martes, 5 de julio de 2016

Después de leer "El Museo del silencio" de Yoko Ogawa

Sucede que, de repente, cuando el tiempo y las ganas me acompañan, me da por recorrer la biblioteca sin rumbo fijo. Usualmente, cuando voy, tengo claro qué voy a buscar, pero también hay ocasiones en las que me permito ir por los pasillos tras algún título o autor desconocidos, algo que me sorprenda y que me mueva a descubrir algo diferente. ¿Lo más típico en mí? Llegar entusiasmada a la Sala de Literatura y sumergirme, principalmente, en la sección de Literatura Chilena o Latinoamericana. Sin embargo, esa tarde tenía al tiempo de mi lado y no era necesario correr ni apurarse como de costumbre.

Entonces, ahí estaba. Recuerdo haber escuchado su nombre en algún taller literario, pero nunca había llegado hasta uno de sus libros. ¿La autora? La escritora japonesa Yoko Ogawa. Leí la contratapa y, luego de leer la trama, encontré dos palabras que me hicieron tomar el libro para traerlo varios días conmigo: thriller psicológico.

Antes de contarles sobre el libro en cuestión, quiero aclarar que no me interesa dármelas de experta y tampoco pretendo emitir juicios de sable como hacen ciertos críticos literarios insoportables (o que se las dan de eso), personajes sobrevalorados y que para mí solo tienen espacio en un lugar donde podría metérmelos. Mejor, no profundicemos en eso. Simplemente, quiero compartir algunas impresiones y mi experiencia en torno a esta obra.

La historia comienza con la llegada de un museógrafo, el protagonista, a un pueblo bastante apartado y sumergido en la soledad. Allí, es requerido para comenzar con una labor distinta a otras que ha realizado anteriormente: su nueva empleadora, una anciana insoportable y excéntrica le hará un encargo bastante singular: ella quiere formar un museo en el que se exhiban las pertenencias recogidas en el instante y el lugar precisos de la muerte de los habitantes del pueblo. A pesar del carácter de la mujer, él decide quedarse y ser parte del proyecto, por lo que permanece en la casona donde vive la anciana. Ahí conocerá a su joven hija adoptiva, al jardinero y a su esposa, la asistenta.

El museógrafo comienza a reconocerse en este nuevo espacio, a pesar de las dificultades. Se encuentra alejado de su hermano mayor, a quien le escribe constantemente esperando una respuesta. Asimismo, en medio del desolado entorno, tiene claro que el objetivo es establecer el museo y partir del lugar. Él comienza a trabajar clasificando los objetos que su empleadora ha recogido en años anteriores y es ella quien revive su historia, a través de los relatos. Así avanza la rutina, hasta que una muerte es noticia en el lugar, la primera que el joven debe enfrentar para conseguir un nuevo objeto de un difunto y, de ese modo, incluirlo en el que será el Museo del silencio. Sin embargo, esto no se detiene ahí. Extrañamente, el pueblo empieza a verse envuelto en nuevas muertes y, más extraño aún, más de alguna de estas no se ha dado de manera natural, sino que hay una serie de femicidios que empiezan a inquietar al museógrafo y le hacen querer encontrar una respuesta para llegar a la verdad. Alguien está detrás de estos cruentos acontecimientos, llegando incluso a poner en la lista de sospechosos al protagonista.

La historia transcurre en medio de un paisaje que se centra en una de las épocas más frías del año. Hay árboles, nieve, ríos y viento acompañando la trama, mientras el museógrafo realiza sus labores en compañía de la hija adoptiva de su empleadora. Sin embargo, la aparente calma del espacio continúa sumando misterios y crímenes que parecen no tener un culpable. En medio de la novela, todos son sospechosos y hay un puzzle que se busca resolver.

Dentro de lo que llamó mi atención, hay un aspecto especial que quisiera mencionar: en el libro los personajes no tienen nombre y pareciera que en el entorno en que se desenvuelven, es algo que no es de mucha importancia. En el transcurso de los capítulos se habla del museógrafo, la anciana, la muchacha, el jardinero, la asistenta, el predicador del silencio y así. Sus identidades se esconden  y se confunden en un pueblo que, al ser descrito, trae a la memoria lo fantasmal, lo oculto, lo que puede llegar a causarnos sensaciones poco gratas, pero necesarias al momento de hacer un pacto de lectura con este libro.

¿Qué más podría contar? El opuesto entre la vida y la muerte paseándose por los distintos rincones del espacio. Hay una tienda en la plaza en la que se venden huevos con diseños y tallados como souvenirs, mostrando a través de estos detalles un lado amable y simbólicamente acogedor, mientras que las noticias difunden que hasta cierta fecha hay mujeres jóvenes que han sido asesinadas y a las que, de la misma manera, les han extraído los pezones. Así, en medio de este remolino de hechos, pasan los días, semanas y meses, a la espera de que este singular museo se abra a la comunidad.

Personalmente, me leí este libro durante algunas noches hasta concluirlo. El relato es dinámico y sus descripciones son las necesarias para poder armar el panorama necesario ante nosotros, los lectores. No me arrepiento de haber tomado este libro al azar. Es una obra que no me defraudó, a tal punto que espero encontrar pronto nuevos títulos de Yoko Ogawa para seguir conociendo sus temáticas y su trayectoria. 

En fin, he tratado de ordenarme lo mejor posible. Tal vez, este no es un gran texto, pero creo importante hacerles la invitación para descubrir a esta escritora japonesa. Ojalá algún ejemplar de este libro llegue a sus manos. Yo lo encontré en mi querida Biblioteca de Santiago, pero de seguro se encuentra merodeando en otros sitios.

¡Saludos, gente lectora!








No hay comentarios:

Publicar un comentario