domingo, 14 de junio de 2020

Mañalich y el verdadero derrumbe del castillo de naipes



Todavía recuerdo con claridad el día en que corrió un registro audiovisual donde se pudo ver al ahora ex ministro de Salud, Jaime Mañalich, dirigiéndose a la prensa con un tono altivo y brutal, fiel reflejo de su forma de enfrentarse a lo que le rodea: “Yo te digo una cosita, conmigo no se tontea. O sea, la protección que tengo es tan fuerte… que…”

Así lo tengo presente, con una impronta de quien se sabe a salvo, como si estuviese siendo resguardado desde el mismísimo Olimpo o cualquier otra creencia que aquí se quisiera insertar. Siempre me llamó la atención especialmente esa suerte de “seguridad” con la que hablaba, con la que se dirigía a quienes se atrevían a cuestionar su gestión y sus declaraciones. Una seguridad que dejaba de ser tal para aferrarse a algo siniestro. Todo un intocable.

Una de sus últimas “frases para el bronce” fue aquella donde ya dejó de manifiesto lo que todos sabíamos, pero que desde el poder no habían sido capaces de afirmar de frente, cuando sostuvo que las supuestas fórmulas de proyección con las que se sedujo en enero se derrumbaron “como castillo de naipes”. Yo me pregunto, ¿de verdad no veía lo evidente, ex ministro? ¿En serio seguirá asegurando que nadie se lo advirtió? Y es que mientras él repetía con plena certeza sobre las felicitaciones internacionales que recibía por su desempeño como ministro, la pandemia se extendía sin tregua ni distinción, pero como el hilo siempre se corta por lo más delgado, es sabido que es el pueblo el que hasta hoy sigue pagando el costo de su arrogancia.

¿Aún seguirá pensando que la medida de cerrar las escuelas fue un grave error? Según él, esto dejó a los estudiantes sin vacunas, educación, comida ni protección. Sin embargo, si esto no se hubiese hecho, la situación sería aún peor de lo que es. Lo sostengo porque soy profesora y sé cómo es esa realidad. Además, la alimentación y turnos éticos continuaron y, con respecto a las vacunas, se debe dejar en claro que si no las recibieron antes fue porque no las hicieron llegar, al menos en la comuna donde vivo. Mis padres también son docentes y en sus trabajos coincidía la situación: al momento de llegadas las vacunas estas se pondrían, pero en ese momento ni rastro de ellas. Y sí, está claro que esta pandemia ha dejado aún más al desnudo la cruel desigualdad de Chile, pero en la continuidad de lo presencial hubiese sido aún más crítico el panorama. Mírenlo, “el protegido” escudándose a toda costa en los desprotegidos. Todo con tal de no dar el brazo a torcer.

Es más, cuando los alcaldes y alcaldesas estaban pidiendo con insistencia la cuarentena total, se empecinó en no querer escuchar y en insistir que esta medida era insensata, desproporcionada y populista. Quizás, si hubiese escuchado, hoy no estaríamos lamentando toda esta cantidad de enfermos y de muertos, pero no… era mejor jugar a ganador con la soberbia como fiel aliada.

Y no, no resultó. La “nueva normalidad” no fue más que un simulacro miserable, un chiste cruel para seguir como si nada, arrojando así a tanta gente a un abismo de incertidumbre. No volveremos a tomar café ni cerveza como en otros tiempos, ese intento por sostener una escenografía admirable ante el resto no es más que una de las tantas mentiras que nos han tratado de vender y que ahora terminó de venirse abajo.  Tampoco el virus se convirtió en una “buena persona” como lo dijo su singular pronóstico. El verdadero castillo de naipes, ex ministro, se derrumbó hace tiempo y no fue capaz de asumirlo. Se derrumbó cuando hizo oídos sordos a quienes le pusieron en alerta ante el peligro de la pandemia, cuando minimizó lo catastrófico del virus en el país y en nuestro día a día. También, cuando se dedicó a hacer alardes de su rol como ministro, jactándose de las felicitaciones ajenas, mientras que todo a su alrededor se volvía cada vez más precario y desesperante, entre enfermos, muertos y otros tantos que ni siquiera sabemos si alguna vez serán contabilizados. Ni siquiera eso se le puede creer. Se derrumbó, cuando dejó en evidencia que no era consciente del nivel de pobreza y hacinamiento existente en el país donde fue ministro de Salud.

Al final, ¿de qué sirvió tanta soberbia, si a regañadientes igual tuvo que reconocer que el telón le cayó encima, ex ministro? Entonces, vuelvo a recordar cuánto le molesta que se metan con él, mientras yo “tonteo” escribiendo estas palabras, ignorando que alguna vez él se sintió un dios de un Olimpo falso y decadente, aunque hoy quiera negarlo. ¿Dónde está esa protección tan fuerte que tenía? Quizás, saldrá a flote en el momento en que la memoria insista y porfíe, porque no sería justo que una vez afuera del ministerio se desentendiera de todo lo que provocó. ¿Acaso tendrá bajo la manga la última carta de su derrumbado castillo?



Romina Anahí
Escritora