sábado, 22 de diciembre de 2018

Cuando el río suena: De una trabajadora como tantas a su jefe



No es necesario que lo niegue, yo ya estoy enterada. Lo sé todo. ¿Acaso usted no? Si le pedí que viniéramos a conversar al patio es porque los dos sabemos que adentro las paredes tienen oídos y, precisamente, por eso también le pedí que habláramos. No puedo hacer como que no pasa nada, porque del diccionario de mi vida hay una palabra que nunca incluí, que nunca acepté: disimular. Tanta gente que nos miente hoy en día, yo no quiero ser parte de ese verbo ni menos conjugarlo. Usted sabe de lo que hablo, no hace falta que me mire con esa cara de perrito mojado. ¿Cómo lo supe? De una fuente que dudo que esté equivocada, tal como ese refrán que dice: “Cuando el río suena es porque piedras trae”. Ojalá fueran rumores, habladurías de la señora que de pasillo en pasillo no encuentra nada mejor que hacer circular chismes porque se ve que su vida es una soberana lata, pero a estas alturas ya no voy a compadecerme de ese tipo de “gente”.

Sí, dire. Lo sé todo. Ya supe que me van a echar y mi despido es un hecho, solo falta que me lo confirmen. ¿Me dice que usted no es quien decide eso, sino la dueña del establecimiento? Claro que lo entiendo, pero incluso así, esto ya se sabe. No hace falta que se excuse, porque tal como una vez dijo, usted aquí “pesa menos que un paquete de cabritas”. No lo digo yo ni mis colegas, fueron palabras suyas, ¿las recuerda? De todas formas, es un paquete de cabritas buena onda, que conmigo supo mantener un vínculo laboral tranquilo durante este año que estuve aquí, sin caer en las desautorizaciones ni en acciones déspotas. Al final, es una marioneta más, tal como yo y el resto de mis colegas. O, ya que estamos en Navidad, podríamos ponernos a tono y decir que en lugar de marionetas somos como esos duendes mágicos que la gente anda buscando enloquecida en el comercio. ¿En qué nos parecemos a ellos? A nosotros también nos pusieron un precio, pero yo no creo que la gente se distinga por su precio, sino por su valor y yo aprendí que valgo mucho, lo suficiente como para no querer exponerme más.

¿Qué me está preguntando? ¿Usted cree que voy a ir a ese paseo de fin de año, ese que está programado para el próximo viernes 28 de diciembre? No, director, yo no me voy a prestar para ese espectáculo. ¿Para qué? ¿Para que ese parcito de cahuineras disfrute presenciando el momento en que me digan que ya no seguiré trabajando aquí? No voy a ser parte de ese show. Sí, usted sabe a quienes me refiero. ¿Lo ve? Aunque usted sea el director y yo una de las profes de acá, opinamos lo mismo y nos sentimos igual de basureados. No es necesario que se haga el desentendido (no digo otra expresión, porque me cae bien igual) Se nota que es cierto lo que me contó una vez: usted también se dedica a la escritura igual que yo, pero como actor le falta práctica.

¿Sabe? Yo ahora estoy con la actitud y la mirada de quien ya no pierde nada, pero sí lo lamento por las estudiantes del que fue su curso de jefatura este año. Ese grupo de chiquillas y señoras que con ilusión y una fuerza admirable luchan por sacar su Educación Media. Ellas querían que el próximo año yo las acompañara en su licenciatura, pero entiendo que no será así y ya no depende de mí. Solo espero que cuando en marzo del 2019 pregunten qué pasó, quien corresponda tenga el respeto y dignidad de decirles la verdad, a diferencia de lo que pasó este año. ¿No supo esa, dire? Cuando empezaron las clases en marzo, una estudiante le preguntó a la secretaria por qué ya no estaba el otro profe de Lenguaje. Le contestó que “pasa que los profesores, a veces, deciden tomar otros rumbos…” y qué sé yo. Por favor, no quiero que digan lo mismo de mí. Siempre quise trabajar en un colegio de adultos, era uno de mis sueños de profe y lo logré, pero hasta entonces no sabía por qué yo estaba ocupando el lugar de un colega querido en ese ambiente y destacado en su quehacer. Él no tomó otro rumbo porque quiso, sino por antojo de los poderes de arriba, porque se les puso entre ceja y ceja a los peces gordos, tal como me pasa a mí ahora. Porque nunca me presté para sus mierdas, sus chismes ni para ser cómplice de sus comentarios de pasillo. No me arrepiento de mi forma de ser ni de actuar. No me arrepiento de haberles pedido a mis dos nuevas amigas que impidieran que me celebraran el cumpleaños en el trabajo. No hubiese soportado tanta hipocresía junta cantándome ni diciendo palabras lindas que no sienten, menos en un grupo tan reducido donde no es tan fácil escabullirse de la “convivencia”. Tampoco me arrepentiría jamás de no haber cumplido con esa tradición de mierda de la “pagada de piso” (Los más crédulos dirán que por eso la suerte no me acompañó) Y no es que yo sea una persona engreída o algo así, pero me basta con tener un trato cordial con quienes son parte de mi trabajo. Soy sumamente estructurada, introvertida y, como si fuera poco, agorafóbica en tratamiento. Me basta y me sobra con hacer bien mi trabajo y sé que lo logré. Lo sé porque es lo que me transmitieron mis estudiantes con su gratitud y su motivación. Me llevo eso para el camino que viene junto a un gran aprendizaje. Gracias por la oportunidad, por confiar en mí y por su recomendación, dire. Tal como le dije antes, no importa que tengamos cargos distintos, porque al final estamos en las mismas y las cartas están tiradas.

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Fin de la historia:

El pasado lunes, el director nos reunió en la sala de profes para contarnos que todos fuimos despedidos, a excepción del típico chupamedias infaltable en todos los grupos de trabajo. Entonces, le dije al director: “Ahora, oficialmente soy profe cesante y escritora 24/7. A diferencia de mis compañeros, me voy con lo puesto, sin finiquito. Creo que no me queda más que convertirme en bestseller con mi nueva novela que está a punto de publicarse.” Me sonrió, ya no como un jefe, sino como uno más de nosotros. No hizo falta esperar hasta el 28. La olla a presión no dio más, el telón se cayó antes de tiempo y, de verdad, aunque suene insólito, lo agradezco.









domingo, 25 de noviembre de 2018

25 de noviembre: Tres mariposas y una lucha que continúa



25 de noviembre de 2018: Escribo desde mi lugar, mientras mi perrito se prepara para su siesta y el calor de esta primavera con sabor a verano pareciera no querer ceder. De pronto, vuelvo la vista y, a través de la ventana, me doy cuenta de que son tres las mariposas que vuelan muy cerca.
Precisamente, así pasó en la historia. Este 25 de noviembre está marcado en el calendario en memoria de esas tres mariposas, tal como les llamaban a las hermanas Mirabal, mujeres asesinadas en un día como hoy en 1960, durante la dictadura dominicana. Es debido a la lucha de ellas que esta fecha se eligió como el Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujeres.

Luego de esta breve referencia histórica, vuelvo a un presente que no olvida y que en Chile y el mundo continúa sosteniendo una lucha que no ha concluido. Increíblemente, muchos se preguntan por qué las feministas seguimos adelante, incomodando a esa sociedad machista que no soporta verse cuestionada. Más de una vez he escuchado: “¿Para qué siguen reclamando si ya ganaron el derecho a voto y pueden estudiar? ¿Qué más quieren? Feministas eran las de antes.” Pura miseria humana, claro. Sin embargo, comentarios de ese tipo no hacen más que evidenciar a quienes, simplemente, hablan desde la ignorancia y/o su sitial de comodidad y privilegios.

Quisiera compartir algunas de las experiencias que cada día me reafirman un poco más las convicciones. Voy a referirme a ejemplos cercanos, pero aunque estén relacionados con lo personal, lo más seguro es que muchas se sentirán identificadas en algún aspecto, por más distintas que pudiesen ser nuestras historias.

Recuerdo que hace años, el feminismo lo llevaba en silencio y tímidamente. Desconocía muchos de los aprendizajes que he vivido y naturalizaba acciones y palabras propias del machismo. Fui violentada psicológicamente por hombres a los que en su momento traté de justificar y comprender, apelando a la falsa y cruel idea de que “El amor duele, pero todo lo aguanta”. Así, con expresiones que parecen ser inofensivas, que pasan desapercibidas dentro de los llamados “micromachismos”, las mujeres desde pequeñas nos vemos enfrentadas a una realidad plagada de estereotipos y mandatos que, lamentablemente, hasta hoy se asumen como una verdad. Desde el uso peyorativo de la expresión “no te comportes como niñita”, pasando por las ideas de cuerpos perfectos que nos imponen, el acoso callejero, frases que han llegado a matar como el típico: “Los celos son una demostración de amor. Si te cela, te ama” y así, suma y sigue.

Hace unos meses, con mi grupo de amigas nos juntamos a celebrar el cumpleaños de una de ellas. Ese día, otra de las integrantes nos anunciaba que al fin nos presentaría a su pololo, ese con quien tiene planes para el futuro y que la hace ser tan feliz. Fue entonces que, durante la noche, nos reunimos a conversar de diversos temas hasta que, no recuerdo por qué, este tipo lanzó la frase que quebró el ambiente: “¡Es que estas feminazis y sus protestas!” Justo cuando se disponía a seguir con esa típica convicción imbécil de machito, lo enfrenté, le conté sobre mi trabajo como feminista y lo evidencié ante las demás, dejando en su cara una expresión de sorpresa y pelotudez inolvidable. Pude haber seguido con mis palabras, pero al ver a mi amiga ahí, con ganas de hacer un agujerito y esconderse, cargando con la vergüenza ajena que le estaba causando su pololo, me callé. Mi amiga sonreía tímida, incómoda a más no poder, pero yo no iba a dejar que nos violentaran de esa manera, por eso mi rabia y mi respuesta (Y no había tomado alcohol, lo aclaro) Cuando llegó la celebración de mi cumpleaños, a pesar de que lo planeamos con meses de anticipación, a última hora  ella se deshizo en excusas telefónicas poco convincentes, hasta que finalmente me dijo que “estaba con su pololo”. Saquen sus conclusiones. Desde entonces, aunque seguimos coincidiendo en lugares, algo se quebró para siempre entre nosotras. Ya no se junta con nuestro grupo de amigas, se fue hacia adentro, su luz se apagó y cada día se apaga más. Cada vez que puede, nos dice lo buen hombre que es, seguramente tratando de manera inútil que le compremos su relato. Lo que más me duele es que yo, teniendo algunas de las herramientas para apoyarla, no pueda hacerlo… porque en nombre del amor romántico se siente feliz y lo justifica. Por más que le advertimos, prefirió alejarse.

Sin embargo, mi desaliento y dolor se paralizan cuando veo a mis estudiantes, quienes han sido mis grandes maestras. Si hay algo más que claro es que esto es un proceso constante, en el que  vamos aprendiendo, desarraigando mitos y prejuicios. Soy profesora en un colegio de adult@s y este año he conocido a mujeres admirables de distintas edades, provenientes de realidades adversas, feministas en sus actos y en su modo de ver el mundo, que me dan la esperanza para seguir luchando desde mi rol de docente y escritora. Vuelvo a mirar por la ventana y me doy cuenta de que esas tres mariposas no se irán, que son parte de la lucha que no abandonamos y que cada vez que hacemos presente con palabras y acciones, hacen temblar a ese machismo que no soporta la idea de volverse frágil y destruido. Tal como dijo Eduardo Galeano, mostrando que existe, aunque se niegue “el miedo del hombre a la mujer sin miedo”.


martes, 16 de octubre de 2018

Ser profesor y profesora en un país como Chile



Érase un país situado en un rincón del mundo y que al lado de los demás, hasta hoy luce pequeñito y ensimismado en el mapa. Un país que entre su longitud y angostura guarda historias infinitas y que muchas veces permanecen invisibles y en silencio. Luego de algunos años, me declaro como una narradora que ha vivido más de alguna de esas historias desde un rol valiente, pero ingrato: el de profesora.
¿Cómo es realmente ser profesor y profesora en Chile? Voy a contar mi experiencia y la de quienes comparten conmigo esta profesión. Es cierto que si hablamos de las vivencias de quienes somos docentes, el abanico es amplio y está colmado de matices. Por mi parte, esto es lo que quisiera contar.

De partida, ocurre algo insólito, vergonzoso y repudiable: esta es la labor en la que se reciben un sinfín de comentarios vacíos, cargados de juicios erróneos y desinformados de parte de un montón de gente que, digámoslo, NO TIENEN IDEA de cómo es realmente esto de ser docente en Chile. Es sumamente cómodo y simplista empezar a cacarear desde el rol de espectador y decir: “es que la educación está así de mal por los(as) profes”, “es que los(as) profes tienen la culpa”, solo por mencionar algunos ejemplos.  Me pregunto si esas personas se habrán puesto a pensar alguna vez en lo penosas que se ven y se oyen haciendo esos comentarios. Pareciera que no. (Ahora, que los aludidos vengan de a uno a cuestionarme y a salir con la soberana pavada de que “soy una profesora que no tiene vocación”)

Hasta hoy es mucha la gente de esta singular sociedad chilena que piensa que los buenos profesores y profesoras son quienes se desviven por su trabajo, tomando un rol de mártires, apóstoles, superhéroes e incluso niñeros(as) Sin embargo, estoy segura de que aquellas personas no serían capaces de sobrellevar ni siquiera un par de horas pedagógicas diarias en aula.

Durante mi camino como profe ya he visto, he oído y he vivido bastante, aunque no lo crean. Me he encontrado con esos hijos de nadie por los que precisamente nadie de su entorno apuesta, he conocido el abuso de poder y he escuchado a muchos personajes de áreas ajenas que juran que conocen lo que es ser docente y tienen el descaro de decir cómo debemos hacer nuestra labor. ¿Acaso saben lo que es trabajar durante horas con cursos muy diferentes entre sí y que en cada uno existen muchos(as) estudiantes y que, además, en cada uno de ellos(as) hay un universo lleno de sueños, temores, dolores, historias, ausencias y más?

Si tengo que situarme en mi presente como profesional, puedo decir que este año ha resultado ser una vorágine que no voy a olvidar. Comencé a trabajar en un colegio de adultos en el que costó adaptarme, al ser nueva en un equipo desconocido. Sin embargo, siempre quise ejercer en esta modalidad. Lo que mi ingenuidad no sabía es que el desafío es más complejo de lo que se cree. Tengo estudiantes que reafirman mi amor por esto y que le dan el sentido y la fuerza que, a veces, creo perder. Tras la otra cara de la moneda, están quienes no hacen más que daño a sus compañeros y a quienes trabajamos en la aventura de educar. Quizás, otra vez surgirán los ilusos que digan “¿y dónde está tu vocación para rescatar a esos pobres estudiantes, víctimas de un sistema y una vida cruel y que necesitan amor, contención y ser escuchados?” No crean que no lo he hecho, que no lo intentado, pero no siempre resulta y no es justo que seamos los profesores(as) quienes tengamos que asumir roles que no nos corresponden ni tapar agujeros que no tendríamos por qué. Eso no quiere decir que los y las estudiantes nos sean indiferentes, pero esto también desgasta. Por favor, no le llamen “vocación” a aquello que, en realidad, pasa a ser abuso. Lo expreso, sobre todo, al recordar que  una amiga y colega hace unos meses fue amenazada de muerte por un alumno. Pese a que el joven en cuestión ya no está en el establecimiento, la sensación de vulnerabilidad y violencia ejercida hacia mi amiga no se ha borrado y resulta peor al escuchar que quienes tienen cargos superiores a nosotras hasta hoy le bajan el perfil al asunto porque “hay que retener a los chiquillos, que no se desmotiven porque está el tema de la subvención”. ¿Y quién se preocupa de nuestra desmotivación e integridad? ¿Acaso no les importa?

Por otro lado, hasta inicios de este año yo era docente de uno de los preuniversitarios más reconocidos y con más sedes a nivel nacional. A pesar de lo cruel e injusta que considero la tan temida PSU, mi convicción a la hora de trabajar ahí siempre fue impulsar a los y las estudiantes a cumplir sus sueños. Sin embargo, todo se desmoronaba al momento de ver mi trabajo expresado en gráficos y números. Parte del juego, lo sé. Lo que no esperaba era que a través de un correo me dijeran que yo no seguiría trabajando como se había acordado, ya que “no hubo demasiadas ventas para abrir más cursos”. Sí, ventas. Los y las estudiantes se reducen a números, sus matrículas son ventas y así se da. Fueron más de dos años que concluyeron en un despido frío, que ni siquiera dio para eso, escrito con cobardía y menoscabo, porque en este juego los profesores(as) somos desechables, a pesar de los reconocimientos que llegué a obtener. Y aunque guardé mi experiencia y mi decepción en el color verde del cuello y los puños del que fue mi delantal blanco, si pudiera volver a ser parte del sueño de más estudiantes para alcanzar lo que buscan, lo haría, pero siempre manteniendo el corazón antes que los numeritos y puntajes. Por experiencia propia, supe que es posible que así sea.

Así es, mi gente lectora. Ser profe en un país como Chile no es lo que muchos piensan. En un lugar donde la educación se sigue viendo como un bien de consumo y quienes ejercemos este trabajo somos constantemente cuestionados sin conocimiento de causa la mayoría de las veces, esto es un verdadero acto de amor y valentía. Porque mientras muchos critican y se quedan mirando, seguimos adelante. Y sí, es verdad. Somos un peligro para el poder, porque así de importante es la educación. Tener el espacio y la posibilidad de transmitir y recibir educación nunca será algo menor. Feliz Día a todas y todos los colegas, a quienes me inspiraron a elegir este camino (especialmente a mis padres), a los(as) que no han recibido el reconocimiento que merecen y a quienes, pese a todo, luchan día a día. Gracias por tanto.

Romina Anahí


viernes, 14 de septiembre de 2018

Sobre septiembre y lo que va pasando (Parte 1)


" Si no lo escribo, no existe." Hace días me propuse regresar a este espacio y quiero cumplir mi palabra. "Cumplir, la palabra que más repites." Eso me diría la especialista... y no se equivoca.
De todos modos, esto de escribir no lo hago por cumplir, sino porque es uno de mis motores fundamentales. No importa bien qué, pero escribir. 
Ha sido una semana intensa, llena de reflexiones en este mes que siento tan propio, tan particular, como si estuviese mudando la piel, tal como la serpiente que me refleja desde el horóscopo chino. Desde el martes 11 que ando sensible. Es una fecha que a nivel nacional duele y seguirá doliendo, porque hay huellas que jamás podrían borrarse. 

Además, para mí el 11 también me remueve desde lo íntimo. Fue un 11 de septiembre del pasado 2017 que se reinauguró la biblioteca de la escuela donde mi mamá trabajó tantos años. Ahí, donde también mi madrina Raquel estuvo durante toda su trayectoria de profesora. Desde ese día, aquella biblioteca lleva su nombre. También recuerdo que fue esa tarde la única vez durante mi paso por el preuniversitario que pedí permiso. A fin de año, esa "inasistencia" fue una de las excusas baratas e insustanciales que la directora usó para justificarme la decisión de mi salida. Entonces, entendí que de nada sirvió todo lo que di en ese lugar, de nada, ser elegida la mejor profesora del año y ganar un reconocimiento por eso. Sin embargo, si me lo preguntan, hice lo que mi corazón dictó y volvería a hacerlo, si hiciera falta. Siempre mis amores van a estar primero y no iba a dejar pasar esa oportunidad de sentir otra vez a mi madrina en la que fue su escuela. Y aunque la siento presente todo el tiempo y sé que me acompaña desde su estrella, es imposible esto de dejar de extrañarla.

¿Qué más? Este reciente miércoles tuve control con la psiquiatra. Para mi sorpresa, me dijo que regresara en cinco meses más. ¿La razón? Mi tratamiento farmacológico va bien, estoy pasando por las reacciones esperables y estas van a seguir, pero todo bien ahí. Sin embargo, me dijo que no dejara mis sesiones paralelas con la psicóloga, ya que lo que ahora estoy pasando es cuestión de percepción, del pensar y el actuar y en ese plano ya se pasa a otra cosa. Entonces, ¿qué pasa? Mi constante necesidad de controlar TODO lo que me involucra. ¡Ey! Aclaro que este control no lo ejerzo sobre quienes me rodean, pero sí sobre mis acciones y lo que pueda influir en ellas, pero que no depende de mí. Por ejemplo, en el plano laboral. No es primera vez que me altera en demasía que me derrumben mis estructuras. Que un día como cualquiera, donde tengo mi hora no lectiva y puedo avanzar con mis labores, llegue algún compañero de trabajo y me diga que "vaya a compartir", ya sea por aniversario del lugar, Fiestas Patrias y qué más sé yo. ¿Quién les dijo que yo quería compartir? Si hay algo que para mí es ley es que "la pega es pega, la diversión es diversión". No quiere decir que no me guste ser profe, pero necesito que se respeten mis horarios, mi orden. Ver que me derrumban eso me deja mal y aunque desde la razón lo pueda entender, no puedo llevarlo a cabo. 

Es más, hoy me tocaba hacer la famosa "pagada de piso", al ser una de las nuevas integrantes del trabajo, pero como mi habilidad de serpiente siempre sale a flote, logré zafar y no estuve ni me esforcé por mostrarme interesada por el asunto. Para divertirme, reírme a carcajadas y ser yo en mi expresión máxima tengo otros espacios. Mucha gente me critica y cuestiona esto, partiendo por mi familia. Esto siempre nos lleva a discusión. Que por qué soy así, que soy poco sociable, que no comparto y que incluso esto me puede costar el puesto de trabajo. ¿El problema? Pareciera que todo eso no me importara y, en realidad, solo me importa hacer bien mi trabajo de profe, ser responsable y que sea eso lo que me defina en lugar de involucrarme en territorios que prefiero vetar. Apatía en un nivel que me sorprende. Junto con esto, le conté que además hice un trueque de emociones: cambié la pena por rabia, me volví más brava. "¿Y prefieres estar así a como estabas antes?" "Sí, lo prefiero. Además, mi carácter se ha hecho más fuerte". De todas maneras, es rescatable que ahora verbalizo más lo que siento. El tema es que tengo que aprender a regularlo y no abandonar el camino que comencé por voluntad propia. Mientras tanto, continúo narrando, sintiendo, mezclándome en la piel de mis personajes y andando. "¡Ahí vamos!" como diría el gran Cerati.


Canción de la jornada: "Toc - toc, abre la puerta. Toc - toc. Saca a tu loco a pasear..." (Macaco)






jueves, 6 de septiembre de 2018

Regreso


Es cierto. Mucho, muchísimo tiempo sin publicar algo en este espacio. Se trataba de un pendiente que tenía hace rato, que no me dejaba en paz, que me mantenía en un palpitar de alerta constante. 
"Ya rugiste" me dijo un trocito de sol porteño, cuando le repetí convencida que quería volver, que la rutina ya me estaba golpeando más de lo esperado al no permitir ese instante tan necesario para soltar las palabras. Y es que al ser mujer de palabra(s) aquí estoy nuevamente. Sin un tema demasiado concreto para escribir, pero presente en medio de todo lo que voy viviendo y haciendo narración.
Quiero contar tantas cosas que ya cuesta ordenar este caos. No importa, habrá tiempo para estos crucigramas, para estos girasoles y vendavales varios. Mientras tanto, puedo ver con qué comienzo. 
Han sido meses que jamás podría resumir en una sola publicación. He tenido que fortalecerme, adaptarme a un nuevo espacio laboral en el que no esperaba nada y hoy puedo decir que desde ahí ahora tengo tres mosqueteras increíbles que, tal como les anuncié, las convertiré en el próximo personaje femenino que faltaba en mi actual y tercera novela. 
He comprendido que hay lazos y espejos que solo están de paso y que, aunque duela, soltar puede llegar a ser todo un arte y un desafío. 
Hace tres meses empecé a escribir algo nuevo, paralelo a este blog y a mi tercer libro. Se trata de un diario que inicié a modo de registro y motivación en medio de mi reciente tratamiento farmacológico. Así es, ya no me avergüenza. Simplemente, soy parte de un porcentaje importante de personas que camina con el eco de la baja de serotonina y todos esos nombres de neurotransmisores que se vinieron abajo desde fines del año pasado. Eso, más el cansancio, el miedo, la ansiedad y la traición y ausencia de un pseudoamigo numérico, de risa ultrasónica y de andar corpulento. Suma y sigue. Por más que quise, tuve que buscar la ayuda que evité tanto. Y aquí estoy, me he vuelto más fuerte y sé que no es solo por las pastillas, sino que las experiencias y personas que me rodean han ido formando en mí a la mujer que hace tiempo quería ver en el espejo.
"Ya rugiste" me dijeron. Así lo siento también. Y es precisamente ese rugido el que impulsa mis ideas y que próximamente estará dando sorpresas. 
Tal como dice el maravilloso Abel Pintos: "No tengo que volver, si nunca me fui."

Mi abrazo de letras para quien llegue hasta aquí






martes, 9 de enero de 2018

¿Ni machismo ni feminismo? Cuando el desconocimiento parte desde el aula

En primer lugar, quiero comenzar aclarando que no soy de las personas que critica a los(as) docentes sin tener idea de lo que significa este trabajo: soy profesora y con decepción escribo estas palabras.
Sabemos el impacto que desde hace tiempo generan las redes sociales y todo lo que en ella podemos compartir. Hoy quiero contar una situación para hacerla visible, por más vergüenza ajena que me cause. Hace poco vi que una colega compartió una imagen en un grupo de Facebook para profesores(as). Esta mostraba una clasificación de los distintos tipos de violencia machista que existen, por ejemplo: física, psicológica, sexual, económica y simbólica. ¿Dónde está la sorpresa, si deberíamos tener más que claro que estas manifestaciones violentas sí existen? Vi a docentes que, afortunadamente, tienen claro lo que significa e implica la violencia de género. Sin embargo, me encontré con comentarios de otros que me hicieron perder la esperanza en nuestra profesión. Pude leer a profesores minimizando e incluso negando la problemática e incluso a algunos burlarse. Lo más penoso fue ver a profesoras (sí, mujeres) siendo parte de aquellos que invisibilizan situaciones como estas.

Evidentemente, no expondré todos los comentarios emitidos, pero daré algunos ejemplos para que mis lectores y lectoras se hagan una idea de esto. Una profesora expuso que “tanto el machismo como el feminismo son un absurdo.” ¿Perdón? ¿Qué idea de feminismo estamos sosteniendo para tratarla como “un absurdo”, colegas? Por otra parte, docentes diciendo despectivamente que “Todo es machismo”. Si estamos regidos(as) por un sistema patriarcal, es más que obvio, aunque parece que no todos lo entienden. Asimismo, yo no pude quedar indiferente y también expresé mi opinión, planteando lo lamentable que es que personas así se dediquen a educar, no sean capaces de ver la existencia de esta violencia machista y que, además, NO TENGAN IDEA de violencia de género. Un colega se sintió aludido y me respondió (sin ser apelado ni mencionado, claramente), que él no desconoce la violencia y que incluso ha enfrentado a hombres abusadores. Un típico ejemplo del hombre que, por más que lo niegue, necesita decir algo e intentar justificarse para quedar bien, pero le resulta peor. ¿Acaso los hombres que asumen la existencia del machismo y cuestionan sus privilegios ahora quieren una medalla, agradecimientos y que los aplaudan? Cuando le hice ver que, en realidad (por más que lo negara), se sintió señalado y quería reconocimiento por su “heroico” actuar, no hizo más que empeorar. Me comentó que él es padre de una niña y “le está enseñando el tipo de hombre que debe elegir”. Sin embargo, un rato después expresó que “el problema son las feminazis”. ¿Qué tipo de educación se le puede dar a una niña predicando y practicando en una contradicción tan grande? No sé si se puede esperar que algo bueno surja desde esa formación, pero ojalá algún día esa niña pueda sacar sus propias conclusiones.

A propósito, quiero compartir una experiencia que viví hace un par de meses. Fui a un control y cuando el médico recordó que soy profesora me dijo: “La felicito, porque usted tiene un gran poder”. Me pareció tan noble, sobre todo, en una sociedad como la nuestra en la que constantemente los profesionales de otras áreas se sienten con el derecho de menospreciar nuestra labor como si la conocieran. Sin embargo, hoy por unos segundos me puse desde la otra vereda. Muchos se creen con el derecho a decir: “La culpa de que la educación esté tan mal es de los profesores” o “cualquiera puede ser profesor en Chile”. Ahora, por un rato, al leer tanto comentario ignorante de algunos colegas con respecto a la violencia de género, yo también llegué a sentirlo y, créanme, me dolió hasta llegar a la vergüenza ajena. ¿Cómo pretendemos formar una sociedad mejor y más equitativa, desconociendo conceptos tan básicos? ¿Diciendo que el machismo y el feminismo son lo mismo? Es esencial que, sobre todo en la actualidad, podamos transmitir nuestro conocimiento de la mejor manera a nuestros estudiantes en torno a estas temáticas. El problema es que, tristemente, hay docentes que no tienen idea de esto y, sin embargo, sueltan sus juicios erróneos sin pensar que estos pueden ser aprendidos por quienes educamos.


Somos profesores y profesoras, recordemos que tenemos una gran responsabilidad y “un gran poder” como me dijo aquel médico. No podemos desaprovecharlo. Si desconocemos un tema tan importante es necesario educarse al respecto. No hace falta ser un gran especialista, pero sí tener claro lo fundamental para poder pararnos dignamente frente a nuestros cursos y no mentirles. Ahora, si ni siquiera existe la voluntad ni intención de aprender, al menos que esas personas que se hacen llamar “docentes” se limiten a pasar los contenidos de su especialidad, pero sepan callar para no causar daño al hablar desde su desconocimiento. La violencia de género existe y es una realidad a la que no podemos estar ajenos. Por favor, colegas, no le demos más motivos a la sociedad para que sigan menospreciando nuestra profesión, que ya está lo suficientemente desvalorizada.