiese sido tema de preocupación para mí. ¿Por qué tendría que haberlo sido? La respuesta es clara y aunque suene fuerte y hasta egoísta, es verdad: uno se empieza a preocupar y a hacer más consciente de ciertas cosas cuando a uno le tocan de cerca y, directamente, le afectan. Cuando pasaste a la vereda del que no está contemplado en el menú, porque supuestamente la gente que no come azúcar “es poca” y eso “no vende”. ¡Cuánta mentira!

He llorado y me he visto pésimo, pero sigo adelante. Mis últimos exámenes, aunque no han sido 100% exactos me muestran que mi insulina ha bajado y se nota. Es más, incluso lo he visto en mi peso y en mi nivel de aguante. Puedo estar en la mesa frente a mi mamá que come manjar y no desearlo como antes. El azúcar granulada en el té ya no es tema (incluso puedo tomarlo sin stevia) y con el café optaré por la tagatosa. Hay alternativas, aunque no sean masivas. Hay lugares que se acuerdan de nosotros, pero hay que buscarlos. La próxima vez que vaya a la capital con mi hermana o con mi fiel amigo santiaguino, seguro que el recorrido será distinto si se trata de ir por algo dulce. Y es que la palabra “resistencia” puede llegar a ser hermosa, inolvidable y necesaria, excepto si se trata de la resistencia a la insulina. No acostumbro a escribir sobre temas de salud, menos en mi blog, pero necesitaba hacerlo. Creo que es un modo de vaciar lo que hay en mi corazón, de acariciar mi ánimo que aún no se acostumbra del todo a esto. ¿Y por qué tanta pena?, ¿por qué ha dolido tanto dejar mis costumbres de antes? La respuesta puede ser desgarradora, pero es cierta. Yo no quería escucharla, pero me la dijeron. Esto es como estar en rehabilitación, sin mentir. El azúcar, después de todo, puede resultar aún más adictiva y dañina que la misma cocaína. Yo no estoy dispuesta a hundirme de nuevo, menos a caer más allá de un fondo que no quiero tocar.




viernes, 17 de marzo de 2017

Acoso Sexual Callejero: No exageramos, es la realidad


Este 17 de marzo me levanté con una idea fija: escribir sobre aquello que muchas mujeres callan y que otras tratamos de expresar con miedo y rabia, siempre exponiéndonos a que minimicen esta realidad.
En un día como hoy, hace dos años, el proyecto de Ley de Respeto Callejero ingresó al Congreso. Sin embargo, este hasta ahora se encuentra dormido y estancado, mientras que el acoso callejero sigue siendo parte del diario vivir de tantas mujeres. De verdad, yo me pregunto, ¿qué más tiene que pasar para que de una vez este proyecto se lleve a cabo?

¿Y por qué no decirlo? Es insólito que se tenga que llegar a esto para que podamos transitar tranquilas por las calles. Qué lamentable que se deba establecer una ley para hacer algo tan básico como debería ser caminar sin miedo.

Hace algunos días, por redes sociales, tuve la oportunidad de leer el testimonio de una joven que iba rumbo al metro tomando helado, cuando un tipo le susurró en el oído un comentario de evidente connotación sexual: “Oiga, qué le gusta chuparlo, mijita.” Javiera, la víctima de este hecho, comenzó a gritar a viva voz y lo increpó. El problema es que no todo quedó ahí, sino que a esto se sumó un hombre de terno, con clara apariencia de ser del barrio alto, quien la trató de histérica, de loca y, peor aún, se atrevió a decirle que si el tipo del asqueroso susurro hubiese sido “rico y guapo” ella estaría “muerta de la risa”. Ante esto, Javiera se defendió y derramó su helado en la ropa del “terneado”. Él comenzó a gritar, pero la joven dio el golpe final con un certero comentario: si él la encontrara guapa o rica, él estaría riéndose.

La experiencia relatada anteriormente sirve de ejemplo para visibilizar una realidad que ocurre todos los días en la vía pública y las mujeres estamos expuestas a esto. En este caso, Javiera se defendió, pero lamentablemente aquello no suele suceder. Muchas mujeres callan ante estas agresiones, yo también lo he hecho: por miedo, por quedar tan intimidada al punto de no poder sacar la voz, por vergüenza, por no querer quedar ante el resto como una “cuática o histérica”.

Aquellos que nos dicen que “le damos color” al levantar la voz frente el acoso callejero, dejan en evidencia lo decadente y miserable que puede llegar a ser esta sociedad. Cuando ponemos en el tapete estos actos violentos no exageramos, sino que nos empeñamos en mostrar una realidad que muchos no quieren ver.

Eso de que “los piropos son algo bonito, parte de la picardía del shileno y deberíamos estar halagadas y agradecidas de recibirlos” no es más que una mentira para seguir perpetuando una costumbre que debe desaparecer. El Acoso Sexual Callejero también forma parte de los distintos tipos de violencia dirigidos hacia nosotras. Y no, no exigimos respeto “por ser mujeres”, sino por ser personas, tal como los hombres. ¿Tanto les cuesta entender a algunos?

Voy a citar una parte un estudio realizado por el Observatorio Contra el Acoso Callejero (OCAC): “Las mujeres jóvenes son el grupo más vulnerable, pues 97% de ellas ha sufrido acoso en el último año, la mitad por lo menos una vez a la semana y dos de cada 10 con frecuencia diaria.”
El estudio al que se hace referencia fue realizado hace dos años y, por lo tanto, se hace necesario volver a mencionar que, según el OCAC: “Desde que el proyecto de ley ingresó al Congreso, el 17 de marzo de 2015, hasta el día de hoy, han ocurrido más de 30 millones de acosos sexuales en espacios públicos solo en la Región Metropolitana”.

¿Acaso no es indignante? Con un nudo en la garganta y en el estómago, más de una vez he tenido que escuchar y leer brutalidades como: “Es culpa de ellas, porque andan provocando. ¿Qué quieren, entonces?” Hace solamente unas horas, leí el comentario de un tipo que escribió en redes sociales, luego de la publicación de una noticia sobre la importancia del Respeto Callejero. Al principio, creí que él hacía una broma de pésimo gusto. En realidad, no fue así, solo lo quise creer. El macho en cuestión escribió que el acoso “Es culpa de las putas que nos quieren calentar a nosotros, los chicos buenos.” Junto a eso, también añadió: “Debería existir también una ley que castigue las transparencias y escotes (…) Eso también es acoso hacia nosotros, los hombres.” (Estas citas las traté de adaptar, pues los comentarios originales tenían errores ortográficos) ¿Cómo es posible que todavía tipos como él tengan el descaro de creer eso?

Quiero destacar, espero que quede bien claro, que la violencia de género (en este caso, el Acoso Sexual Callejero) jamás es ni será culpa de la víctima. El único culpable de la violencia, de cualquier tipo, siempre va a ser únicamente el agresor. Nadie más. A los machitos que juran que nos vestimos para provocarlos y exponernos gratuitamente, por favor, desechen la idea de falocentrismo que tan arraigada tienen.

El Acoso Sexual Callejero traspasa las barreras referentes a las edades, clases sociales y lugares donde vivimos y nos desenvolvemos. Este no es exclusivamente verbal. Por ejemplo, también se incluye lo no verbal (miradas, sonidos), físico, registro audiovisual hasta los casos más graves.
 Los machos cobardes están acostumbrados a que nosotras recibamos dicho acoso en silencio, para que así ellos puedan seguir haciendo y deshaciendo, ejerciendo un poder que nos sigue violentando. Vuelve a mi memoria el testimonio de Javiera, la joven que mencioné anteriormente. Al recordar su actuar frente a aquel par de machistas, regresa a mis ideas aquella consigna que expresa fuerte: “Ninguna agresión sin respuesta.”



(Imagen: OCAC)




martes, 7 de marzo de 2017

Sobre el Día Internacional de la Mujer y lo que se suele silenciar


Nuevamente, nos encontramos frente a un nuevo Día Internacional de la Mujer. Desde que tengo memoria, he podido apreciar que su verdadero significado se ha moldeado a voluntad de quienes ven en esta fecha un motivo de consumo y de pura celebración. Sin embargo, a muchos se les ha olvidado lo que realmente se conmemora este día. (Sí, se conmemora y no se celebra) Este 8 de marzo se recuerda a todas esas mujeres que quedaron marcadas en la historia al luchar por aquellos derechos que les fueron tanto tiempo negados, incluso hasta dar sus vidas por lograrlo.

Es cierto que con el paso de los años y una lucha constante y muy ardua, se han ido alcanzando derechos que históricamente para nosotras alguna vez fueron inexistentes. Sin embargo, esto no ha terminado. “¿Por qué?”, seguramente, se preguntarán algunos.

Actualmente, las mujeres seguimos siendo las más vulneradas en un sistema que sigue siendo patriarcal. En otras ocasiones, cuando he planteado esta idea, han sido hombres los que se han alterado ante esta afirmación. Evidentemente, no se trata de todos, pero hay varios que no soportan que la violencia de género se haga visible. Esto lo manifiestan de distintas formas, ya sea mediante burlas o una molestia que les cuesta contener. ¿A qué se deberán estas reacciones? Creo que algunos no soportan que se cuestionen sus privilegios. Ya comprenderán a qué me refiero.

Son bastantes los que este 8 de marzo llenarán las redes sociales con mensajes de “¡Feliz Día de la Mujer!” o saludarán cariñosamente a las mujeres que los rodean, incluso les harán regalos. Ante esto, yo me pregunto si de verdad sirve que reconozcan el rol y el valor de las mujeres una vez al año, cuando son muchos quienes durante lo que queda de calendario promueven o son cómplices de la violencia de género, esa que a nosotras nos subordina de distintas maneras.

Aprovechando que esta es una fecha que invita a la memoria y a la reflexión, quiero hacer mención a aquella violencia anteriormente referida. No existe solo un tipo de esta, sino que son muchas. Usualmente, se condena a nivel social la violencia física hacia las mujeres, desde los golpes hasta los femicidios. ¿Y qué pasa con aquellas acciones que cotidianamente nos afectan y para muchas personas pasan desapercibidas? Por ejemplo, la violencia psicológica al no dejar huellas pareciera que  es invisible socialmente. Continuaré señalando que también estos actos violentos se encuentran en planos como el laboral, sexual, económico, obstétrico y simbólico. Como se puede apreciar, es una lista de aspectos presentes en nuestras vidas en los que muchas veces el miedo nos invade, nos paraliza y nos derrumba, llegando al punto de hacernos creer que nosotras somos las culpables de que nos vulneren.

En el último tiempo ha salido a la palestra la evidente existencia del Acoso Sexual Callejero. Quienes lo hemos vivido sabemos bien que es una realidad y en su gran mayoría nos afecta a nosotras. Ante esto, muchos hacen comentarios tan desacertados como: “Eres una exagerada.”, “Es tu culpa, porque te vistes muy provocativa”, “Deberías estar agradecida porque te encuentran rica”, “¿Y por qué los hombres no podemos tener libertad de expresión y decirles los piropos que queramos?”. Así, el listado suma y sigue, tristemente, mientras algo tan cotidiano como salir a la calle puede resultar una situación que nos llena de temor, porque no tenemos esa tranquilidad y respeto que no tendríamos por qué exigir en campañas o diversas manifestaciones.

A las mujeres que me hayan leído, mi más profundo respeto y admiración. Esta fecha es mucho más que un “Feliz Día”, por lo que debemos seguir luchando juntas. Muchas veces nos han hecho creer que debemos competir, que entre nosotras somos rivales, pero no es cierto. Queda camino por andar y construir. La lucha del diario vivir está presente y debemos continuarla en nombre de tantas mujeres que incluso dieron sus vidas por querer un mundo más justo, en el que mujeres y hombres seamos compañeros y ninguno sea superior al otro. Eso es lo que quiere el feminismo, concepto tan temido y rechazado por muchos que lo desconocen.

A los hombres que hayan llegado hasta estas letras, recordarles que no hace falta colmarnos con saludos ni regalos este 8 de marzo, que lo más importante es que nos respeten por ser personas tal como ustedes. Parece algo muy elemental, pero están los que hasta hoy nos cosifican y nos ven como territorio de conquista, como una pertenencia más. Ustedes a lo largo de la historia han sido la voz predominante en la esfera pública. Hagan el cambio desde esos espacios en los que se desenvuelven.   
A ustedes no los matan, golpean ni violan “por el hecho de ser hombres”, no reciben un salario más bajo por hacer el mismo trabajo de una mujer. Tampoco son las principales víctimas del Acoso Sexual Callejero y las isapres no les cobran más porque son hombres. ¿Acaso todo lo anterior no los inquieta? Cuestionen  esto e indígnense ante esta injusticia también. Expreso estas palabras desde la tristeza de tener que ver que aún falta tanto para que esta sociedad sea igual y equitativa para mujeres y hombres, pero desde las ganas de seguir adelante en conjunto para lograrlo, a través de palabras y acciones.