sábado, 9 de septiembre de 2017

Hoy perdí, hoy no fui capaz...pero, ¿mañana?


Según algunos, ya es tarde, pero antes de dormir necesito dejar mis letras por aquí. Se suponía que la próxima vez que escribiera en mi blog lo haría para expresar mis impresiones sobre el libro buenísimo que por ahora estoy leyendo, pero no. La urgencia ahora me pide contar algo distinto, que no estaba en mis planes.
No puedo creer que a solo a un par de semanas de mi cumpleaños me haya pasado esto. En realidad, creo que eso no tiene nada que ver, pues al final lo que viví este sábado 9 se septiembre no fue por falta de madurez, sino por ese miedo irracional e insoportable que creí que ya no volvería a interrumpir mi vida.

Comencé mi día sábado como lo he hecho desde hace tres semanas: levantarme temprano para viajar a Santiago a estudiar lo que corresponde al diplomado que estuve esperando hacer por tanto tiempo. Finalmente, lo conseguí, pero a propósito, esta experiencia me ha dejado ciertos sentimientos encontrados con los que me cuesta pelear: me queda claro que la Romi profe es totalmente opuesta a la que hoy es la Romi estudiante. No he sido capaz de acercarme a ningun@ de mis compañer@s a entablar una conversación. Como dijo un jugador: "es increíble, pero no se me da". Curioso me resulta, considerando que como profe soy muy comunicativa y hasta he sacado mi lado más lúdico y humorístico. Como sea, después de todo, yo voy a estudiar y eso es lo principal. Lo demás es accesorio, pero igual lo noto. 

Después de una mañana intensa, me esperaba una tarde hermosa en la que aprendería mucho: había reservado un cupo para un taller de encuadernación. Para quienes no lo sabían, el año pasado la encuadernación me conquistó desde el primer taller en el que estuve y en el cual hice mi primera "libretica". Desde entonces, me propuse seguir aprendiendo y este sábado 9 sería una oportunidad perfecta, que se veía llena de colores y descubrimientos...pero no fui capaz.

Desde mi horario de salida del diplomado hasta la entrada del taller había un par de horas de diferencia. Llegué a Estación al Patio de Comidas, en busca de algo no muy dañino, pero no hubo caso. Apenas puse un pie ahí noté que algo andaba mal: mucha, bastante, demasiada gente. Resulta evidente, tratándose de la hora de almuerzo, pero eso lo entiendo ahora, ya en calma. Mucha, bastante, demasiada gente. No sé cuál fue la expresión de mi cara en ese instante, pero empecé a caminar, intentando encontrar un lugar vacío, pero todo estaba repleto. Esos momentos de búsqueda se me hicieron eterno hasta que no pude más. Bajé por la escalera mecánica, caminé y me senté en un lugar más distante, donde la multitud no llegaría. Descubrí que lo vivido hasta entonces había acabado conmigo, ya no tenía ganas de nada, solo de volver a mi casa y sentir que estaba segura en el abrazo de mi clan. A pesar de que mi hermanita me mandaba mensajes de ánimo por el celular y aunque yo me repetía una y otra vez que había asumido un compromiso para la tarde, que esto ya pasaría y que todo estaría bien, fue imposible. Las lágrimas empezaron a brotar y no pude detenerlas. Fui a un baño cercano y ahí me quedé unos minutos, llorando, al fin alejada de aquellos que por un momento me hicieron sentir sofocada hasta la desesperación. Finalmente, regresé y una vez en casa, volví a llorar. Peor aún, cuando mi hermanita me dijo que tenía que insistir con este tema en mi próxima sesión de terapia o incluso ver si mi situación requería medicación porque "no siempre basta con la voluntad", según comentó. Esto fue lo que más me atemorizó, lloré de rabia al verme y sentirme anulada, incapaz de hacerle frente a ese miedo maldito que una vez que se va, parece absurdo. Lloré porque recordé las palabras de mi psicóloga que una vez me dijo que "el miedo nos paraliza" y así ocurrió este sábado. Perdí. Luego de estas reflexiones, dormí durante varias horas sin saber nada del mundo.


Me cuesta entender esto, se me hace difícil ejercer el dominio sobre lo que sucede. "Lo que pasa es que tú estás hecha de control y la idea de perderlo ya te deja mal". Me lo dijeron también y lo acepto. Pasa que este miedo arrollador llega cuando le da real gana. Al final, creo que lo que más me atemoriza es ese "miedo a tener miedo", porque sé que con él se viene una serie de momentos que saben derrumbarme. Es extraño, porque no siempre las multitudes han generado en mí esa sensación amenazante que sofoca y altera. Por ejemplo, recuerdo que una vez conté en terapia lo siguiente: " Una vez fui sola a un concierto de Rata Blanca y aunque había mucha gente, no tuve ese miedo. Lo mismo me ha pasado cuando llega la Feria del Libro en Estación Mapocho. Hay un montón de gente, pero no me siento mal, porque tengo la sensación que uno tiene cuando está con los de su tribu." Entonces, ¿cómo explicarlo bien? A veces, esto llega. A veces, ni rastro. Cada vez que puedo caminar o ir a comprar sola a sectores más concurridos, lo tomo como un logro. Sin embargo, entiendo que no siempre habrá alguien para acompañarme físicamente y si comparo mi situación con el año pasado, estoy mejor, pero aún siento que me queda otro tramo intenso por avanzar.


Ayer, luego de terminar mi primera sesión de Aeroyoga, compartía mis impresiones con la profe. Le dije que solo logré desbloquearme y comenzar a moverme una vez que decidí no pensar en lo que estaba haciendo, sino que simplemente me propuse realizarlo sin darle más vuelta y así, resultó. ¿Acaso tendré que hacer lo mismo en mi vida cotidiana? De ser así, no resulta tan fácil.


¿Y ahora qué? Solo puedo contar que en medio del silencio de la madrugada, estando ya más tranquila y sin cargar ese miedo insoportable, no dejo de arrepentirme de la oportunidad que perdí al no asistir al taller de encuadernación. Sin embargo, arrepentirse es francamente inútil y, al mismo tiempo, creo que tampoco hice tan mal en volver a casa. A veces, no siempre se pueden forzar las cosas y, quizás, no fue tan malo escuchar a mis latidos alterados que pedían una pausa. En realidad, quiero quedarme con algo rescatable en medio de este desastre vivido. 


Se vienen semanas intensas y solo espero vivirlas feliz, sin escuchar a ese miedo que lo único que está haciendo es privarme de cosas que no sé si volverán. Creo que tendré que ser más rigurosa en este proceso, regresar a mi próximo control antes de lo que tenía previsto y, sobre todo, aferrarme a la compañía y al cariño de quienes me rodean y hacen el aguante, pero teniendo claro que tengo que saber reconocer mis propios pasos.







No hay comentarios:

Publicar un comentario