domingo, 6 de marzo de 2016

// ¿Y si seguimos celebrando? //

(Recomendación musical: “Un gran regalo” de Nano Stern)

Hoy mis palabras cambian de ruta. Es verdad que las últimas semanas no han sido las más fáciles, pero también es cierto que debo hacerme cargo de un error que me ha costado pagar caro. A veces, observo con curiosidad a aquellas personas que me rodean y que irradian una luz tan optimista y desbordante que es capaz de encandilarme. ¿Cómo lo logran?, ¿qué se supone que hacen para ver el panorama tan bonito, aun estando en medio de lo adverso? Asumo que tanto optimismo ha llegado a irritarme en un par de ocasiones, pero a la vez celebro a esas personas.

¿Celebrar? Hace tiempo no escribía esa palabra con las ganas de hoy.  Los días siguen su ritmo y, al parecer, hay cosas que siento tan propias que ya han llegado a no sorprenderme. (“Mal ahí”, como diría un muchacho que me gustaba hace un par de años)
Varias semanas atrás durante una noche, escribiéndome con un amigo, actualmente lejano, él supo lanzar la estocada en el lugar preciso. Recuerdo que yo le estaba contando lo abrumada que me sentía ante el pasado y la soledad. No lo pensó demasiado y en su pronta respuesta me dijo que yo solo estaba viendo lo malo de las cosas y pasaba quejándome de ello. Esas letras se quedaron dando vueltas y vueltas en mí, tal como hace un hámster al jugar con su rueda de ejercicios. Sus palabras sonaron a sentencia, rematando con “el tiempo pasa rápido”. ¡Claro! No era el primero en reparar en eso.

Hace solo unos días, un amigo argentino – escritor, cantante y más – publicó en su Facebook un texto que, por fortuna, llegó a mis ojos lectores en el instante exacto, como si todo hubiese estado planeado en un guión. Nicolás Manservigi, gran narrador, es precisamente quien me llevó a escribir esto. No ha sido el único que me ha dado señales para reaccionar, ya les he dicho que otros también lo han hecho. Sin embargo, cuando la palabra hablada no es suficiente, la escritura puede capturar más. El Nico contaba en su escrito aquellas cosas que él celebra y lo hacen feliz y, finalmente, dejaba una pregunta a sus lectores, entre quienes me incluyo.

¿Qué celebro? Celebro el despertar luego de una noche intensa, celebro un buen tazón de té de esos de sabores distintos. Celebro los instantes solitarios para escribir y la compañía, una vez que la narración literaria ha terminado. Celebro la mirada de mi perro Quijote y sus saltos alborotados por la casa. Celebro tener junto a mí a mi clan (así le llamo a mi familia) Celebro un trocito de chocolate, el café caliente o helado. Celebro salir a caminar por las calles de mi comuna (aunque, de repente me altere un poco el lento andar de mis coterráneos) Incluso, celebro la idea de que, al fin, voy entendiendo que tengo que rehacer mi vida aquí (porque así lo he decidido hasta ahora) Busco la forma de recomenzar en un sitio donde llegué a sentirme como una forastera, recorriendo nuevamente, redescubriendo y compartiendo con gente hermosa, necesaria, que no vi antes y de la que puedo aprender mucho. Sí, celebro también esas intenciones.

Celebro haber desterrado de mi corazón a un amor tormentoso que me fue apagando por años. Celebro los abrazos regalados y recibidos, celebro el sol y ese calor tan importante para entibiar mi corazón. Celebro a quienes han permanecido junto a mí, sin condición alguna. Celebro también a los que me han dado la espalda sin dignarse a explicarme el porqué y es que, finalmente, “Hay ausencias que representan un verdadero triunfo”. Lo dijo Cortázar y lo repito convencida, aunque de repente duela. Celebro a esos que quiero de regreso en mi vida y por quienes voy a luchar.
Celebro lo maravilloso que es hacer magia con destilados, frutas, hielo y/o azúcar para entregar cariño y sensaciones deliciosas, a través de una o más copas. Celebro las risas contagiosas y las conversaciones verdaderas y extensas, de esas que emocionan hasta la complicidad. Celebro a esos libros que dejan huellas imborrables, sobre todo si son chilenos y latinoamericanos. Celebro las canciones que se sienten hasta llorar y a aquellas que me alborotan hasta hacerme cantar y bailar.

Celebro el fin del personaje literario más despreciable que he escrito hasta ahora en una novela y más celebro aún el hecho de que nunca más ha aparecido en mis pesadillas. Ella se fue para siempre y lo celebro, porque dormir tranquila y sin amenazas oníricas-premonitorias es impagable. Celebro las verdades que se dicen de frente o por escrito, pero que son verdades, después de todo. Celebro las voces que se quiebran para luego levantarse y gritar con más fuerza. Celebro las puertas que empiezan a abrirse, aunque cueste en un principio.

Celebro sentir lo increíble que es estar escribiendo mi tercera novela, celebro mis ganas de entregar a los demás lo que soy y lo que sé, celebro mi deseo de seguir aprendiendo de grandes referentes de las letras. Celebro tanto y, a veces, me cuesta recordarlo. Sin embargo, dicen que nunca es tarde. Celebro las veces en que he espantado los miedos y los prejuicios. Celebro tener estrellas y hadas que me cuidan, sobre todo, a la más bonita: Raquel, mi eterna madrina.

Celebro haberme dado cuenta de esto. Celebro el caminar y los respiros. Celebro la continuación de estas palabras en un próximo capítulo. ¿Y si seguimos celebrando?







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