lunes, 11 de abril de 2016

Lo que queda (Y lo que pasó después de desafiar lo que había)

Tengo un nudo en la garganta, pero algo inexplicable aún no me deja llorar. Lo intento, pero no me resulta. ¿Qué se supone que es esto? En estos momentos, pienso en un par de canciones que refleja mi situación actual. ¿Cuál? La de hacerme cargo de mis decisiones y comprobar a golpes que esto fue un riesgo más fuerte de lo que esperaba. Decidí nadar contra la corriente y los costos han sido altos.

Hace unos días, en un bonito lugar de mi tierrita natal, fui espectadora de una comedia unipersonal llamada “Un actor cesante”. En realidad, por más de un instante, más que espectadora me sentí como en una suerte de espejo, aunque con una versión propia. No acostumbro a tratar estas cosas en mis escritos, creo que estos temas ya tienen que ver con algo más personal y debería bancarme los hechos en silencio, pero las letras, después de todo y nada, siempre son la salida. La mía, al menos.

Desafiando los comentarios y juicios de más de alguien, lo decidí: pese a tener mi título en mano, comprendí que hay situaciones por las que no pretendo volver a pasar. Muchos me dijeron que “esto es así, después te acostumbras” y frases por el estilo. Para los lectores que ya saben de este espacio, pero no conocen esto, soy profe de Lenguaje en un país donde el rol docente está por el suelo. Muchos se preguntarán por qué estudié eso, entonces. No voy a profundizar ahí, creo que este texto se podría extender más de la cuenta, pero tuve y tengo mis motivos. Me siento orgullosa de lo que soy y de lo que logré, pero aquí hay algo que quiero recalcar: soy profe, no mártir de la educación. Lamentablemente, muchos ven y viven esto como auténticos sinónimos.

Por fortuna, tengo algunas cartas todavía a mi favor. No tengo una familia sobre mi espalda ni algo que me amarre a tomar “lo primero que salga”. Mi hijo perruno cuenta con lo necesario, ya que algo tengo para sostenerme, aunque sea un poquito. Es cierto, con solo unas horitas esquivas y fugaces es más complejo. Sin embargo, “peor es mascar lauchas”, como dicen por ahí. A pesar de esa pequeñita fuente laboral que solo me afirma lo justo, me considero cesante el resto de la semana. Lo confieso avergonzada, pero sin ganas de echar pie atrás.
No crean que mi decisión fue por capricho. El año pasado, luego de vivir una experiencia laboral que me marcó a fondo, pensé: “Soy profe joven, pero no por eso voy a dejarme aplastar por gente déspota, que carece de tino y de temple”. Qué miserable pueden volverse ciertas personas cuando llegan a ejercer el poder (“ejercer”, así lo diría M. Foucault) Lo viví desde la barrera del “oprimido”, citando de nuevo a Foucault y mis disculpas si esta referencia me hace ver… no sé… odiosa o arrogante, pensarán algunos, tal vez. Se los dejo a ustedes. Yo solo quiero compartir lo que va saliendo para poder desenredar lo que hoy vive en mí.

Se supone que yo debería tener la respuesta. De hecho, la tengo. Lo que no hay es una puerta ni una ventana que se abra, por más que he golpeado. ¿Qué más puede hacer una profe de Lenguaje que solo sabe hacer clases y que, más que docente, es escritora? Hacer clases, escribir. ¿Qué más? Parece poco, aunque suene valioso, pero en términos exactos, la ruta se vuelve estrecha. He hecho una búsqueda intensa por distintos sitios. Todo ha parecido ser en vano. Ya no me quedan más ideas en el tintero. Me he escabullido en medio de avisos que no tienen lazo con mi profesión, pero el agotamiento empieza a caer sobre la espalda. No soy una experta en cocina, artes manuales ni tampoco tengo una Pyme. Solo sé hacer clases y escribir, repito.

No crean que la docencia no es lo mío, pero el discursito de la vocación a prueba de balas y de gente prepotente no va conmigo. Preferí cuidar mi salud, pero tampoco me está haciendo muy bien este presente movedizo y, a la vez, inmóvil. A pesar de mi necesidad de instantes solitarios a la hora de jugar a ser narradora, siempre me gustó trabajar con gente. Incluso, mis sueños de profe aún no están sepultados por completo. Me encantaría compartir lo que soy y lo que sé con quien quiera escucharme y me valore. Para quienes son profes (también para los que no), pensarán que estoy creyendo en un imposible, que hay que adaptarse a lo que hay y existe, que la costumbre llegará. Yo no quiero acostumbrarme a lo que ya tuve que pasar antes. Es más, sería feliz impartiendo talleres literarios, haciendo clases a adultos o siendo parte de un equipo que tenga la misión de escribir y escribir. No quiero liquidar mi energía, mi voz, mi fuerza ni mi dignidad. No de nuevo. 
Decepcionada, he visto cómo muchos ya han caído en eso y no quiero ser una más. También, he visto cómo otros cambian de rumbo y se valen de otros talentos que les sirven para vivir en medio de este cruel sistema. Mientras tanto, continúo paralizada, a ratos, pensando qué otra carta podría apostar hoy. Puertas y ventanas golpeadas que no abren, apuestas que se pierden, ansiedad, onicofagia.

Qué difícil y arrollador resultó esto de nadar contra la corriente. ¿Que si me arrepiento? No, pero sí me duele y avergüenza este relato. Sin embargo, el impulso me lleva a liberarlo, a narrar y a compartirlo. Puede resultar decadente, desabrido o los calificativos que quieran darle. Yo escribo esto porque la presión en el pecho y lo incierto me apagan las ganas y necesito saber que alguien va a llegar hasta aquí, que va a leer, que va a juzgar (para bien o para mal), pero que no estoy sola en esto. No lo estoy. No soy la única.

La noche melipillana está fría, pero eso ya no importa. El nudo en la garganta sigue presente, pero se siente más suave. Algo inexplicable aún no me deja llorar, aunque lo intento. Pienso que debe ser mi madrina que, desde su estrella, me cuida y me regala una fuerza que no sé hacia dónde guiar ahora. Sí, ahora. Mientras los minutos siguen corriendo y, en medio de una música precisa, una profe y escritora se desvela. Se desvela para despertar extrañamente contenta a la mañana siguiente, sin saber bien los motivos, pero con el deseo de aferrarse a ellos y seguir pensando, aunque suene muy ingenua, en que encontrará el espacio para estar feliz y hacer felices a los demás. Se lee y se escucha pegajosamente cliché, pero esto es lo que queda.











No hay comentarios:

Publicar un comentario