jueves, 29 de diciembre de 2016

Sobre la historia que muchos no soportan escuchar: Historia Secreta de Chile 2


Si hay algo más que sabido es que nunca vamos a darle en el gusto a todo el mundo. Esto último lo he aprendido aún más claramente, desde que comencé a trabajar con las palabras. Y si de palabras y narraciones hablamos, hay alguien que sabe esto muy bien: me refiero al autor del libro que hoy comentaré.

Voy a volver a lo que he dicho en otras ocasiones y que para algunos puede ser una majadería: no soy parte de ese grupo de insoportables que se hacen llamar “críticos literarios” y que desde su pedestal destruyen a sus compañeros escritores cada vez que pueden. No soy esa clase de basura y lo recuerdo siempre, en caso de que lleguen lectores nuevos(as) hasta este espacio.

Ok, sigamos. Aunque el libro que hoy me lleva a escribir fue publicado hace meses, no podría terminar el año sin contar cómo fue para mí esta lectura. Se trata de “Historia Secreta de Chile 2”. Personalmente, puedo decir que soy lectora de Jorge Baradit desde antes de que causara tanto revuelvo con sus dos libros de “Historia Secreta de Chile”. Recuerdo que supe de él y su obra en un taller literario en el que participé en Balmaceda Arte Joven. El profe que impartía el taller (hoy amigo y colega escritor) nos habló de la novela “Synco”. Me acuerdo que desde esa ocasión me llamó la atención esa propuesta de unir uno de los episodios más cruentos de nuestra historia nacional con la ciencia ficción. Después vino “Lluscuma” y así.

Mis disculpas si me disperso, pero en el caso puntual de los dos libros correspondientes a “Historia Secreta…” hay mucho que comentar. Y es que la temática y los personajes tratados en ambas obras traspasan las páginas y la lectura. Se trata de acontecimientos que son parte de nuestro relato como país, pero que pocos se han atrevido a poner sobre la mesa. ¿Y por qué tanto alboroto ante la afirmación de que, efectivamente, existe una historia de Chile que no se narra abiertamente? Cuando Baradit publicó estos libros, distintos personajes de nuestro presente salieron a expresar su bronca, entre ellos, historiadores. Según mi percepción (me hago cargo de ella), se trata de ese sentimiento que surge cuando sientes que tu pedestal privilegiado se ve ¿“amenazado”? Me imagino, porque, al menos yo, nunca me he sentido posesionada desde un rol así. ¿Tanto podría molestarles a esos intelectuales que aquel relato desconocido de nuestra historia se masificara entre muchos lectores y lectoras? Pareciera que sí, pues se nota que sintieron que este escritor se estaba metiendo en un territorio que “no le correspondía”, seguramente. Y no. La bronca a Baradit no se detuvo aquí, ya que ciertos exponentes del pensamiento conservador de Chile no soportaron ver la imagen de sus “héroes” tan expuesta. Los mismos que reventarían al escuchar que nuestra Alameda en Santiago debería llevar el nombre de José de San Martín y Matorras en lugar de Bernardo O’ Higgins. ¡No, olvídenlo! Para ellos sería un atentado a su espíritu nacionalista.

Son varios los relatos que aparecen en “Historia de Chile 2” y sé que si me detuviera a comentar cada uno, este escrito se extendería más todavía. Voy a referirme a algunos. Así, de paso, quienes aún no han leído el libro podrán encontrarse con más sorpresas.

Quiero partir con un episodio que tuve la oportunidad de conocer más profundamente en mi época universitaria en el Pedagógico. Se trata de la Masacre del Seguro Obrero, un acontecimiento que en nuestra historia ha pasado desapercibido muchas veces. Asumo que yo no tenía idea de esto y recién supe de dicha masacre en una clase de Literatura Chilena, mientras el profesor nos hablaba de la obra del escritor Carlos Droguett. Fue gracias a algunos libros de este narrador, quien también fue amigo y compañero de algunos jóvenes asesinados, que pude acceder a más información. Tanto llegó a marcarme la obra de Droguett y el hecho de la masacre, que decidí hacer mi tesis sobre esto, para optar a mi título de profesora de Castellano el año 2014. Sentí que rescatar la literatura de Droguett y el episodio del Seguro Obrero se convertía en una necesidad histórico – literaria y  para mí se volvió una misión que estuve dispuesta a asumir. Nótese que no comparto la ideología que llevó a estos muchachos a realizar un intento golpista que terminó con la mayoría de ellos asesinados. Ellos no eran “nazis”, sino nacistas, pertenecientes al Movimiento Nacional Socialista de Chile y, efectivamente, se inspiraron en el nazismo alemán desde ideas como el concepto de lo nacional o de la economía, por ejemplo, pero también discrepaban en lo correspondiente a lo racial. De todos modos, comparto mi impacto al saber que en 1938 hubo una masacre dirigida a un grupo de jóvenes que durante mucho tiempo permaneció en silencio, si hablamos desde la historia que nos han enseñado institucionalmente. Cuando yo era escolar jamás vi en un libro de Historia que se hablara de este hecho. Algunos años más tarde, en otro libro de Historia que tenía mi hermana menor, encontré un par de párrafos breves que mencionaba lo ocurrido.  Parece mentira que lo que, en ese entonces, era el Seguro Obrero, lugar que quedó lleno de sangre, muertes y bestialidades, hoy sea el actual edificio del Ministerio de Justicia. Las veces que he pasado por ahí, la sensación es estremecedora.

Otro aspecto que quiero rescatar se encuentra en dos capítulos diferentes, pero que tienen importantes puntos en común: niños, cerros, sacrificios. Se trata de épocas y culturas diferentes, pero los hilos conductores son similares. En un capítulo se menciona el sacrificio de un niño en 1960 en Puerto Saavedra. ¿El motivo? Entregarlo como ofrenda a sus dioses para que el cataclismo que estaba remeciendo al pueblo se detuviera. Según la machi que llevó a cabo esto, cuenta el relato “para un gran mal se emplea un remedio muy grande” y sacrificar un animal, en este caso, era muy poca cosa. Por otra parte, se presenta la historia de otro niño, esta vez, en el contexto incaico. Fue el elegido para algo… importante. Otra vez, la imagen de una infancia que se vuelve todo un simbolismo. Otra vez, los sacrificios y el significado que tenían para estas culturas. ¿Y qué importancia tienen estos hechos para nosotros en la actualidad? Esa  reflexión queda en cada lector.

Podría seguir escribiendo sobre cada capítulo leído, pero entiendo que esto se extendería aún más. Podría contarles acerca de las brutalidades que se cometieron en contra de los selk’ nam, a través de la existencia de zoológicos humanos. ¿Y por qué la historia oficial no nos muestra esto? ¿Qué creen ustedes?
También podría recordarles algo que ya considero sabido y que me recuerda mis días de universitaria. Con algo de vergüenza puedo decir que solo en ese entonces supe que Pinochet no fue el líder del golpe de estado de 1973, ya que en el colegio jamás me lo dijeron (Y eso que tuve a dos profesores de Historia admirables)

Sin embargo, no puedo concluir este escrito sin detenerme en un capítulo desgarrador. Se trata de “La niña de Portales” y es uno de los que más se quedó en mi memoria. En medio de varios relatos donde predomina la presencia de hombres, este capítulo deja una huella para no olvidar. Aquí se rescata la historia de una mujer oprimida, violentada de distintas maneras y que, tal como dice el nombre, se nos presenta como “la niña de…” porque tristemente eso fue. Una de las tantas mujeres cosificadas en nuestra historia, ignorada y que hoy regresa en este libro para mostrarnos la miseria humana que existe de parte de distintos personajes opresores. Aquí se muestra a Portales desde una faceta silenciada, que para muchos resulta insoportable de escuchar o leer, porque no toleran que se desprestigie así a ese que hasta hoy consideran todo un héroe. Y no olvidemos que, en la actualidad, Portales sigue teniendo un espacio destacado, siendo un hombre admirable para varios y que sigue teniendo tribuna en los libros de esa historia impuesta que nos enseñan y en instituciones que llevan su nombre. ¿Y qué pasó con Constanza Nordenflycht, la llamada “niña de Portales”? Solo diré que no se trata de la primera ni de la última mujer que ha creído en el tan nocivo amor romántico, ese que incluso en nuestros tiempos nos quiere hacer creer que necesitamos y dependemos de un hombre que nos rescate y nos dé la felicidad que no podemos vivir por nosotras mismas. Ese amor romántico que, sin exagerar, nos puede terminar matando.

Ya casi terminando, vuelvo a destacar la valentía que ha tenido Baradit al rescatar aquellos episodios de los que hemos quedado ajenos como sociedad. Sé que puedo estar cayendo en mi subjetividad de lectora, pero eso creo. Este autor se aventuró a entrar a un terreno que, aunque a algunos les moleste leerlo, les pertenece solo a algunos privilegiados. A esos que nos cuentan la historia que ellos quieren que sepamos desde la imposición, donde los protagonistas son aquellos personajes heroicos a los que hasta hoy se les rinden honores. Distintos historiadores e integrantes de la clase conservadora de Chile se han ido en contra de Jorge Baradit porque, claramente, se han sentido amenazados desde ese pedestal de privilegios del que ya he hecho mención. ¿Por qué? Porque, aunque no lo digan explícitamente, lo demuestran. A ellos no les conviene que se cuente esta Historia Secreta, pues eso da lugar a que se genere una visión crítica en la sociedad chilena. Una visión que a ellos los desmorona de a poco, al verse expuestos y cuestionados.

Al final, me queda expresar un punto que me parece más que necesario: dentro de esta Historia Secreta hay otros relatos y personajes que aún permanecen pendientes, creo yo. ¿Dónde están aquellos grupos que durante años han estado y siguen estando invisibilizados y menospreciados?, ¿qué ocurre con la opresión y las luchas que históricamente han dado los y las indígenas, homosexuales y mujeres? Confieso que algo leí en un diario nacional y, al parecer, el autor no ha quedado indiferente a esto. Es más, se me hace inevitable no referirme a la temática de género en especial, al hablar de historia. Sobre todo porque, tal como ya he dicho, la historia que nos imponen desde la educación tradicional ha sido enfocada principalmente en torno esos hombres blancos, heterosexuales y dominantes. 
Ojalá que si, efectivamente, existe una tercera parte de Historia Secreta de Chile el autor se refiera a estos personajes marginados, pero que han tenido un valor que lamentablemente hoy se desconoce.

Me hubiese gustado escribir todo esto mucho antes, a pesar de que esta segunda parte se estrenó este 2016. Sin embargo, dicen que nunca es tarde, así que siempre va a ser tiempo para ser parte de este conjunto de relatos que desde el poder han querido ocultarnos como país. Y aunque los defensores de la historia tradicional e impuesta griten, revienten y ataquen, ya es tarde. Existe una Historia Secreta de Chile y este autor, a través de su narrativa, ha logrado masificarla y remecer a muchos lectores (y sectores). Mientras tanto, no queda más que esperar a que esto se convierta en una trilogía. Estaré pendiente desde mi rol de lectora.





jueves, 15 de diciembre de 2016

Somos nosotras (Palabras del 25 de noviembre)


Las palabras que leerán a continuación fueron escritas para el 25 de noviembre de este año, por motivo del Día Internacional de la Eliminación de Violencia contra las Mujeres. Nuevamente, tuve la oportunidad de compartir esta lectura con la gente bonita de mi comuna (Melipilla) Creo que, aunque pasen las horas, días, semanas, meses, es necesario reflexionar y luchar, porque lamentablemente, esta violencia sigue presente a través de distintas manifestaciones, en Chile y el mundo. 



" Tiro las letras, pero no escondo la mano. Otra vez estoy aquí, para contarles aquella historia que muchos no quieren escuchar: porque tienen miedo de perder sus privilegios, porque no soportan verse amenazados ante nuestras voces alzadas, porque la verdad es un espejo en el que varios no son capaces de mirarse.
Tiro las letras y, junto a ellas, mi tristeza y mi rabia profunda. Soy esa que no cree que las palabras se las lleva el viento, sino que llegan aún más lejos. Por eso, me encuentro aquí. Porque las palabras son compañeras de lucha, son gritos, son nuestras voces reunidas. Las palabras son las que hoy me invitan a recordarles la cruel realidad que día a día vivimos las mujeres.

Somos nosotras las que a diario nos vemos enfrentadas a la violencia de género, a través de insultos, humillaciones, golpes y femicidios, en los espacios privados y públicos.
Somos nosotras las que sentimos que caminar por la calle es un acto de valentía y no una situación como cualquiera, porque nunca sabemos cuándo puede venir un macho y violentarnos. Porque siempre existe la posibilidad de salir y no regresar.

Somos nosotras las que estamos condenadas a cumplir con los mandatos de esta sociedad machista, siendo madres, esposas, trabajadoras perfectas. Mujeres perfectas, por dentro y por fuera. Y si no cumplimos esto como lo ordena el sistema, se nos enjuicia hasta el cansancio.

Somos nosotras las que hemos sido calladas e ignoradas en el transcurso de la historia. Somos y estamos juntas, excepto una. Una que, al parecer, no se conmueve ni se indigna con todos los casos de violencia de género que existen en nuestro país. Una que no ha cambiado su discurso, que sigue igual y que teniendo gran poder, nos sigue agrediendo con su indiferencia y su silencio: ella se llama “Justicia Chilena” y hasta hoy me sigo preguntando si alguna vez se sumará de cuerpo entero a nuestra causa.

Somos nosotras, somos tantas. Las mujeres, las trans, travestis. De distintos pueblos, orígenes y edades. Somos todas, sin distinción, las que seguimos llenando espacios y que no volveremos a callarnos, aunque los machistas se indignen al ver que su rol omnipotente se derrumba. ¡Y que alguien se atreva a llamarme “feminazi” por arrojarles estas verdades en la cara!

Soy la que tira las letras, pero no esconde la mano. Somos nosotras, somos tantas, somos todas."


#NiUnaMenos #NuncaMás





jueves, 24 de noviembre de 2016

"M": Un grito necesario en contra de la Violencia de Género



Recuerdo que estaba en el Centro de la Mujer de Melipilla, cuando recibí la invitación. Estaba con mis otras compañeras que, al igual que yo, son Monitoras en Prevención de Violencia contra las Mujeres. ¿De qué se trataba? El título de dicha invitación se resumía ante nosotras en solamente una consonante, pero con significados innumerables: “M”. Así nos dijeron que se llamaba esta obra de teatro, traída a esta comuna con el siguiente motivo: el 25 de noviembre se conmemora el Día Internacional de la Eliminación de Violencia contra las Mujeres.

Jueves 24 de noviembre, Melipilla: Ya llegado el día, nos encontramos. Antes de continuar, quiero aclarar que lo que leerán próximamente son mis impresiones y no una crítica especializada que suele hacer esa gente odiosa que escribe en algunos medios escritos. Perdón, pero mis lectores y lectoras que ya me conocen desde antes, saben que les tengo bronca a esos personajes. De acuerdo, continuemos.

Si hay algo que quiero destacar en la obra, dentro de muchas cosas, es la multiplicidad de facetas que se abarcaron en su transcurso. A través de un monólogo, pudimos apreciar a distintas mujeres representadas por la misma actriz. Y no solamente se mostraron distintos roles de mujeres, sino que también la violencia que recibe la mujer en los distintos espacios: en lo público y en lo privado.
Desde la ironía, la fuerza y la claridad del discurso, se pueden reconocer diferentes situaciones que, lamentablemente, no son ficción, ya que siguen siendo hechos cotidianos y que hasta hoy nos siguen violentando como mujeres y como sociedad.

Hay una mujer oprimida, que para hacer algo tan simple como ir a una peluquería, debe hacerlo escondida para no ser descubierta por su marido, el agresor. Aquí se ve a una mujer que aparentemente es muy feliz con el papel que desempeña, aislada y sin sentirse capaz de asumir que es una víctima. ¿Acaso no es esta una realidad? ¿Cuántos casos así hay, en los que la víctima se siente avergonzada, atemorizada, atada a una relación por distintos motivos y opta por callarse y mostrar una careta ante los demás?

También se puede ver a una reina de belleza, esa que defiende el lugar que ha obtenido gracias a los típicos estereotipos impuestos por una sociedad machista. Aquella mujer que ha crecido con ideas patriarcales que asume como naturales, como el hecho de crecer para convertirse en una reina en todo sentido, incluso de la casa, siendo prácticamente una muñeca de su marido. Se trata de esa mujer que naturaliza el machismo y que no hace propia la lucha de género. Cuando habla de las feministas, se refiera a ellas (nosotras) con expresiones como “esas son feas, les falta pico, son tortilleras, etc.” Ojalá pudiéramos decir que esto no es más que ficción, tal como en la situación anterior. Claramente, hay un mensaje detrás de ese discurso entregado: aún hay quienes tienen esas creencias erróneas, cuando la realidad es que las personas feministas no odiamos a los hombres, sino que buscamos la equidad.

¿Y creen que el machismo solamente se ve reflejado en la esfera privada, mi querida gente lectora? Hay una profesora de Historia que, en medio de su clase (dirigida hacia nosotros, los espectadores(as)) se ve sumida en un quiebre al ver que la historia que nos han enseñado en los colegios, liceos y escuelas ha sido escrita y relatada por hombres. Hombres blancos y heterosexuales, que, haciendo un parafraseo: “no contemplaron en su lucha a indios, negros ni a las mujeres.” Se cuenta la historia de ellos, de esos hombres triunfadores. Se citan episodios como la Independencia de Chile y la Ilustración, en la que se destaca siempre la presencia de esos hombres privilegiados. Sin embargo, un sonido inquietante que llena el teatro nos arroja una pregunta esencial: “¿Y las mujeres dónde estaban?” Es una interrogante necesaria, sobre todo para el sistema tradicional de educación. Fueron muchas las mujeres que lucharon en aquellos años, pero fueron borradas del relato histórico- oficial. ¿Los programas educativos pensarán rescatarlas algún día?

Finalmente, nos vemos ante una estudiante que llena el espacio con su discurso potente, claro y directo. Nos lleva a cuestionar las típicas consignas que hemos escuchado durante años. ¿Para qué pedimos educación gratuita y de calidad, si no se está contemplando la temática de género en ella? También, se nos presenta el estereotipo constante que nos dice que “los hombres son para la Matemática y las mujeres, para el Arte.” Quiero hablar sobre esto último desde mi experiencia. Lo hago aquí, ya que no alcancé a plantearlo en el Conversatorio realizado después de la obra. Soy escritora y la literatura es un arte. Sin embargo, se trata de un arte dominado por hombres y me atrevo a decir que he conocido a varios de ellos que son machistas. Algunos no lo asumen, porque es mal visto, claro. Que uno de ellos te diga que “para poder publicar tu libro vas a tener que acostarte con un editor”, ¿acaso no es violento? Publiqué mi libro, no me acosté con nadie y para publicar mi segunda novela tampoco lo haré. Sin embargo, hay que seguir lidiando con esos “micromachismos literarios” y continúo en eso, aunque me agote a ratos.


¿Qué más podría expresar para dar un cierre a estas palabras? Me siento agradecida de quienes hicieron posible esta presentación, aunque suene cliché, pero considero importante escribirlo. Agradecida y cada día más consciente de nuestro rol como mujeres, de nuestra lucha constante y ojalá mucha más gente pudiera ver esta obra. Se trata de un grito necesario. Un grito que es imposible ignorar, una vez que lo has escuchado.





jueves, 20 de octubre de 2016

Por eso voy a contarlo

A la gente lectora que llegue hasta aquí:

Les dejo un abrazo y mis saludos y l@s invito a leer estas palabras. El relato que leerán a continuación corresponde a una lectura que realicé a viva voz, como intervención en la manifestación "Vivas nos queremos", con el motivo de alzar nuestras voces para visibilizar la violencia que cada día sufrimos las mujeres en Chile y en el mundo. 
Esta lectura la hice ayer miércoles 19 de octubre, en la Plaza de Armas de Melipilla, comuna que me vio crecer y en la que vivo, escribo y lucho actualmente. Debo decirlo: esta fue una de las lecturas más dolorosas que he realizado en mi camino de escritora, pero también de las más necesarias. Esta vez era mi voz, no la de un@ de mis personajes narradores (as) contando una historia de ficción. 
La energía y las emociones vividas aún las tengo en mis sentidos. Ver a tanta gente reunida me dio esperanza para seguir luchando por esta causa. Agradezco a todas las personas que asistieron y a quienes, después de la lectura, me abrazaron y me acompañaron, en medio de algunas inevitables lágrimas, en nombre de las que hoy ya no nos acompañan.

"Por eso voy a contarlo" 

Podría leer ante ustedes una historia bonita, de esas que tienen un final feliz y donde todos sus personajes son buenos. Podría leerles uno de mis relatos de ficción, mentirles, llevarlos por un momento a un cuento fantástico, pero no lo voy a hacer.

A quienes hoy me están escuchando, quiero contarles una historia. Me gustaría que fuese solo un invento, pero no lo es. Especialmente, a esos que nos llaman “exageradas” cuando alzamos la voz ante el maltrato. A esos que ocultan su machismo detrás de una máscara sonriente, porque tienen intereses que cuidar o porque aspiran a tener más poder del que ya tienen. A esos que justifican la violencia hacia nosotras, a quienes la normalizan y a los que además, se burlan de nuestra lucha, llamándonos “feminazis”. A esos que se sienten amenazados cuando les hablamos de violencia de género, porque les aterra la idea de perder sus privilegios.

Les quiero contar que vivo en un país donde no puedo hacer algo tan simple como caminar tranquila por la calle. No puedo, porque mi cuerpo, aunque no quiera, es de dominio público y me arriesgo a que cualquier macho se sienta con el derecho de acosarme, ya sea desde una palabra asquerosa hasta una violación o la muerte misma.
Vivo en un país donde las leyes no consideran todos los casos de violencia de género, en el que muchos se atreven a decir que la mujer es responsable del maltrato que recibe, ya sea en espacios públicos o privados.

En nuestro país, el número de femicidios sigue creciendo. En este listado, también podemos encontrar a mujeres melipillanas. Hoy, alzo estas palabras en nombre de cada una, porque ellas ya no pueden hacerlo. Hablo desde el dolor y desde la rabia, hablo desde la memoria que pide a gritos justicia y que no las olvidemos. Hablo por las que hoy no están, hablo por las que estamos y que seguimos luchando. Hablo por las que vendrán.

Quiero que llegue el día en que todas las mujeres de Chile y el mundo podamos andar tranquilas por la calle, recibiendo el respeto que merecemos. Que llegue el día en que ninguna más sea víctima de su pareja o de cualquier hombre “por el hecho de ser mujer”. Mientras tanto, mis palabras seguirán golpeando y llenando espacios, contando esta historia de violencia que lamentablemente se sigue escribiendo y que muchos aún se niegan a escuchar."

“Yo no quiero que esto quede en el olvido, por eso voy a contarlo.”


#NiUnaMenos






lunes, 17 de octubre de 2016

Porque no voy a callarme: #NiUnaMenos


A todas las personas que lleguen hasta aquí, les cuento que me propuse lo siguiente: recientemente, escribí un estado en mi Facebook, a modo de comunicado y quiero que llegue a mucha gente. Es importante, pues se trata de una realidad que muchas veces es ignorada y que yo no quiero que se menosprecie. Decidí publicarlo aquí también, ya que no todas las personas que me leen tienen acceso a mi cuenta de Facebook, pero sí pueden leerme en este espacio. Esto es lo que escribí:

"Gente lectora: Las palabras que hoy escribiré son más que necesarias. No solo para mí, sino que para tod@s, en especial, para algunos. A esos que con su desatino e ignorancia disparan expresiones como: “El concepto femicidio no existe, eso es un invento del lenguaje” o “El femicidio no existe legalmente”. A esos que no son capaces de asumirse como machistas porque tienen intereses que cuidar o una pomada que vender. A esos que predican paz, amor y espiritualidad para tod@s, pero que en la práctica son un fraude y un asco. A esos que nos llaman “feminazis” desde su ignorancia y desde su más profunda miseria humana, sin tener una minúscula idea de lo que es el feminismo e invalidando una lucha constante y fundamental para nuestra sociedad. A esos que cuestionan la forma en que se hace visible la violencia de género, queriendo seguramente que esto se haga con caricias y guantes de seda, pero que no son capaces de cuestionar el machismo por todos los daños causados. Especialmente, a ustedes, les quiero contar una historia que es verdadera, no una de mis creaciones literarias.

Este mes de octubre se cumple un año más del femicidio de Roxana Gutiérrez, una mujer que fue víctima de su ex pareja en la comuna de Melipilla. Sí, femicidio, ese es el concepto correcto, aunque a algunos no les guste y les reviente la idea de que esto se muestre como es REALMENTE. Yo trabajo todos los días con palabras, así que sé muy bien que el lenguaje crea realidades. Nadie podría decirme lo contrario.
El femicidio de Roxana ocurrió en el año 2011 y el culpable estuvo prófugo durante un año. ¿Lo sabían? Quizás, hay personas que lo recuerdan o que ahora se han enterado. Por eso escribo esto, porque no quiero que el recuerdo de esta mujer se vaya, porque quiero darle a la memoria el lugar que merece. ¿Quieren que les comente algo, gente lectora? Hace algunos meses, basándome en el femicidio de Roxana, escribí un cuento que tiene un valor muy especial para mí. Luego de pensarlo, he decidido publicar este relato y estoy preparándome para eso. Quiero que mis lectores y lectoras de Melipilla, del resto de Chile y también de otros lugares del mundo conozcan esta historia que, por cierto, no es la única que existe.

¿Acaso alguien podría sentirse “atacado” cuando escribo esto? ¡Claro que sí! Esos que destaqué en un comienzo como posibles receptores. ¿A quién podría enfurecerle que yo escriba estas verdades? A esos que son agresores y que no soportan que se les deje al descubierto. A esos que fomentan los distintos tipos de violencia, desde lo micro hasta lo macro. A esos que son cómplices y que ni siquiera son conscientes de ello. A quienes justifican el actuar de estos miserables que maltratan, que matan, diciendo: “Es que quizás qué hizo para que le pegaran/ la mataran” o “Es que ella se lo buscó” o “Es que ella se lo merecía”. Si algún lector que piensa así llega a estas palabras, quiere increparme o contradecirme, más vale que no se atreva porque no le voy a responder “con cariño ni consideración” y, además, me encargaré de hacerlo visible. De verdad, yo no sé cuál es el “problema” de la gente que piensa estas brutalidades: no sé si dudar de sus capacidades cognitivas o de su falta de voluntad al, simplemente, no estar dispuestos a entender NADA.

Callar agota y duele, gente lectora. Por eso, yo no voy a hacerlo más, aunque algunos no soporten esta idea. A todos esos imbéciles que nos llaman “feminazis”, los invito a dejar de decir esas pavadas, principalmente, en la esfera pública… ehhh… momento. Mi invitación no tendrá el efecto que busco porque esa gente no tiene capacidad de comprensión. ¡Ops! Perdón si algún aludido se ofende, pero a esos les llamo “imbéciles” “desde el sentido latino”. Se los aclaro para que “no se sientan violentados”.

¿Acaso alguien se preguntará por qué todo esto? Porque mi rol me lleva a escribir, a contar lo que a algunos les arde, pero que otras personas agradecen saber. Sí, escribo desde el dolor y desde la rabia que no existen “porque sí”. Porque, si fuera por mí, estaría narrando otras historias, pero me considero escritora mucho más allá de lo que pueda ser ficción. Ojalá que algún día pueda dejar de escribir sobre estos temas, sabiendo que todo ha terminado, pero hoy esa no es la realidad.

Al final, me quedo con lo que me da fortaleza y rescato lo que me da esperanza para seguir luchando. Me quedo con aquell@s compañer@s que cada día también se dedican a educar, a visibilizar y a enfrentar lo que concierne a estas temáticas. Me quedo con la honestidad, la visión crítica y las ganas de aprender de l@s jóvenes estudiantes que me hacen creer en las nuevas generaciones. Me quedo con la historia de Roxana y la de tantas mujeres que han tenido el mismo desenlace que ella y, realmente, espero que estas palabras lleguen lejos y no permanezcan escritas en vano."

“Yo no quiero que esto quede en el olvido, por eso voy a contarlo.”







viernes, 30 de septiembre de 2016

Ese alucinante canibalismo (Sobre "Los amantes caníbales" de Pablo Illanes)

“Una eternidad
esperé este instante
y no lo dejaré deslizar
en recuerdos quietos…”
(Soda Stereo)

Antes de empezar a comentarles sobre mi nueva (y pendiente) experiencia literaria, como ya he dicho en otras ocasiones, no quiero que estas palabras se tomen como una “crítica”. No como la de esos insoportables que se juran dioses literarios y se creen con el pleno derecho a destrozar la obra de otros/as escritores/as.  “Críticos literarios” les llaman o se hacen llamar.  He leído a más de alguno y en sus letras he notado ese aire pretencioso e insoportable. No es mi estilo, ese modo de ir por la vida no va conmigo.

Ahora, luego de hacer aquella aclaración, puedo comenzar. (Nunca se sabe cuándo puede llegar algún lector nuevo o lectora nueva, así que si me leen por primera vez, quiero que sepan qué pienso y qué no.) Por mi parte, hoy les quiero hablar desde mi rol de lectora, ese que siempre me tiene como una eterna aprendiz en busca de nuevos libros. Recuerdo que cuando hace tiempo escuché que Pablo Illanes había publicado su tercera novela, pensé: “Este libro me lo voy a comprar. No lo voy a ir a pedir a la biblioteca, como los otros dos.” La decisión estaba tomada, porque una de las cosas más tristes que he vivido como lectora ha sido estar en la fila de devolución de libros y no querer hacerlo: así me pasó antes con los libros de Illanes, especialmente, con “Una mujer brutal”. ¿Lo mejor de todo? Mi intuición lectora estaba dispuesta a apostar. Habían pasado los años desde la publicación  de “fragilidad”, su segunda novela, así que este tercer libro de seguro sería una sorpresa. Dicho y hecho: compré mi ejemplar y, aunque por distintas circunstancias lo mantuve intacto por un tiempo, al fin, lo leí… y esto fue lo que pasó.

¿Por qué la novela se llama “Los amantes caníbales”? Podría ser una típica pregunta. Yo cuando oí el título me acordé de inmediato de la canción “Entre caníbales” de Soda Stereo. Sin importar si había relación alguna, fue lo que se me pasó por la ideas, en un principio.

“Anoche dormí con Emilio Ovalle”. Estas son las palabras que dan inicio a una historia que nos presenta a Baltazar Durán, un escritor chileno reconocido internacionalmente y que, inesperadamente, muere en Nueva York. Cuando esto sucede, David Mendoza, su viudo, llega a los manuscritos que contienen las memorias del escritor. Así, David se internará en distintos y desconocidos pasajes de la vida de Baltazar.

La novela va jugando con los tiempos en la narración y eso se va apreciando en la alternancia de los capítulos. Por un lado, nos encontramos con Baltazar, contando su historia en primera persona, mostrando sus primeros años de juventud en medio de la represión de los años ochenta, presentando su complejo entorno familiar, sus sueños, ese amor al cine que, otra vez, queda de manifiesto en una obra de Illanes. Precisamente, es esta cinefilia (junto a las circunstancias de la vida) lo que, de pronto, une a Baltazar Durán con el joven Emilio Ovalle. Desde entonces, a través de la trama, se irá viendo cómo ambos viven y se relacionan en medio del crítico contexto nacional de la época. Constantemente, se puede ver que aparecen distintas referencias cinematográficas, títulos de películas, autores y esa búsqueda incesante por querer y conocer más.

Por otra parte, podemos ver el presente de la historia, cuando se conoce la noticia de la muerte de Baltazar Durán y el inevitable revuelo que este hecho causa en Chile y en el extranjero. Se puede apreciar a David, viudo del escritor, en busca de una verdad que lo atormenta y que estará dispuesto a seguir hasta el final. Además, se ve la conmoción que se vive desde lo familiar hasta el núcleo de la editorial, donde Baltazar publicaba sus obras.  
Se ve a David cada vez más inquieto con la autobiografía de su difunto marido, incluso llegando al punto de no saber si lo que está leyendo realmente existió o fue excéntricamente creado por Baltazar. Asimismo, en este presente, vuelve a hacerse presente la figura de Emilio Ovalle.
Así, ambos tiempos se entrelazan y nos llevan a un pasado y a un presente que no están olvidados entre sí. A ratos, pareciera que el relato se dispersa y se aleja de lo principal, como es el caso de la historia del matrimonio de Desiderio y Cassandra, la cual aparece cuando se muestra a Baltazar y a Emilio asistiendo a las sesiones de cine que se realizaban en la casa de dicho matrimonio. Esto, cuando “Balta” y Emilio eran aún unos jóvenes ochenteros. Sin embargo, esto no termina aquí: también se narra la historia de Vera Parker, hija de Desiderio y Cassandra, quien fue víctima de la dictadura chilena. ¿Y a qué viene esto? Les cuento, gente lectora, que no se trata de una casualidad. Por eso, anteriormente, mencioné que “pareciera” que la novela se dispersa de su punto central, pero se trata de un lazo que no está al azar. Illanes sabe cómo establecer el vínculo de aquellos personajes con los que cumplen un rol principal (En este caso, “Balta” y Emilio) No se trata de una fuga en el relato ni de un capricho que no nos lleva a ningún lado como lectores. Aquí las piezas no están echadas a la suerte y eso yo, al menos, lo vi con claridad.

Nuevamente, Pablo Illanes expresa aquella inquebrantable relación que vive entre el cine y la literatura. Me di cuenta de esto apenas leí una cita del escritor Andrés Caicedo, antes de comenzar la historia como tal.
Después de leer este libro, me atrevo a decir que de las tres novelas que Illanes ha publicado, esta es la que más me ha convencido, con sus juegos temporales en la narración, con los secretos y señales que se van revelando en el transcurso de las páginas y esos personajes que no se olvidan tan fácilmente.

La cinefilia, la música, las drogas, una homosexualidad que se hace visible y otra que se niega. Las dudas, los silencios, esos amores que se viven desde distintas dimensiones, la traición, las ansias de fama literaria, los costos por pagar. Ese canibalismo que se muestra brutal a la hora de crear y de destruir. Canibalismo que se encarna desde lo protagónico y que se vuelve arrollador, alucinante. “Alucinante”, palabra compartida por Baltazar y su cómplice cinéfilo.
Ahora que recuerdo la letra de “Entre caníbales” de Soda, quizás, mi asociación de ideas no era tan descabellada después de todo. ¿O sí? Ya me dirán ustedes, gente lectora, una vez que lean este libro.

// “Come de mí, come de mi carne (…) Tómate el tiempo en desmenuzarme (…)” //


Finalmente, empiezo a desprenderme de mi rol de lectora para apegarme a mi piel de escritora. Desde ahí, pienso: “¿Con cuántos escritores como Baltazar he cruzado miradas y palabras, sin darme cuenta?” o  “¿Cuántos escritores como él me faltan por conocer?” ¿Cómo Baltazar? No sé si alguno se le asemeje, pero la sola idea de pensarlo me provoca un leve escalofrío.

Confieso que, a modo personal, me gustaría que esta obra tuviese una secuela. No sé si necesariamente como una novela, pero hay un par de historias que me gustaría seguir leyendo. Se trata de un par de personajes que me quedaron dando vueltas, a quienes aún no puedo ver como parte de una historia concluida, de un libro que hoy está cerrado, pero que si quisiera, podría continuar. 




sábado, 13 de agosto de 2016

Quiebres


Todo continúa normal en la ruleta de cada día. Todo, hasta que llega algo que provoca quiebres de esos que remueven una parte o el mismísimo "todo".
Hace varias semanas escribí en Facebook una declaración que, aunque me hizo sentir desnuda ante los lectores y lectoras, me sirvió para recibir cariño y apoyo. 
Más de una vez he dicho que las letras suelen ser lo que me saca a flote cada vez que me derrumbo y empiezo a ahogarme. Tal vez, suena cliché, sin brillo, pero es la realidad. Mi realidad. Entonces, si tantas veces ha sido así, si tantas veces he escrito para aliviar heridas, proteger mis cicatrices y atar y desatar lo necesario, ¿por qué no puedo hacerlo ahora?

Hace tiempo no voy a control médico, me hago cargo. He sido irresponsable en ese sentido, pero también hay pasos que debo dar yo y qué difícil ha resultado. Esa declaración a la que me refiero, esa que hice en Facebook para mi gente lectora, contenía una verdad de la que estuve renegando mucho tiempo. Hay una llamada "fobia" que me ha acompañado desde hace no sé cuánto tiempo y yo no había hecho reparos en ella. Para quienes no lo saben, tengo un problema y no sé cuánta gente pasará por esto. No tengo conocidos ni conocidas que tengan esta "fobia", a menos que tal como yo, lo oculten. Es el camino más cómodo, lamentablemente.

Soy profe algunos días y escritora que comparte sus historias. Nunca he sido la mujer más sociable del mundo. Acostumbro a resguardar mi corazón, pero también tengo mis torbellinos y cuando hay que hablar fuerte y decir una verdad, no lo pienso dos veces, incluso sin medir ciertas consecuencias. Es más, al no ser tan sociable caigo en un hermetismo extraño. No soy de andar de fiesta en fiesta ni de saludar a todos los que me rodean. Sin embargo, empecé a atar cabos y me di cuenta de que ciertas actitudes mías "no han sido muy normales". ¿Qué pasa? Le tengo un miedo inexplicable a los espacios concurridos, donde pueda llegar mucha gente y en el que yo pueda sentirme con una sensación de desamparo insoportable. Una inseguridad que no muestro cuando trabajo, pero que se expresa cuando estoy en mi esfera privada, cuando quiero ir a un evento cualquiera, por ejemplo, pero no me siento capaz por miedo. Cuando me invitan a participar a alguna actividad que altere mi tranquilidad, cuando empiezo a sentir ese miedo insoportable a no sé qué.

Cada vez que me enfrento a una situación como las mencionadas, se enfría mi espalda, se hace un nudo en mi garganta y empiezo con la maldita taquicardia. Me angustio al verme rodeada de tanta gente y esto muchas veces me ha impedido desarrollar ciertas actividades comunes de "una joven normal de mi edad".
En mi tierra natal nunca he tenido demasiadas amistades, pero el año pasado empecé a abrirme mi espacio. Entonces, empezaron mis sospechas. Recuerdo a un amigo que constantemente me invitaba a compartir alguna chela los viernes por la noche, algo tranquilo y nada fuera de lo común para cualquier otra persona. Yo, sin saber bien por qué, lo rechazaba de la mejor manera posible, tratando de escudarme con argumentillos que ni siquiera eran convincentes para mí. Tiempo más tarde, entendí que no era que yo no quisiera salir, que no quisiera verlo ni ver a cualquier persona importante para mí, que no era el cansancio de la semana. No era nada de lo anterior. Era el miedo, el miedo a tener miedo. Ahí estaba y está la raíz que aún no puedo arrancar por completo y con la que sigo peleando.

En mi Melipilla más de una vez se ha repetido esta historia. Así como ya lo he contado. (También me pasó anoche. Una compañera me invitó a un bonito evento, pero no pude. No porque no quisiera.) Sin embargo, he dado algunos pasos que me han hecho avanzar. Aunque digan que no es mucho, para mí han sido valiosos. A veces, he salido sola a algunos eventos donde he visto muchas personas. Sola, porque tengo que aprender a moverme así. Las veces que lo he hecho, he estado por lo menos la primera media hora paralizada, algo escondida, con los músculos tensos y frío en la espalda. Después, al ver que el ambiente es amigable y se acercan personas conocidas a saludarme, empiezo a aliviarme, a sentir el calor del lugar, vuelvo a respirar más profundo y la taquicardia empieza a retirarse... y todo mejora y hasta soy capaz de ir a buscar algo para comer o hacer un brindis. Y eso que es tan cotidiano e insignificante para muchos, para mí, son logros que he ido conquistando, pero aún me falta por hacer. Esto no ha terminado.

 En situaciones sociales de ese tipo, no siempre puedo andar dependiendo de alguien que me acompañe. Me acostumbré a escribir mi historia por mí misma, a construir, a conocerme, a vivir conmigo, con mis personajes, mis fantasmas, mis demonios, mis hadas. Y aunque disfruto mucho de la compañía de gente bonita, de esa gente que ilumina y apaña, no todo es tan sencillo. Sigo necesitando tiempo.

Lo que más duele de todo esto es cuando te das cuenta de que empiezas a alejar de ti a personas importantes, a quienes quieres mucho, pero que no entienden el motivo de ciertas distancias. ¿Y cómo podrían entenderlo, si ni siquiera yo estaba consciente de lo que empezó a pasarme? Por culpa de esta fobia (aunque no me gusta llamarle así, porque siento que se agrava mi situación) me he perdido varios momentos importantes. He perdido brindis compartidos, noches hermosamente alborotadas, locuras que pudieron ser y que ya no voy a recuperar. Desde el frío de las ideas y la razón, sé que está mal, que el tiempo pasa rápido como me dijo alguien a quien quiero mucho. Lo sé, pero esto es algo que se escapa de aquella razón y que aún me falta derrotar completamente.

Hace tiempo he estado visitando a una mujer chispeante, acertada y que escucha mis historias durante 45 minutos. No voy seguido a verla, ella me ha dicho que no es necesario, pero hago un reparo: le he contado de casi todo, pero este tema lo he dejado postergado, como si fuera algo secundario y no lo es. Ahora no, menos cuando me decidí a asumirlo y a invisibilizarlo.

No acostumbro a escribir de este tema tan delicado para mí. Es una de las formas más difíciles y desafiantes de desnudarme ante mis lectores, pero siempre las letras van a ser un camino. Es más. Incluso me han invitado a sesiones de meditación. Un amigo dice que me hará muy bien y que me esperará. Me lo dijo hace algunas semanas, cuando decidí escribir abiertamente sobre mi fobia. Esta vez, me autoexigí decir las cosas de frente. Ya le he dado muchas excusas de mierda a la gente de por qué hago o dejo de hacer. Le respondí la verdad: no sé si pueda enfrentarme a un grupo de gente extraña, haciendo algo que para mí es desconocido y no es parte de mi dominio. Sí, le dije la verdad y me entendió, no me juzgó. Así debo empezar a hacerlo, al parecer. El tema es que no creo que sea grato para alguien escuchar: "Me encantaría ir a tu carrete/panorama/junta cualquiera, pero cargo con un miedo que no sabría explicarte... y que no me deja ir, aunque quiera... y si voy, nadie me garantiza que no sentiré ese miedo."

 No es mi idea provocar lástima, en serio. Lo que sí quiero es que esto llegue a mis amistades lectoras, a quienes he rechazado invitaciones, a quienes han creído que me he alejado, a quienes quiero que sepan que sigo aquí. Por más arriesgado que resulte, quiero contarlo. Nunca se sabe si algún o alguna lectora está pasando o ha pasado por lo mismo. Yo comparto mi realidad para quien quiera leerla. Así, todo se va aclarando y la carga se comienza  a hacer cada vez menos pesada. 

Es un alivio y me da alegría saber que de a poco voy haciendo esto más visible. El reconocer o, más bien, el reconocerme me ha vuelto más fuerte, aunque no lo crean. Ya voy terminando este relato y siento algo que cuesta precisar. Aún quedan cartas por apostar, nuevas oportunidades para que la ruleta y yo vayamos al mismo ritmo. Necesito tiempo y saber que la raíz de este miedo desaparecerá de forma definitiva. Estoy dando lo mejor de mí para lograrlo, aunque sé que tampoco puedo 100% sola. Sí, necesito tiempo, pero sigo caminando. Eso es lo más importante.



(Esta fotografía no tiene relación con este escrito, pero la comparto porque es uno de los recuerdos de una tarde bonita)






lunes, 11 de julio de 2016

Para ti, compañero coterráneo

Hace unas horas le comuniqué públicamente a mis amistades lectoras una importante decisión: después de mucho pensarlo, decidí volver a trabajar en torno a mi segunda novela, la cual terminé hace casi cuatro años, pero que, hasta hace poco, tenía pensado no publicar. ¿La razón principal? Esta novela estaba inspirada en un quiebre con el hombre que más me ha marcado en mi camino. (Ok, suena más patético que la cresta, pero es la verdad) Fue un proceso creativo bastante intenso, acompañado de desvelos, lágrimas y cansancio, pero logré darle un fin a ese relato, tras varios capítulos. 

No sé bien para qué escribo esto, si de seguro que la persona que más quiero que lea esto, no lo hará. Creo que al contar esto me estoy exponiendo, pero por ahora no encuentro otro modo de canalizar lo que se agita dentro de mí. Más de alguien me preguntó qué pasó con aquella relación, qué ocurrió con aquel compañero de vaivenes, noches y años. Sé que no debería contar esto, pero cuando tenía decidido que no volvería a sentir algo nuevo, apareció él, un personaje distinto y que jamás pensé que podría remover algo en mí. Ahora que lo pienso, tras meses de negación, entiendo que él fue la confirmación de que mi antiguo compañero ya no habitaba en mí.

Este nuevo personaje, increíblemente, es un coterráneo. Y digo increíblemente porque siempre mis amores han sido forasteros, más específicamente, santiaguinos. Hay sentimientos, emociones y pavadas varias del corazón que, aunque digan lo contrario, nosotros no podemos dirigir ni dominar. Aún recuerdo aquel balde de agua fría que él me lanzó al contarme una verdad inesperada y que hasta hoy me duele. De seguro él hasta hoy no imagina la pena que me causó aquella confesión. Aquella confesión desapercibida, que me fue omitida por un tiempo y que algo quebró en mí. Esa confesión que me hizo desistir de mi decisión de algún día armarme de valor y hablarle de mis renacientes, movedizos, pero reales sentimientos. De nada serviría, solamente para verme rechazada.

Cambio la voz del relato y esta vez me dirijo a ti, compañero coterráneo. En el fondo, aunque no quieras, sabes que a ti te escribo. Sé que es un riesgo escribirte desde mi espacio bloguero y , más aún, sabiendo que estas palabras podrán ser leídas por más lectores. A ti, compañero coterráneo, quisiera contarte tantas cosas, pero me queda claro que ya no quieres leerme ni escucharme. Veo que los años que nos separan se van notando en ti. Es más fácil quedarse en la zona de comodidad, conformarse con lo que hay, dejar que pase el tiempo y resignarse, renunciar a las nuevas y alucinantes sorpresas que regala la vida. Estancarse y negar las emociones, encerrarse, aunque el cuerpo y tu expresión muestren algo distinto a lo que es tu realidad.

Recuerdo aún tus ojitos luminosos, los lugares compartidos ajenos a la realidad de afuera, esa tan indeseable y que no importaba. Recuerdo la forma y el tacto de tus manos y me doy cuenta de la cursilería de mierda que estoy escribiendo, compañero coterráneo. ¿Pensaste alguna vez que serías motor y parte de mis letras y de mi creatividad?

Sé que el tiempo corre para ti y que muchas veces este se apura y te persigue, en medio de tus labores y qué sé yo. Sé que el tiempo ha sido y puede ser parte de tu lejanía, pero hay cuentos que ya no compro ni creo. A veces, solo bastan segundos para escribir, pero siento que hay algo más, algo que no sé bien cómo nombrar. 

Hay historias que no quiero repetir, no me siento capaz de soportar otra ruptura en mi corazón, aunque nuestra complicidad haya sido fugaz y... como quieras llamarla. Fuiste y has sido importante, quiero que nunca lo olvides, compañero coterráneo. Me encantaría decir que seguirás siéndolo, pero ya no depende de mí.
Sé que podría seguir escribiéndote, pero los monólogos también terminan agotando. ¿Debo concluir que ya no quieres saber nada de mí? ¿Podré saber algún día los motivos verdaderos? Ojalá algún día seas capaz de detenerte un ratito, tomar al menos un poquito de valor y decirme qué ha pasado durante este tiempo. Si hay algo que me cuesta soportar es la cobardía. Creo que te lo dije, cuando te contaba ingenuamente sobre ese antiguo amor y tú te esforzabas en subir mi ánimo. La diferencia es que tú te quedaste, mientras otros se espantaron ante aquel tormentoso relato de ese amor pasado. 

Ojalá la suerte me acompañara, como en la más arriesgada de las apuestas, y llegaras a leer esto. Ya no tengo nada más que perder. No quiero que pienses mal, no llegué a enamorarme porque perdí esa capacidad, así que esa promesa la he sabido cumplir conmigo misma. Simplemente, si pasas por aquí, quiero que te detengas y sepas que esto es para ti, compañero coterráneo. Tal como dije, sé que el tiempo, el trabajo y la rueda de tus días gira rápidamente. Jamás  estuvo ni estará en mis intenciones interrumpirte, pero recuerda que tienes mi cariño y un espacio en mi corazón. No voy a esperarte porque no quiero perder mi tiempo, aunque me gustaría que nuestras historias fueran distintas. Soy valiente para decir eso, aunque hoy no pueda decirlo de frente. Sí, soy valiente y sin querer dármelas de persona ejemplar, yo he aprendido a hacerme cargo de lo que siento y a enfrentarlo.

Compañero coterráneo, en nombre de la complicidad que alguna vez compartimos de distintas maneras, hoy quiero pedirte que te cuides mucho y que cuando el telón caiga y te enteres de la verdad (de aquella de la que yo no puedo protegerte, aunque quiera), yo voy a estar para abrazarte y cantarte con mi voz que se pone tímida al entonar una canción y que tú ya conoces. Voy a leerte o a escucharte, como quieras tú. No voy a darte la espalda, aunque tú (con o sin querer) lo estés haciendo conmigo actualmente.

Sé que no tendría por qué exponer de esta manera lo que siento en estos instantes, menos ante mis posibles lectores. Sé que podría escribirte, arriesgando que me borres de tu vida para siempre y sin explicación, tal como lo hicieron ya conmigo antes. Tal como un antiguo personaje lo hizo. La diferencia es que no quiero mirarte como un cobarde, quizás, como un temeroso. Sé también que a tu edad o a tu modo, quieras negar ciertas cosas y aferrarte a una amarra que a la legua se nota desgastada, apagada y que no ilumina tu mirada como yo la he visto. Tal vez, alguna vez lo hizo, pero se nota que hoy la trama es diferente. Tu trama, al menos. Como actor, eres grande en tu real trabajo. Mejor, sigue relatando historias.

¿Te cuento algo, compañero? En unas horas más comenzaré un curso del que aprenderé mucho y que espero me haga crecer más como mujer. Me encantaría contarte más, pero, quizás, pierda mi tiempo... y ya no merezco seguir perdiéndolo. Ojalá algún día te decidas y tú hagas lo mismo. Si algo he ido entendiendo es que la vida corre y hay que compartirla felizmente. Me hubiese gustado mucho haberla compartido más contigo, haber aceptado las invitaciones que te rechacé por mi agorafobia y que hoy creo que no recuperaré.

Si hay algo que espero desde mi corazón literario es que la ruleta de la vida nos vuelva a juntar para hablar muchas cosas, para saber de ti, para atar los cabos sueltos, para decirte lo que hoy no puedo, pero que aquí podrás leer de a poco. Quedan pendientes en nuestros caminos y, realmente, si llegas acá, ojalá no tomes a mal esto, pero no encuentro otro modo de sacar lo que hoy guarda mi garganta y no quiero llorar. Ojalá que los motivos que nos separaron o que, en realidad, te alejaron, se rompan y se revienten para reírme contigo. Ya no me quedan tu voz, tus palabras escritas ni tu presencia. Nada más que los recuerdos. ¿Tú te quedaste con algo mío?

El cansancio llega a mí y espero que si vuelvo a soñar contigo no sea para recibir advertencias ni para despertar angustiada por una pesadilla. "No quiero soñar mil veces las mismas cosas" como dice la canción. Me declaro impaciente, siempre quiero tener respuestas y no soporto la incertidumbre. Contigo me he visto obligada a contenerme, porque no quiero ahuyentarte. No quiero que los personajes que han sido parte de mi corazón se vuelvan a marchar sin decirme por qué. Y aunque mi antiguo compañero y tú tienen distintos lugares en mí, hay sensaciones que me suenan conocidas y eso me hace temer.

No voy a nombrarte, pero en el fondo, sabes que te hablo a ti, que estas letras son para ti, aunque ya no las merezcas. Ojalá no tuviera que escribirlas y ojalá que todo lo que escribí, que mis temores, que mis posibles opciones sobre tu distancia, que todo eso no fuese más que una pesadilla, una de mis tantas locuras literarias. 
Cuídate, compañero coterráneo, y no dejes que las ataduras de la edad y del paso del tiempo te detengan. Yo tengo la libertad de mis manos y la valentía. Cómo me gustaría transmitírtela y que te dieras los minutos necesarios para repensar ciertas situaciones. ¿Eres feliz, compañero? ¿Acaso podrías serlo más aún, si tan solo dieras el salto que yo di? ¿Me acompañarías? 
Tú sabes dónde y cómo encontrarme. No creo que sea necesario más. Yo ya he dado los pasos que he sentido, pero no puedo desgastarme más. Piénsalo, compañero coterráneo, y aunque no haya alcanzado a decírtelo de frente, te quiero, pastel de hojarasca. :)












martes, 5 de julio de 2016

Después de leer "El Museo del silencio" de Yoko Ogawa

Sucede que, de repente, cuando el tiempo y las ganas me acompañan, me da por recorrer la biblioteca sin rumbo fijo. Usualmente, cuando voy, tengo claro qué voy a buscar, pero también hay ocasiones en las que me permito ir por los pasillos tras algún título o autor desconocidos, algo que me sorprenda y que me mueva a descubrir algo diferente. ¿Lo más típico en mí? Llegar entusiasmada a la Sala de Literatura y sumergirme, principalmente, en la sección de Literatura Chilena o Latinoamericana. Sin embargo, esa tarde tenía al tiempo de mi lado y no era necesario correr ni apurarse como de costumbre.

Entonces, ahí estaba. Recuerdo haber escuchado su nombre en algún taller literario, pero nunca había llegado hasta uno de sus libros. ¿La autora? La escritora japonesa Yoko Ogawa. Leí la contratapa y, luego de leer la trama, encontré dos palabras que me hicieron tomar el libro para traerlo varios días conmigo: thriller psicológico.

Antes de contarles sobre el libro en cuestión, quiero aclarar que no me interesa dármelas de experta y tampoco pretendo emitir juicios de sable como hacen ciertos críticos literarios insoportables (o que se las dan de eso), personajes sobrevalorados y que para mí solo tienen espacio en un lugar donde podría metérmelos. Mejor, no profundicemos en eso. Simplemente, quiero compartir algunas impresiones y mi experiencia en torno a esta obra.

La historia comienza con la llegada de un museógrafo, el protagonista, a un pueblo bastante apartado y sumergido en la soledad. Allí, es requerido para comenzar con una labor distinta a otras que ha realizado anteriormente: su nueva empleadora, una anciana insoportable y excéntrica le hará un encargo bastante singular: ella quiere formar un museo en el que se exhiban las pertenencias recogidas en el instante y el lugar precisos de la muerte de los habitantes del pueblo. A pesar del carácter de la mujer, él decide quedarse y ser parte del proyecto, por lo que permanece en la casona donde vive la anciana. Ahí conocerá a su joven hija adoptiva, al jardinero y a su esposa, la asistenta.

El museógrafo comienza a reconocerse en este nuevo espacio, a pesar de las dificultades. Se encuentra alejado de su hermano mayor, a quien le escribe constantemente esperando una respuesta. Asimismo, en medio del desolado entorno, tiene claro que el objetivo es establecer el museo y partir del lugar. Él comienza a trabajar clasificando los objetos que su empleadora ha recogido en años anteriores y es ella quien revive su historia, a través de los relatos. Así avanza la rutina, hasta que una muerte es noticia en el lugar, la primera que el joven debe enfrentar para conseguir un nuevo objeto de un difunto y, de ese modo, incluirlo en el que será el Museo del silencio. Sin embargo, esto no se detiene ahí. Extrañamente, el pueblo empieza a verse envuelto en nuevas muertes y, más extraño aún, más de alguna de estas no se ha dado de manera natural, sino que hay una serie de femicidios que empiezan a inquietar al museógrafo y le hacen querer encontrar una respuesta para llegar a la verdad. Alguien está detrás de estos cruentos acontecimientos, llegando incluso a poner en la lista de sospechosos al protagonista.

La historia transcurre en medio de un paisaje que se centra en una de las épocas más frías del año. Hay árboles, nieve, ríos y viento acompañando la trama, mientras el museógrafo realiza sus labores en compañía de la hija adoptiva de su empleadora. Sin embargo, la aparente calma del espacio continúa sumando misterios y crímenes que parecen no tener un culpable. En medio de la novela, todos son sospechosos y hay un puzzle que se busca resolver.

Dentro de lo que llamó mi atención, hay un aspecto especial que quisiera mencionar: en el libro los personajes no tienen nombre y pareciera que en el entorno en que se desenvuelven, es algo que no es de mucha importancia. En el transcurso de los capítulos se habla del museógrafo, la anciana, la muchacha, el jardinero, la asistenta, el predicador del silencio y así. Sus identidades se esconden  y se confunden en un pueblo que, al ser descrito, trae a la memoria lo fantasmal, lo oculto, lo que puede llegar a causarnos sensaciones poco gratas, pero necesarias al momento de hacer un pacto de lectura con este libro.

¿Qué más podría contar? El opuesto entre la vida y la muerte paseándose por los distintos rincones del espacio. Hay una tienda en la plaza en la que se venden huevos con diseños y tallados como souvenirs, mostrando a través de estos detalles un lado amable y simbólicamente acogedor, mientras que las noticias difunden que hasta cierta fecha hay mujeres jóvenes que han sido asesinadas y a las que, de la misma manera, les han extraído los pezones. Así, en medio de este remolino de hechos, pasan los días, semanas y meses, a la espera de que este singular museo se abra a la comunidad.

Personalmente, me leí este libro durante algunas noches hasta concluirlo. El relato es dinámico y sus descripciones son las necesarias para poder armar el panorama necesario ante nosotros, los lectores. No me arrepiento de haber tomado este libro al azar. Es una obra que no me defraudó, a tal punto que espero encontrar pronto nuevos títulos de Yoko Ogawa para seguir conociendo sus temáticas y su trayectoria. 

En fin, he tratado de ordenarme lo mejor posible. Tal vez, este no es un gran texto, pero creo importante hacerles la invitación para descubrir a esta escritora japonesa. Ojalá algún ejemplar de este libro llegue a sus manos. Yo lo encontré en mi querida Biblioteca de Santiago, pero de seguro se encuentra merodeando en otros sitios.

¡Saludos, gente lectora!








miércoles, 29 de junio de 2016

De una tarde fría y un jubilado como tantos

“Hoy es día 28 y la pensión viene tarde.
A los viejos, ya le digo,
lo baila´o no nos quita nadie.”

(Ismael Serrano)
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“La vida corre desordenada,
los viejos saben por qué.
Las cosas son como yo no pensaba.
Me vuelvo a poner de pie.”

(Matías Oviedo)


Hace días que no escribía en este espacio, como si hubiese estado esperando algo que me hiciera escribir, algo que me removiera y que no me dejara tranquila hasta convertirlo en letras. Ese algo llegó, aunque no fue lo que a mí me hubiese gustado, pero hay situaciones que se tienen que vivir sí o sí, como parte del (a veces, muy injusto) juego de la realidad.

Hoy no me correspondía ir a trabajar ni viajar a Santiago, así que me quedé en mi lugar, junto a mi perrito Quijote. Siempre hay quehaceres, así que en eso estaba cuando, de pronto, una voz de hombre se escuchó desde afuera de la casa. No me hubiese dado cuenta, de no ser por los insistentes ladridos de Quijotito. La reja estaba cerrada, así que no sentí temor. Desde la puerta, vi a un señor ya algo mayor que humildemente me saludó y me contó que arreglaba jardines, que en ese mismo momento contaba con sus herramientas de trabajo y si acaso necesitaba de sus servicios. Sentí que el frío del aire se hacía aún más fuerte y no sabría precisar cuál fue la expresión de mis ojos en ese instante. Algo se quebraba en mí, se paralizaba en medio de una sorpresa cruel: era esa realidad tan típica de esta larga, angosta y, a veces, tan miserable faja de tierra. Sin saber bien qué decir, le di las gracias, pero le respondí que no era necesario.Al entrar y cerrar la puerta, lloré. 

Y es que ese hombre no tendría por qué estar recorriendo las calles ni gritando por las casas ofreciendo sus servicios como jardinero. Él debería haber estado disfrutando de la tarde de invierno acompañado de un café, un té o un mate, junto a un libro, la radio o algún programa cualquiera de la tele, pero no.
“Jubilación de mierda”, pensé entre lágrimas. Claramente, él era uno de los tantos jubilados que cada día en Chile tienen que buscar distintos medios para darle la pelea al calendario y a cada uno de sus días, porque las pensiones en este país son una de las tantas burlas a las que estamos expuestos. Y digo estamos porque, aunque me faltan varias vueltas al sol para vivir eso, “los viejos son nuestro futuro y es todo de lo que estamos seguros”, como diría una canción de Matías Oviedo. La misma canción que estaba escuchando hace unas horas, como si ella me hubiese anunciado aquel encuentro que estaba por venir.

Si existe algo cierto es que muchas veces, aunque no queramos, actuamos con torpeza ante lo sorpresivo, ante eso que nos rompe el esquema y que hasta nos derrumba. Después, nos preguntamos: “¿Por qué no habré hecho esto? o ¿por qué no habré reaccionado de esta otra manera?” El problema es que ya es tarde y no hay marcha atrás. Yo, después de hablar con aquel señor, me pregunté por qué no le pedí sus datos para recomendarlo a otra persona o para tenerlo en cuenta para otra ocasión. Sí, me arrepiento, pero no sé si volveré a verlo. ¿Saben? Es extraño que piense eso, más cuando me considero una persona bastante desconfiada. Sin embargo, tengo una intuición que siempre me ha sabido acompañar y ese hombre no era un mal tipo, sino uno de esos tantos que continúan su andar, en medio de un Chile de injusticias, en el que “el chancho está mal pelado”. Pésimamente repartido, esa es la verdad.
Mientras la balanza se inclina a favor de los poderosos, esos que tienen todas las de ganar, personas como el hombre que hoy vi siguen, tal vez, sin saber muy bien cómo, pero saben por qué. Porque no queda otra, porque los ciudadanos no tenemos el toro por las astas y no podemos decidir por cuenta propia cómo destinaremos nuestros ingresos al enfrentar esa temible puerta que se abre amenazante llamada “jubilación”.


Hoy en la noche, solamente mi hermana supo lo del episodio vivido esta tarde. Igualmente, ella se conmovió ante la historia. No me sentí capaz de contárselo a mis viejos en la mesa, porque sabía que iba a volver a llorar y no quise alarmarlos más de la cuenta. Y no quiero dármelas de sentimental, pero es imposible no sentir pena, rabia, impotencia y sus derivados al ver que esta realidad se replica en todos los rincones de Chile. Y con un nudo en la garganta, llego a la conclusión de que no bastaría que el hombre de hoy encuentre uno o más jardines para arreglar. Este es un asunto que tiene una raíz mucho más profunda y que, por más que quisiéramos como comunidad, no queda exclusivamente en nuestras manos. ¿Qué se supone que viene ahora? Si ese señor vuelve a pasar por aquí, espero reaccionar distinto. Quizás, mi actuar fue resultado de la capacidad de asombro que aún no pierdo. Ojalá nunca la perdamos. Creo que es una de las pocas pertenencias que no pueden quitarnos, incluso con el paso de los años.