jueves, 31 de octubre de 2019

Yo no quiero “normalidad”


Los días de lucha y de resistencia siguen sumándose en el calendario de este Chile más encendido y luminoso que se haya imaginado en el último tiempo. La gente se organiza y ha retornado una sensación de comunidad que casi no recordaba. Ya no es novedad decir que esto dejó de ser lo que en un inicio solo se veía  como “el alza de los pasajes del transporte público en Santiago”.

Ahora las personas han vuelto a reconocerse en sus espacios y, por más que alguien se atreviera a negarlo, esto nunca volverá hacia atrás. Precisamente, es la idea y la sensación latente que flota, mientras en un pleno acto de porfía, nos quieren llevar de golpe a recluirnos en una palabra aparentemente indefensa, pero que hoy no podemos permitir: “normalidad”.

La normalidad y el constante llamado del gobierno a regresar a ella. Ese grito desesperado, pero vacío que solo quiere que volvamos a encajar en una realidad que de tanto soportarla nos terminó haciendo explotar desde lo personal y lo colectivo. Y, de verdad, esto último no podría ser mejor. Lo más seguro es que ante esta afirmación, alguien se refugie en la ya clásica idea de los saqueos y el tan manoseado vandalismo del que hablan por los medios televisivos. Claramente, esto no es cuestión de azar.

La semana recién pasada, en un pobre e ingenuo intento por volver a clases, me reencontré con mis estudiantes. Estuvimos dialogando en torno a la contingencia actual, escuché sus impresiones sobre lo que ha estado ocurriendo y también recibí aquel cuestionamiento de aquellos(as) jóvenes frente a la forma en que muchos medios de comunicación buscan plantear este movimiento social. “Profe, ¿por qué la tele miente?”,  “Profe, le dan más importancia a los supermercados saqueados que a la gente que ha muerto”. Y así, la inquietud de mis estudiantes se suma a la de tanta gente que siente y que piensa igual. 

Es que ya es todo demasiado evidente. Desde el poder creyeron que esto pasaría pronto, que nos conformaríamos con las irrisorias y decadentes medidas parche anunciadas por el gobierno, pero no. Es como cuando te han dañado tanto, que ya no sientes miedo ni estás dispuesto(a) a seguir creyendo en frases hechas que ya no compras de tanto que te mintieron antes. Así está Chile ahora, aunque los intentos por concluir con esto no se han detenido.

“Volvamos a la normalidad”, “normalización constitucional”, “normalizar la vida cotidiana”. Es lo que se ha oído hace varios días, mientras nos tratan de apagar en medio de esta lucha que tanto sentido nos ha regresado. No es casual que haya personas que se sientan mejor, más vivas y felices luego de este sublime estallido. ¿Acaso es posible, en medio de este caos aparente? Este movimiento vino a cuestionar nuestro modo de vivir, en el que constantemente nos vemos presionados a ser parte de un espectáculo que nos duele de lunes a viernes. “No era depresión, era capitalismo” expresan algunos. Esto dice muchísimo de cómo nos hemos ido uniendo, luego de ni siquiera haberlo considerado.

¿A qué normalidad quieren que volvamos? ¿A esa que nos empuja por inercia a actuar en medio de un contexto cruel, en medio de una sociedad que nos violenta con su maldita indiferencia? ¿A esa normalidad que nos quiere como corderitos ordenados y silenciosos en su rebaño? ¿Nos quieren en la normalidad de los que aguantan una vez más los abusos de tantos años? ¿A esa normalidad que justifica que pacos y milicos impongan “orden” a través de su violencia desmedida y miserable?

¿De qué normalidad nos hablan desde el poder?, ¿realmente los gobernantes de esta convaleciente y despierta franja de tierra nos quieren ver de esa forma?

Vivo en Melipilla, una comuna en la que jamás habían ocurrido hechos como los de los últimos días: en medio de las movilizaciones, llegaron hasta aquí un montón de uniformados que no pertenecen a este espacio. El gobernador, a través de sus redes sociales, los recibió con una alegría y admiración que abiertamente, siguen dándome rabia y asco. Esos uniformados afuerinos desde hace días que empezaron a hacerse su fama. En las marchas, ningún reparo en disparar a quien fuese, con tal de callar a quienes pudieran resultar una “amenaza al orden público”. Un nivel de violencia que, incluso desde palabras de mis padres “ni siquiera se había visto en la época de dictadura aquí en Melipilla”. Balas, sangre, heridos que incluso no podemos contar como un capítulo finalizado, pues esto ha seguido pasando.

Y así, como en mi tierra natal ocurre, se da en cada rincón de Chile. Yo me sigo preguntando, ¿así quieren imponernos  su normalidad de mierda? ¿Creen que después de tantos golpes, violaciones y muertes esto volverá a ser como antes? No quiero que así sea, no quiero que olvidemos y confío en que no lo haremos.

Es de una violencia tremenda pedirnos que la “normalidad” vuelva a tomar la tribuna que tuvo hasta hace un par de semanas. Porque es imposible ir con ese discursito indolente por la vida. ¿Acaso los familiares de nuestros muertos “en democracia” volverán a ver o sentir su vida desde la “normalidad”? ¿Alguien puede creer que los sobrevivientes de torturas y heridas volverán a esa normalidad que tanto predican?

Yo no quiero ni concibo esa normalidad para mi gente, porque fue precisamente esa normalidad la que nos lastimó tanto hasta tener que llegar a este punto. Sí, hemos llegado lejos y me emociono, en medio de testimonios que continúo reconociendo y de acciones que cada día me van devolviendo más fuerza y convicción aún.

Romina Anahí



martes, 22 de octubre de 2019

De una guerra inventada y el despertar de un pueblo


Pasan los días y, lejos de parecer decaer o apagarse, el movimiento social que se expandió a nivel nacional sigue en pie, de frente y sin miedo. Levantándose, sacudiéndose y reaccionando después de tanto tiempo, de tantos años en los que el pueblo chileno vio derrumbada y burlada su dignidad. Tantas veces hasta que no dio para más. Como el personaje adormecido de una historia que le estaba pasando por encima, Chile hizo de su rabia y su dolor un rugido que ha hecho eco traspasando las fronteras y los temores que lo callaron alguna vez.

Y es que en medio del contexto sociopolítico en el que nos encontramos, es sabido que en algún momento esto tendría que ocurrir. Ya se ha dicho bastante que las manifestaciones que hoy agitan el país “no son por 30 pesos, sino por 30 años”. En realidad, más de 30 años. Muchas de las demandas que hoy se mencionan y salen a la luz en voces y pancartas, vienen arrastrándose desde la dictadura. En un inicio, si bien es cierto, lo más visible fue el tema del alza del transporte, pero con ella también se alzaron los gritos de la gente exigiendo cambiar un sistema que no ha hecho más que vejar la dignidad de las personas, partiendo desde una constitución que permanece desde la dictadura misma, pasando por el costo de la vida que se eleva ante sueldos escuálidos y estancados, siguiendo por un sistema de salud que castiga a quien no puede pagarlo y para qué decir las pensiones de hambre y crueldad que reciben los adultos y adultas mayores. Podría continuar enumerando el listado. Increíblemente, aún en estos días aún hay quienes creen “ingenuamente” que esto solamente se trata de “30 pesos”.

Con el paso de las horas, Chile ya no tiene miedo, sino que se moviliza desde una comprensible y poderosa rabia que le ha hecho al fin tomar el rol protagónico que le corresponde en su historia. Sin embargo, siempre hay personajes en este relato que van a realizar intervenciones nada más que para empeorar el panorama. Por más que se haya escudado en su “indignación”, no olvidemos que desde su cargo de presidente, Sebastián Piñera se atrevió a decir que “estamos en guerra”. Una guerra inventada que, claramente, busca alarmar, despertar el terror del pueblo y dividirnos. Por más que quiera hacer creer lo contrario, está perdido. Sacó a los milicos a la calle (Lo siento, pero aunque la formalidad diga otra cosa, ni mi sentir ni mi pensar me permiten llamarles “militares”) y estos han herido y matado como si estuviéramos en aquel período dictatorial que tanto dolor aún causa en tanta gente. Y a ellos se suma todo personaje descontrolado e irreflexivo con uniforme, que sin reparo alguno vuelve y dispara las armas en contra de su pueblo con tal de defender a quienes dicen gobernar.

Cuando hace días esto comenzó con las llamadas “evasiones masivas” en el metro de Santiago, de inmediato desde el poder llenaron los medios de comunicación insistiendo con que esta “no es la forma” de manifestarse. ¿No es la forma? ¿Acaso fueron capaces de escuchar cuando innumerables veces se realizaron marchas e intervenciones llenas de colores y alegría? ¿Se atreven a decirnos que no es la forma, cuando sin reparo alguno dejan que hieran y asesinen al pueblo chileno? 

Gobernantes déspotas, que aún tratan de sostener una máscara que ya no les queda. Nos hablan de diálogo apuntándonos con sus armas y yo no puedo más de asco y de rabia. No les perdono estas muertes que reducen a cuerpos sin rostro, no les perdono su soberbia ambiciosa, no les perdono por nada que después de tantos años hayan devuelto a mis padres el dolor y el miedo que les dejó la dictadura. Y esto, precisamente, es lo que me moviliza. Lo que nos moviliza como país porque, por más que nos quieran hacer creer lo contrario, esta guerra es una desmedida y cruel ficción creada por quien ya perdió los estribos y el pseudoliderazgo que creyó tener alguna vez. Quieren reducir este movimiento a “actos vandálicos”, manipulando los hilos de los medios de comunicación, buscando hacernos creer que lo que está sucediendo es nuestra culpa y así, hacernos retroceder, dándole tribuna a los saqueos, buses y metros que se queman. ¿No se supone que estos personajes de uniforme recorriendo las comunas y ciudades, impedirían eso? ¿Y qué pasa con nuestros muertos? Para pensar, ¿no? Y, sin embargo, seguimos sin estar en guerra, luchando desde nuestros lugares, entre gritos, cantos y cacerolas que jamás se compararán con sus golpes y disparos.
Chile despierta, despertó, ha despertado. Más allá de la conjugación verbal, la raíz de la acción es la misma y ya no hay vuelta atrás, aunque traten de hacernos creer algo distinto.





martes, 1 de octubre de 2019

"Déjenme" y esa (in)explicable necesidad de narrarnos hoy en día


Canción sugerida para esta lectura (A modo de soundtrack, si quieren llamarle así): // "Déjenme" // (Álvaro Scaramelli)

Aún la semana no despega como corresponde y las noticias de la capital de esta larga, angosta y penosa faja de tierra nos cuentan que solo durante la tarde se ha sabido de dos suicidios en espacios públicos. Entre la ingesta de cianuro y aquella muerte en el metro, otra vez aparece la latente idea de cuestionar qué está pasando con la salud mental y de cómo en esta sociedad chilena le estamos haciendo el aguante a la vida cotidiana. 
Seguramente, por eso el taxista que hoy nos trajo hasta la casa escuchaba una radio en la que justo programaron aquella agobiante, pero tan real canción de Scaramelli "Déjenme". Si bien, la referencia musical no es precisamente actual, sí me lleva a relacionar la letra de la canción con estos hechos que al fin son pura desesperación que ya no dio para más. Es más, algo me pasa con ese tema: hay fragmentos que me recuerdan mis críticos períodos del ayer, cuando más de una vez me vi enfrentada a alguna crisis de pánico. No se lo doy a nadie... a menos que sea alguien muy chuchesumadre, pero eso no es tema aquí. Son recuerdos que, una vez que se activan, transportan a esos días por unos segundos y tragar saliva es la respuesta más próxima.
¿Y a qué viene todo esto? Necesito dejarlo en algún lado y sé que siempre las palabras estarán bien puestas aquí hasta que alguien llegue a ellas. 

Curiosamente, algo bien freak (o como quieran llamarle) me volvió a pasar hoy en medio del mundo virtual. De seguro, varios de mis queridos lectores y lectoras ya conocen mi página de Facebook, lugar creado para difundir mis letras y en el que actualmente también difundo y recibo encargos de ventas y envíos de "El carnaval de las esgrimas", mi segunda novela. Los mensajes que recibo internamente suelen ser para esto: encargar libros, expresarme sus sentimientos ante lo que escribo y sus vibras bonitas y benditas. Sin embargo, hoy después de mucho tiempo me escribió un hombre contándome sobre lo triste que se sentía. No es primera vez que alguien acude a un mensaje de este tipo para hacerlo llegar. Lo que me resulta algo singular es ¿por qué contarle de mi tristeza y pedirle ayuda a una escritora que se dedica a eso: escribir, precisamente? Además de leerlos, lamentablemente, no es mucho más lo que podría hacer. Y aun así, comprendo que es parte de cómo funcionan hoy las dinámicas de comunicación entre las personas. Y sí, existen muchas formas de compartir y canalizar esos pesares. Yo, al menos, hasta ahora nunca había pensado en escribir a un escritor(a) desconocido(a) para contarle algo así de personal. (Ahora, que esté rodeada de amores escritores es parte de mi trabajo y lo amo, pero ver ciertas cosas desde otro punto resulta también algo inquietante y que puede mover nuevas ideas también.) 

En fin, hace tiempo no lanzaba mis palabras al blog de manera tan rápida. La vida de profe, aunque no me ocupa toda la jornada, me tiene cansada a estas alturas del año, mientras que por otro lado, la creatividad y la escritura se ponen de acuerdo para empujarme a no rendirme y seguir esta ruta, la oficial y primera para mí. La vida sigue su trama, vienen nuevos capítulos de un libro nuevo también y, aunque vaya aparentemente despacio, ahí voy y ahí estoy. Esto de dejar el acontecer diario acá es inusual, pero necesario de vez en cuando.

Ya podré escribir algo más claro y con más tiempo, pero las palabras son palabras y ni ahí con reprimirlas. Si quieren salir, que salgan, corran y que lleguen lejos, si así lo quieren.